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La Llavecita De Tu Corazón

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Por Roxana Pineda

“¡Iari, Iari, Chasqui Carigüeta, corre, corre, vuela y comunica! ¡Que todos se enteren, sepan los hechos terribles ocurridos que nos rompieron el corazón tal como se rompe el tiesto!”

 Así, como el aeda del manuscrito anónimo en quechua que narra los últimos días de Atha Wallpan. Así, con el vigor y la gracia desmesurada del hombre que nunca pierde el entusiasmo por la vida. Así, con el don de hacer reír y llorar al mismo tiempo, con esa natural manera de enseñar como quien no sabe nada, pero sabe todo. Así, sin mostrar una lágrima en un camino plagado de espantos y espinas. Así, con la indulgencia para no tragarse ni la más mínima parte de la intransigente belleza que siempre lo desbordó cuando soñaba otras realidades. Así, con paso lento y seguro, con mirada lejana e hiriente y profunda; con esa mirada que todo lo conoce y guarda para sí como un niño que se deleita resolviendo el más complejo de los rompecabezas. Así, sin olvidar su nombre, ni el de Patricia, ni el de Catalina ni el de La Candelaria. Así, de memoria el trayecto de su casa a la otra casa donde sembró las rosas más enigmáticas y declaró la guerra a la porquería de toda índole. Así, sin importarle el traje diario pero sí obsesionado por el incorruptible sabor a metáfora límpida de cada uno de los hijos que de sus entrañas ayudó a parir. Así, sin alarde de títulos, sin honorarios lujosos que hicieran posible una vida elegante que siempre rechazó. Así, peleador de molinos, inventor incansable, sarcástico hasta la médula, ávido de saber todo lo que de novedoso aparece en este mundo. Así, perseguidor irremediable de la justicia poética, comprometido hasta la médula con la historia de su país y la sangre de su teatro. Así, renovador sin tregua, él mismo Quijote de su propia existencia; legado quijotesco enorme el que su puesta  memorable nos dejó.

Maestro. Querido Maestro Santiago García. Te has ido sin paciencia porque la quietud no estuvo entre tus prioridades. Te fuiste rápido para que los que te acompañan conserven de ti esa sonrisa pícara y la mano que se alza para estrechar la mía y la de tus seres más entrañables cuando afirmas en alemán que has perdido la llavecita del mundo. Maestro. Es una condición que no tiene pergamino porque es una condición del alma. El Maestro de todos en la patria del teatro colombiano y más allá tiene un nombre y hoy lo vamos a escribir como una despedida.

El Maestro Santiago García, fundador y líder del grupo Teatro La Candelaria de Bogotá, Colombia, ha muerto. Este 23 de marzo, a la hora en que habitualmente lo podíamos encontrar camino a su grupo, se ha ido. Se fue tranquilo, sin grandes alardes porque nunca fue adepto a los agasajos que la frivolidad o las personas entendidas desearon entregarle. Huyó siempre de todo lo que significara reconocimientos y halagos, y su irreverencia ante lo establecido marcó el sentido de sus actos en vida. También en la muerte, porque es un Maestro entero.

Desde hace unos años decidió encerrarse en un mundo personal atravesado por la alegría y la paz. Pocos tuvieron acceso a ese mundo, y los que pudieron acompañarlo en los últimos tiempos saben que Santiago siguió siendo siempre el creador incansable, ese payaso que de niño hacía reír a las primitas y del que él mismo aseguró nunca iba a librarse cuando la madre en tono despectivo le dijo: tan payaso que será… Ni siquiera aislado en su país personal se desligó de las cosas por las que entregó toda su humanidad ni de las personas sin las cuales su biografía hubiese sido otra. Íntegro hasta el fin de sus días, no perdió el camino hasta La Candelaria ni la curiosidad de preguntar qué se ponía en cada sala cada día a cada hora. Se volvió el espíritu de La Candelaria y la Corporación Colombiana de Teatro. Sin que se dieran cuenta, él, el sabio maestro de la escena colectiva, los fue acostumbrando a esa presencia leve que está en todas partes sin molestar, como un amuleto que presagia y protege. Su gracia sarcástica y su criterio lapidario e irónico le pertenecen desde siempre, no fue una conquista de ese otro país al que se retiró con tanto gusto.

Habrá momentos para hablar de la inmensa deuda de belleza y maestría poética que el mundo del teatro tiene con su obra y su pensamiento. Habrá momentos para estudiar su testamento estético y político ligado a una obra inmensa, polifónica y siempre comprometida con la condición humana y la necesaria trasformación de la realidad colombiana por la que tanto soñó y se dolió. Habrá momentos para enseñar a los que llegan los rigores y los latidos del oficio cuando arte y vida se confunden en un mismo gesto para profundizar lo incierto y desestabilizar lo que se sabe, con plena conciencia de por qué y para qué; sin egocentrismos vacíos ni raquitismos estéticos que solo juegan al aplauso sin que se les queme el piso como asegurara Bertolt Brecht al que Santiago tanto admiró.

La tristeza es inmensa. El vacío inconmensurable. Pero vamos a pensar en Santiago. Vamos a venerar su memoria y su obra como él mismo quiso que lo recordaran. Él, sin decirlo directamente, porque es un artista rotundo, ha dicho cómo quiere que lo recordemos. Ha escogido irse en circunstancias tan extrañas que no podemos pecar de ingenuos. El mundo vive una pesadilla, algo desconocido en su trascendencia a todos los niveles del ser y el existir. Colombia está en cuarentena, una cuarentena múltiple por los muertos que ya son y por los que serán. Solo pueden asistir al  velorio del Maestro cinco personas. Y allí están. Pensándolo, recordando sus hazañas, con una lágrima a veces, con una sonrisa a veces. Y solos, sin más público para esta escena final que Santiago protagoniza magistralmente como tantas veces hizo. Nadie olvidará este momento, ni los que están ni los que no pueden entrar al teatro. Qué final tan hermoso y enigmático para este Maestro que supo como pocos aquilatar la fuerza del teatro, su capacidad para intervenir los sueños y sembrar humanidades.

Adiós Maestro. Yo sé que en ese país al que ahora viaja, nadie podrá quitarle el derecho a disfrutar la vida. Que así sea siempre Maestro Santiago García en nuestra memoria.

Foto tomada de Internet