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Rosa Fornés y la razón suprema del arte

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Por Esther Suárez Durán

El teatro cubano fue la primera expresión artística en reconocerla con el Premio Nacional correspondiente en 2001. Más adelante sucedió algo semejante en los medios de la Televisión (2003) y la Música (2005). Y es que Rosalía Palet Bonavia, conocida mundialmente en los ámbitos artísticos como Rosa Fornés; Rosita, para los cubanos, desarrolló una memorable labor sobre las tablas, en especial dentro de la compleja especialidad que llamamos teatro musical, donde se combinan el canto, el baile, la actuación y resulta imprescindible el donaire y la gracia.

En esa modalidad escénica la joven que se inició en el reino de la canción, en 1938, con solo quince abriles, encontró tres años después un vasto horizonte, al asomarse al género de la zarzuela, la opereta, el vodevil, la comedia musical en una fascinación que comenzó con el Asombro de Damasco, en el Teatro Principal de La Comedia, y se extendió a toda su vida.

Aprendió y se entrenó con los mejores. Si bien las compañías de Antonio Palacios y Ernesto Lecuona, respectivamente, le brindaron las primeras sólidas lecciones en su formación lírica, en la base de su formación dramática sobresale la gran pedagoga y actriz del teatro y la radio, un nombre injustamente olvidado, Enriqueta Sierra.

En esta década del cuarenta del siglo pasado destaca en la zarzuela, la opereta, el género chico y se prueba como actriz dramática (lo cual incluía la comedia) en temporadas bajo la dirección de Miguel de Grandy y también con la reconocida compañía de Mario Martínez Casado.

El arribo a una madurez artística con solo veinticinco años le propone buscar nuevos escenarios. Se radica en México, una de las poderosas capitales culturales de Latinoamérica, esta estancia y una primera película hecha en Cuba con el gran Ramón Peón a finales de los treinta le posibilitan tomar parte en más de una decena de filmes con los más importantes artistas de la etapa dorada de la cinematografía mexicana tales como Jorge NegretePedro InfanteTin TanResortesMarga López, los hermanos Soler, Luis Aguilar y otros tantos. Pero México significó mucho más, resultó definitivo en su carrera. La Compañía de Revistas Modernas del argentino Roberto Ratti reparó pronto en sus virtudes y la contrató como primera vedette; según ella misma esta fue su escuela en tal sentido.

Rosa fue proclamada por la crítica del país azteca como Primera Vedette de México por siete años consecutivos y luego Primera Vedette de América. Tales nominaciones no provocaron cambio alguno en su espíritu y trato, salvo el acrecentamiento del sentido de la responsabilidad profesional y cívica, y una cabal conciencia acerca de cómo relacionarse respetuosa y empáticamente con su prójimo.

Desavenencias en el matrimonio la impulsaron a regresar a Cuba, en 1952, donde la televisión daba sus primeros pasos. Cámaras y estudios la acogen de inmediato en los más diversos espacios, géneros, estilos, formatos. Interpretó obras teatrales de variada naturaleza, además del teatro musical en toda su gama y un vasto repertorio de canciones donde se exponía su peculiar modo de expresarse, resultado siempre de un estudio riguroso y la preferencia por una proyección dramática. Contó, incluso, en este medio con espacios fijos que alcanzaron altos niveles de audiencia. Su nombre equivalía a calidad y simpatía.

Durante estos años se presentó nuevamente en México, también en Estados Unidos, Venezuela, Honduras. En 1957 marchó a España donde actuó en importantes teatros de Barcelona y Madrid. En febrero de 1959 regresó a Cuba dejando un importante contrato que le garantizaba trabajo bien remunerado en los años por venir a la vez que un espacio en la escena ibérica ganado apenas en dos años a fuerza de talento y mucho esfuerzo.

Llegada a Cuba centró su labor en la televisión, donde trabajó incansablemente, sin dejar de presentarse en el teatro y el cabaret. Tal es así que en 1962 Rosa Fornés se encuentra entre los artistas fundadores del Teatro Lírico Nacional.

