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“Un artista, no puede jorobarse”

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Por Kenny Ortigas Guerrero

Siempre es gratificante y enriquecedor, escuchar las lecciones que ofrecen los grandes maestros del arte. Ellos han legitimado su obra desde el hacer constante, desde la investigación, desde el no rendirse a la primera y perseverar por encima de todas las cosas, por lo tanto, su palabra sirve de guía y faro en cualquier situación o contexto. Un ejemplo de esto fue la intervención del teatrista René Fernández Santana –Premio Nacional de Teatro 2007- como parte de un panel que se dedicaba a los 60 años de la creación de los Teatros Guiñol en todo el país, en el marco del pasado Taller Internacional de Títeres de Matanzas 2022, que dirige Rubén Darío Salazar, bajo el auspicio de diferentes instituciones.

René comentaba que la historia del teatro y el títere no constituían un recorrido anecdótico por diferentes etapas de la existencia del hombre a modo de simples ilustraciones decorativas, sino que revelaba un constante enfrentamiento a las complejidades y condiciones que imponen las distintas realidades.

De esta afirmación, se entiende que cada momento encierra sus propias dinámicas, contradicciones, y el arte teatral se coloca al centro de estas situaciones, y no lo hace por el simple hecho de “reflejar” la realidad. Su verdadero sentido radica en cuestionar e interrogar el aquí y ahora para intentar transformar conductas, posturas y procederes.

Es labor del arte acentuar los relieves de los conflictos de la vida, filtrándolos a través del prisma metafórico de la creación, para colocar al hombre ante nuevas perspectivas de análisis, y hacerlo a través del disfrute y goce estético permite adentrarse de mejor manera en los poros de la sensibilidad.

En circunstancias tan difíciles y apabullantes como las que nos rodean, ¿hasta dónde llega el compromiso y la responsabilidad de los jóvenes creadores para tales empeños? ¿Cómo puede el arte del títere continuar acompañando todos estos procesos de transformación desde la cultura, empleando nuevas fórmulas que seduzcan a un público cada vez más ensimismado en el universo tecnológico?

Una cosa lleva a la otra, no se puede hablar de compromiso y responsabilidad sin abordar el concepto de la “verticalidad del artista” sobre el cual René Fernández también disertó. No tiene que ver con ser esquemáticos o poco flexibles para asumir nuevas formas y posibilidades de expresión, más bien se trata del ser ético. “Un artista no puede jorobarse”, dijo.

Es que no se concibe a un artista que no sea contundente en sus planteamientos, que no sea capaz de cultivar un espíritu de voluntad inquebrantable ante las vicisitudes y dificultades, y que no se ocupe de superarse a sí mismo cada día para trascender y dejar huellas. No es permisible una actitud endeble para quien trabaja con el alma del ser humano y la hace soñar.

La realidad a la que estamos sometidos, nos conduce por no pocos caminos a la desidia, y las continuas distracciones provocadas por la inmediatez, sumado a las influencias de un mercado alienante y banalizado, se encargan de obnubilar las verdaderas esencias que sostienen nuestra cadena de valores humanos. La astenia debe ser abolida para quienes han escogido el universo de la creación artística en todas sus manifestaciones.

Con su voz apasionada, como la de un niño que no ha perdido la capacidad de asombro, René Fernández defendía algo que existe más allá de la técnica, algo que alberga un poder especial que hace visible lo invisible, tiene que ver con factores, hasta cierto punto subjetivos, y son las ganas, los deseos irrefrenables de desplegar las alas de la imaginación en donde creadores y espectadores se funden en un solo vuelo… irrepetible.

Venía entonces a mi pensamiento esa expresión del pintor ruso Vasili Kandiski cuando decía que “…toda obra de arte nace de una necesidad interior…”. Y puedo agregar, además: una obra sincera surge de la verdad, es hija de la unión amorosa de todos sus elementos conceptuales y materiales.

René ha llevado las riendas de Teatro Papalote con pulso fino y seguro. Confesaba que había sido difícil y que por momentos se sentía solo ante la ausencia de grandes amigos que, como Mario Guerrero Zabala (líder y director del Teatro Guiñol de Camagüey por varias décadas) -con quien mantuvo una hermosa amistad- habían formado parte de una generación fundacional. Pero a su vez, ese estado de constante “inquietud” ante el hecho artístico lo mantenía vivo: “el artista vive al límite, esto le permite ver los vórtices, los extremos de las causas de las cosas”, acentuaba con especial interés, ya casi al final de sus palabras.

Puede que René dijera un poco más o un poco menos de lo que aquí escribo, han pasado un tiempo desde que culminó el evento y quizás mi memoria me traicione olvidando algún detalle de interés, pero redacto cada oración motivado por sus reflexiones abundantes de sabiduría, experiencia y rogando al universo que me de las mismas fuerzas y energías que le han dado a él, para conservar a través de los años un corazón rebosante de esperanza y alegría.