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Tres afortunados aniversarios para la escena cubana en 2020

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Por Pascual Díaz Fernández

Este año cumplen aniversarios de gran relevancia sucesos teatrales de indudable trascendencia nacional e, incluso, internacional, ocurridos en Santiago de Cuba, que bien vale la pena reseñar. El primero, y el más importante en el tiempo, es el 500 aniversario de las primeras representaciones escénicas en el Nuevo Mundo. Según el investigador Rine Leal, en las Actas Capitulares de la villa aparece registrado que se le entregó a Pedro de Santiago, una cantidad de dinero para una danza de arcos y lienzos para la fiesta del Santo Patrón. Era una festividad procesional, espiritual y ecuménica.

Danzas de arcos se hacen aún hoy día en muchas villas costeras de Galicia, con las que despiden o reciben a los pescadores y marineros. Todo parece indicar que la procesión de aquel año de 1520 estuvo dedicada a Santiago Apóstol, pero no existen pruebas contundentes al respecto. Los lienzos se emplean para los pendones del santo que bendice, guía y cuida a los hombres de mar. Cinco siglos después, nuestra escena es popular y callejera; expresión festiva y religiosa, de comunión y esperanza en que tiempos mejores vendrán. Lástima que no haya tenido la repercusión que merece el acontecimiento.

Mucho más acá en el devenir, y relacionado con la Revolución triunfante en enero de 1959, festejaremos el estreno de un espectáculo que marca un antes y un después en la danza santiaguera. El Conjunto Folclórico de Oriente, el 18 de diciembre de 1960, hace 60 años, estrena Orúmbila y la Ikú, lo que da fe de ser la primera agrupación de danza folclórica profesional creada por la Revolución, gracias a la energía creadora común de intelectuales y bailadores.

 Apenas seis meses antes, Ramiro Guerra había estrenado Suite yoruba con el Conjunto Nacional de Danza Moderna, hoy Danza Contemporánea de Cuba. Raúl Pomares, como guionista y Manuel Ángel Márquez, como coreógrafo y, ambos, como directores, bajo el impulso de Miguel Ángel Botalín y el apoyo de Fidel Estrada, rumbero y promotor natural en el puerto santiaguero,  integraron el equipo creador de Orúmbila y la Ikú. El Conjunto Folclórico de Oriente se instituyó como la agrupación fundacional del movimiento danzario santiaguero: folclórico y moderno, profesional y de aficionados, de danza y de teatro.

En esta legendaria compañía están los principales axiomas de nuestra escena: la mezcla entre el teatro y la danza; la convergencia entre lo moderno y lo folclórico, el uso de los cultos sincréticos como recursos expresivos y líneas temáticas; la investigación como medio para expresar lo más auténtico de la cultura popular tradicional; y la comunión espiritual entre artistas y público.

En marzo 18, 1990, Rogelio Meneses Benítez estrena Baroko o El Pacto, a partir de la obra de Carlos Felipe, Réquiem por Yarini. La puesta en escena tiene el valor, aparentemente contradictorio, de la ruptura y la integración. Rompe con el sentido del espacio como ámbito y, a la vez, lo integra como un personaje de la trama; rompe con la dramaturgia clásica, pero integra la de los cultos sincréticos cubanos; rompe con las reglas de la actuación de Stanislavski, pero integra las propuestas de Grotowski y Barba.

Meneses extrajo otra fábula de la historia contada por Carlos Felipe. Planteó una hipótesis sobre el proceso histórico cubano del primer cuarto de siglo XX. Se valió de los rituales, la música, y las creencias populares cubanas para lograr teatralidad y cubanía, tradición y actualidad, ancestralidad y posteridad. Con toda razón, un crítico la llamó sinfonía teatral.

Hoy, una nueva generación de teatristas y coreógrafos está creando su propio discurso escénico. Ellos buscan en sus conocimientos teóricos y en la práctica escénica que ellos mismos desarrollan y conocen gracias a los Festivales y los maestros de la manifestación que vienen a la ciudad. Investigan y estudian. Son atrevidos e irreverentes. En el arte, la audacia es una bendición porque el arte no es lujo, es conquista. Lo terrible es la rutina, la autocomplacencia.

 Pero, asimismo, resulta saludable que sepan cuál es su herencia, de dónde vienen. Deben conocerla para no repetir desaciertos, por un lado y, por otro, para profundizar en los caminos iniciados por quienes les antecedieron.

Se dice que recordar es volver a vivir. Es necesario que el movimiento artístico santiaguero recuerde, a lo largo del 2020, estos trascendentales momentos de su historia para ver si tales grandiosas memorias lo hacen volver a vivir.

 

En portada: Actuación del Ballet Folclórico de Oriente en la calle Los Maceos, situada en el Casco Histórico
de Santiago de Cuba. Foto Miguel Rubiera Jústiz.

 

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