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Mirar a los nacidos en los 80

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Por Ulises Rodríguez Febles

Estaba acabando el año 2020 y Nacidos en los 80, de Teatro El Mirón Cubano, con puesta de Rocío Rodríguez Fernández y la actuación de Leynis Cabrera y Yanetsys Sánchez, nos mostraba la última propuesta de año en la escena matancera, que el tránsito de la nueva normalidad a la fase I impidió pudiéramos admirar en otras funciones en la sala de la calle Milanés, incluido la del aniversario 47 de la agrupación fundada un 10 de enero de 1984, y la programada función en el Teatro Sauto, en el marco de la Jornada Villanueva, días de teatro cubano, que pasó de ser presencial a virtual.
Nacidos en los 80 es un viaje, que comienza con un preámbulo sensorial, que nos remite mientras nos adentramos, en un laberinto casi museístico, a la década en que nacieron los que protagonizan la puesta, y otros, que intervienen en ella, como Sergio Martínez, que aporta su obra fotográfica a la instalación sensorial del artista Norlys Briones, además de documentar cada función, como acto vivo, conectando pasado y presente.

Sergio, que junto a Ayose Naranjo y Ernesto Cruz Hernández, se ha convertido en parte del trío de fotógrafos, que testimonian con belleza y rigor técnico, la escena matancera, aporta a la puesta un singular registro de objetos, que interactúan en la función con el público.
Sobre Norlys Briones, es importante apuntar que ha aportado a El Mirón Cubano, una visualidad específica, en otros espacios sensoriales, como el que consiguió transmitir en Mirabella, el primer estreno del año 2020 de la agrupación.

Nacidos en los 80 adquiere una connotación especial por dialogar con la historia íntima y colectiva del público. Imágenes, objetos, iconos, olores de una época, que nos remite a nuestra existencia, y que a cada cual trae recuerdos disímiles, algo que sintetiza coherentemente la puesta, por ser una propuesta que dialoga con planos referenciales de un momento, en que se mezclan las influencias mixtas de las culturas rusa y de los países del antiguo campo socialista, las norteamericanas, con lo nacional, y sus invenciones en varios aspectos de la vida, una reminiscencia en el Tiempo, desde el fluir de la Memoria.
En una estructura que juega con instantes vivenciales, recreado por las dos actrices, que se sumergen, y nos sumerge en un universo histórico muy particular, que también se adentra en los noventa, a veces onírico, otras lúdico, siempre en constante comunicación con un espectador activo, que interviene aportando sus visiones, sumándose, por ejemplo, a cantar una canción, en una puesta que recrea la felicidad desde la nostalgia, al menos así lo siento, cuando sentado en un cojín, donde puede estar lo mismo una imagen de Chuncha, Elpidio Valdés o Loleck y Bolek, entramos y permanecemos, en la transfiguración escénica que nos propone una nueva generación de “mirones”, en sus búsquedas, aún en proceso.


Hermoso ( por la visualidad, que asume códigos del teatro de figuras) y conmovedor espectáculo, con una estética que le debe mucho al Teatro del Objeto, con una visión muy personal y renovada,  en la que la palabra, como testimonio íntimo y a la vez de una generación, imbrica varios resortes sensoriales, que propician referencias de diversas procedencias ( sociales, ideológicas), que van desde la música, las imágenes, lo objetual, los sonidos, todo transfigurado en un particular lirismo y en la autenticidad de las mixturas de planos temporales y de espacio.

Imágenes y  sucesos, tejidos dramatúrgicamente, con una especial sensibilidad creativa, que imbrica, entre otros, el comic, pasajes bíblicos, como los de David y Goliat), acontecimientos históricos de particular simbolismo en el imaginario popular de la revolución cubana, que conectan al público, no importa la década en que haya nacido. Luz y penumbra, como en la sala oscura de un cine de barrio o como un apagón de los noventa, transmutado en la imaginación infantil, en acto lúdico; el laberinto del recuerdo, vislumbrado en los fragmentos de nuestras vidas.
Cuando uno sale – y es lo que experimento – de la sala de Manzano, lleva en su piel y en las vísceras, como me ocurrió también a finales del 2020, con un Cuadro especifico del espectáculo Tó etá bien de Teatro del Viento, por esas remembranzas, entre otras, de una década como la del ochenta, por la que siento una contradictoria empatía y un goce, que se relaciona, con un punto en común, y  es que «con poco, llegamos a ser felices». Eso sentí, y lo escribí sobre el papel, que el grupo ofrece al público, y luego guarda, en uno de los cofres, sobre los que se levanta la propuesta de El Mirón Cubano. Sin dudas, es una visión personal, en la que cada cual, se relaciona con experiencias diferentes, que el espectáculo propone, sin dejar de buscar, de reinventarse posibilidades.
Nacidos en los ochenta dejó en mis manos (por cierto perfume, que se reparte a los asistentes, “¿Tú?” “¿Moscú?”) un olor, y en el cerebro, un poco de mi historia personal, y la de otros, de la que todavía no he podido desprenderme.
La pausa de la fase I, con sus cintas blancas que cierran el paso y alertan sobre la presencia de positivos al covid en las calles matanceras, nos ha separado – de nuevo – como espectadores de los teatros, y a los artistas del escenario, del vínculo con su público; pero posibilita, seguir ensayando, indagando en los recodos de la memoria de los ochenta, de sus nacidos o de los que por esa década transitamos, para que sus delirios, traumas y esperanzas, recobren vida, bajo el manto que el teatro propone en la sala de la calle Manzano.

Fotos Sergio Jesús Martínez