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Para jugar otra vez

Player, estreno del joven Carlos Sarmiento se presentó en la Sala Llauradó, esta propuesta fresca trae un polémico tema a la reflexión.
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Por Omar Valiño

En la apertura de las Jornadas Villanueva se estrenó Player y, por desgracia, ahí quedó hasta otra vuelta. Las funciones en la Sala Llauradó no pudieron continuar, como tampoco la temporada general en enero, a causa del rebrote de COVID-19.

Prefiero ver al menos dos funciones antes de escribir de un espectáculo, sopesar aciertos y carencias según mi visión, pues ya se sabe que nunca son idénticas. Y también se modifica en alguna medida, y se asienta, la mirada del crítico.

Sin embargo, por la circunstancia arriba mencionada, debo arriesgar la opinión ante un estreno. Paso por alto un tropiezo entre los actores, un elemento caído al escenario y cualquier otro imprevisto, típicos del debut de toda puesta en escena. En particular, los disfruto, porque me dicen de la materia viva del teatro.

No debo desaprovechar, además, la oportunidad de detenerme en Carlos Sarmiento, autor y director de este estreno, uno de los nombres seguidos por muchos en la escena cubana reciente. Recuerdo su A puerta cerrada, el clásico de Sartre, en el Café Brecht, hace ya un largo lustro, y más acá la reconocida Selfie, también de su autoría, donde comienza a explorar el universo de preocupaciones y vivencias juveniles que ahora continúa con Player.

Una pareja, Brenda (Amelia Fernández) y Maykol (Homero Saker). Sus deseos en puras ilusiones: irse a vivir en cualquier parte, quizá a Tallin, capital de Estonia, aunque no saben pronunciar su nombre. Hacerse ricos allí, tener una empleada… Pero ahora no tienen dinero ni para pagar el alquiler y eso los llevará a iniciarse en un juego peligroso que tiene un correlato en la pantalla, al fondo del escenario, donde se proyectan videojuegos, cuyos habituales niveles sirven a la construcción de la estructura dramática.

Aquellos logran implicar a Lorena (Claudia Álvarez) y Christian (Carlos Alberto Méndez), sucesivamente, en el juego sexual del intercambio de parejas, luego en filmar videos caseros para vender y, más adelante, en aceptar un «contrato» con un español, Samuel (Luis Ángel Batista), que les ofrecerá sumas más impactantes por escenas violentas de este corte.

Droga, sexo, vicio de redes, videojuegos, venenos y entretenimientos, seguidores en Instagram y sueños sin asideros.

Un paisaje temático de sumo interés y actualidad aquí, si bien hasta saturado en el arte contemporáneo.

Pero obra y puesta tienen mucho camino por andar para esa nueva vuelta que llegará. Falta acción real, no bastan los enunciados de la acción. Demasiadas palabras. Y falta realidad. Hacerlo, impactar, no complacerse en el dibujo teatral. Integrar con solidez escenografía (Virginia Karina Peña), pantalla y escena, que no dialogan, de veras, hasta la despedida. Significar el juego, guía del espectáculo desde su título. Asumir, actrices y actores, con profundidad la poca densidad de sus personajes, valga la paradoja, y ofrecer caracterizaciones más específicas, más depuradas o se corre el riesgo de que todos parezcan iguales y de que los actores se repitan a sí mismos.

En un hermoso momento, los protagonistas se preguntan, ¿qué vas a extrañar cuando ya no estés aquí? Se contestan con una larga relación de pequeñeces de la mayor importancia, su más honda carta de identidad. Y cuando se someten a pinchazos, golpes, sangre y ahogos, se rebelan. Han visto el límite, a pesar de la tentación del dinero. Deben decidir si continúan o no. O acaso, como en un videojuego, soñar que, bajo la nieve de Tallin, el superhéroe salva a la joven y tienen nueva vida para jugar otra vez.

Foto de Portada: Tomada de la revista digital Alma Mater.