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La música del viento

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Por Jesús Lozada Guevara

Tradición, tradicional, hasta hace muy poco refería a lo pretérito, rural y ágrafo de manera casi exclusiva. Todas las ciencias dedicadas a las “antigüedades” dirigían sus métodos de recolección e investigación, privilegiando el trabajo de campo en lugares lejanos y exóticos, hacia la búsqueda de los elementos más primitivos, intentando reconstruir, casi por capas, los vestigios de una manera de ser y de hacer que explicaran aquellos elementos que, no teniendo respuesta, se pudieran entender a partir de la supervivencia de vestigios, versiones o rastros de conductas primitivas, siempre referidas a una Edad de oro, anterior a la Historia. Ruth Finnegan, en un valioso texto, pone énfasis en otros derroteros hasta hacernos visible a la misma como un sistema de ideas y costumbres en constante movimiento, es más, en construcción, donde se entrecruzan lo colectivo y lo individual, lo anónimo y lo autoral, creando un espacio vivo y por lo tanto cambiante.

Palabras al Viento, compañía de Narración oral que dirige Fermín López, se inscribe en la dirección de asumir los elementos tradicionales como piezas vivas a las que se pueden añadir elementos y códigos comunicacionales actuales buscando encontrarse con sus públicos al abrir el proceso de creación de modo que lo multimedial se encuentre con temas y relatos comúnmente considerados “tradicionales”.

Su espectáculo Los músicos de Bremen, con la dirección artística de Yeriber Pérez, reafirma una poética que tiene que ver con la fiesta y lo lúdico, lo carnavalesco postmoderno, que se da en la cultura popular urbana, creando “nuevas tradiciones” a partir de elementos del imaginario social.

Los músicos… (Die Bremer Stadtmusikanten) parte del cuento maravilloso recogido por los hermanos Grimm, que se corresponde según Aarne-Thompson-Uther al tipo 130, es decir, a una historia de animales en refugio nocturno, y que está en el repertorio de muchas agrupaciones teatrales, musicales, plásticas o de la producción audiovisual. Por lo tanto, los holguineros trabajan sobre material conocido y reiteradamente usado que forma parte del imaginario de muchos corriendo el riesgo de llover sobre mojado. Sin embargo, la fábula se asume desde los códigos de los juegos populares iberoamericanos, la música arreglada por Yeriber Pérez sobre la base de ritmos cubanos y una dinámica minimalista que abre la puerta a la imaginación y a la creación con los públicos. Una guitarra, una armónica, una pandereta y dos cuerpos sonoros y parlantes bastan para colmar el universo sensorial y simbólico. Escena desnuda que se llena con la potente presencia escénica de Blanca Isabel Pérez y de Lay Verdecia, pues hasta los vestuarios están construidos a partir de elementos vaporosos que sugieren los atuendos del juglar pero que no se les completa o ciñe.

Un perro imaginado con una lata y un cordel, un gallo que es armónica emplumada, o un burro y un gato-pandereta resueltos desde el cuerpo de los narradores y músicos ambulantes, vienen a resultar poderosos estímulos a la imaginación a partir de una sutil manipulación de los elementos de atrezo y no de la representación realista de los cuatro animales protagónicos o de la banda de malhechores que habitan la casa del bosque, pero que nunca nos son presentados y que logramos ver conversar o huir en estampida ante la inminencia del supuesto monstruo cuya ferocidad es más obra de su pánico que de la verdad representada.

Sin abandonar la esencia de las artes del relato el director incorpora recursos a la representación que le permiten estimular al receptor desde múltiples frecuencias creando un espectáculo pansensorial que potencia la recepción del texto sin entrar en los conflictos, sino que, desde los sucesos, que son los que mueven al cuento oral.

Lo superfluo, el adorno, lo que estorba y enlentece la progresión de la fábula es desterrado; haciendo énfasis en aquellos elementos que permiten una progresión dramática que se mueve entre el planteo de la historia hasta el final donde se resuelven la totalidad de los enigmas dejando claro lo que se trata de narrar: un cuarteto de animales abusados, lanzados a su suerte cuando ya no tienen supuestamente más que dar, encuentran destino y sentido a sus vidas cuando hayan casa y familia. Denso contenido que, sin embargo, al potenciar el divertimento no se nos hace pétreo e inmóvil, sino todo lo contrario.

Palabras al Viento, su director y colectivo de narradores orales, destacan en el panorama escénico nacional por haber encontrado un estilo o al menos una voluntad de este que les diferencia de otras agrupaciones a partir de la combinación de elementos tradicionales de la cuentería y la narración oral contemporánea con una espectacularidad que les proporciona códigos de comunicación y proximidad con un público marcado por la combinación de lo audiovisual y lo verbal, en el que siguen vigentes los códigos del mito y el rito que nos han acompañado como especie desde el momento en el que pudimos relatar lo cotidiano o lo soñado usando palabras, por cierto, las mismas con las que nombramos las cosas y los seres.

Fotos tomadas de la página oficial en Facebook de la Compañía de Narración Oral Palabras al Viento