Participó en producciones musicales que representaron a Cuba en la antigua URSS, Rumanía, Polonia, Hungría, Bulgaria, Mongolia, también intervino en las aún recordadas ediciones del Festival Internacional de la Canción de Varadero entre l967 y 1981.

Realizó con sistematicidad programas de recitales en el Teatro Amadeo Roldán – muy seguidos por la fanaticada– entre 1968 y 1977, año este en que tuvo lugar el siniestro que inhabilitó la instalación.  A partir de tal momento y hasta 2007 se mantuvo sobre los escenarios a través de sus producciones musicales en formato de gran espectáculo y de obras teatrales ( algunas escritas especialmente para ella) como La permuta (Teatro Mella, 1980), Canción de Rachel (Teatro Mella, 1982), Confesiones en el Barrio Chino (Sala Covarrubias, 1984 y 87), Vivir en Santa Fe (Teatro Nacional, 1986), Para matar a Carmen (México, 1993), Nenúfares en el techo del mundo (Sala Covarrubias, 1997).

Nuestro cine la reincorporó en 1983 con Se permuta, filme al cual siguieron Plácido (1986), Papeles Secundarios (1989), Quiéreme y verás (1994), Las noches de Constantinopla (2001), Al atardecer (2001) y Mejilla con mejilla (2011).

Acaso la fama que le dio su exquisito desempeño, su altísimo rigor profesional y su temprano conocimiento de los imprescindibles requerimientos del mundo del gran espectáculo le atrajeron incomprensiones y denegaciones, sin que mediara diálogo alguno, y la indisposición a reconocerle su real estatus y a facilitarle la promoción que su talento y sus logros suponían, además de los recursos no solo materiales sino, y sobre todo, humanos adecuadamente calificados.

De modo que no es hasta 2001 que contamos con algún texto extenso relacionado con su intensa e interesante trayectoria. En esta fecha se publicó Rosita Fornés, un volumen que recorre someramente su biografía (Evelio R. Mora, Editorial Letras Cubanas). En 2004 y 2005 se editaron varias de sus canciones, en formato de CD, bajo los títulos Canciones de ayer y de siempre y Rosa del Tiempo (sellos EGREM y Abdala, respectivamente).

Tras una laboriosa vida falleció el 10 de junio de 2020, en la ciudad de Miami, Estados Unidos, a la edad de 97 años.

Sus restos viajaron a Cuba donde recibió el tributo sentido del pueblo que ella honró en todo momento y para el cual laboró sin tregua ni descanso.

Entre los distintos reconocimientos a su carrera artística se destacan el Diploma de Artista Emérita de la UNEAC (1988), la Orden Félix Varela (1995) y la Orden del Mérito Civil que le concede el Rey de España, don Juan Carlos, en 2011.

Gozó del cariño, la admiración y el respeto de todas las grandes figuras de la cultura cubana.

Quienes la conocieron coinciden en resaltar su legítima humildad, generosidad, trato respetuoso y afable, vivísimo sentido del humor, así como su decoro y su lealtad.

Como suele suceder, la transparencia y bondad de los propósitos, la tenacidad, la idónea preparación técnica, la inteligencia, y el talento probado vencen casi toda contingencia y terminan allanando los caminos del encuentro. Así los cubanos de distintas generaciones, profesiones de fe, credos políticos y espirituales, procedencias sociales nos hemos podido reencontrar en Rosa y la hemos reconocido en su magnífica dimensión, esa que precisamente reconoce y enaltece los afluentes de la cultura cubana, su vocación de diálogo con el mainstream de la cultura universal y su enorme potencia creadora.

Es esto, también, lo que celebramos en el centenario de una cubana insigne.

Rosa Fornés, Rosita para su pueblo, una mujer amante de la vida, de la belleza y la alegría. Alguien que desde muy temprana edad descubrió el fascinante mundo del arte, donde priman sentimiento e imaginación, y decidió habitarlo y desde allí expresarse y brindarse a los demás en un nivel rayano en la perfección, decidida a hacer mejor, mucho mejor, la vida de todos. Razón suprema del arte.

Foto de portada tomada de cubahora.cu