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El escenario más dúctil: 70 aniversario de la Televisión Cubana (II)

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Por Roberto Pérez León

Lo bueno es algo que se consigue a través de la innovación.
Michel Foucault

Debido a sus posibilidades tecnológicas como artefacto y por sus potencialidades para mutar y crear subjetividades la televisión es un escenario muy dúctil, ajustado irremediablemente a lo contemporáneo.

En gran parte del planeta la televisión gesta existencias vicarias; por ella, muchos viven vidas que no han determinado por sí mismos sino que han sido urdidas con los sutiles hilos que desde la pantalla tejen la mente; la televisión alcanza tal poder que podemos llegar a ser una extensión de ella.

En medio de todos los peligros que entraña sentarse delante de un aparato de televisión la nuestra, de manera general, es bastante equilibrada. Se parece a nosotros que no estamos exentos ni ajenos al universo de imágenes de la aldea global; suele acercarse a lo que nos gusta y queremos dentro del marasmo de disociaciones sociales de las redes y el cerco del imparable movimiento de la información que manipula las probabilidades y los acontecimientos mismos. También, nuestra televisión se puede convertir en un espejo engañoso y medio que reflejar nuestras frivolidades y despreocupaciones o decirnos que somos los más bellos y eso da pie a venerarnos desmedidamente.

Nuestra televisión al ser cultural busca tanto la novedad como la rutina, la continuidad, la tradición, la reproducción, la preservación, la invención, la creatividad porque sabemos que la cultura es una praxis incesante y una experiencia histórica.

Al no ser una televisión comercial la nuestra se diferencia de las del resto del Continente donde cada televisora existe para la creación de necesidades innecesarias, totalmente prescindibles, provocadas por  las atroces intromisiones de lo comercial.

El relato de la televisión es el más unánime e invasivo en cuanto a imágenes y discursos. No podemos ser engañosamente críticos, la televisión es un medio de expresión cultural, un espacio para exponer intelectualmente no para dejarse ver; no es para estar en el candelero sino para llegar a ella después de la obra no hacer obra a partir de ella.

La televisión escenifica en imágenes con palabras y las palabras hacen cosas; aunque se diga que una imagen vale más que mil palabras no es del todo así; para concebir una imagen y para recepcionarla sustancialmente hace falta un universo de palabras que vienen de la cultura, de la capacidad de conformar un discurso crítico y analítico por parte del telespectador. La imagen puede hacer creer mansamente en lo que muestra si se carece de una actitud crítica ante ella.

De la misma manera que socialmente la televisión moviliza por la potencia de la imagen también desmoviliza.

La capacidad movilizadora de la televisión puede estar inadecuadamente posicionada cuando carece de reflexión sociológica, cuando el suceder y los accidentes de la cotidianidad se convierten en información no avalada profesional y científicamente desde el periodismo cultural, sociopolítico, económico o desde los equipos de realización cultural para llenar espacios de ocio.

La vida diaria está llena de incidentes que forman parte del tejido social y que es preciso reflejar desde el periodismo y desde el suceso televisivo ya sea ficcional o testimonial.

La banalidad que es hoy por hoy un mal que fatiga de manera insistente, nos debilita; la frivolidad,  la mediocridad requieren para ser narradas una intensa dedicación, un compromiso ético social, una densidad estética e ideológica vigorosa; la mediocridad en todas sus manifestaciones para que tenga un efecto social hay que describirla muy bien, como decía Flaubert.

Lo ordinario, el cada día puesto en la pantalla, para que tenga sentido social,  debe convertirse en extraordinario, sorprendente a través de la originalidad y la singularidad, así la fuerza excepcional de la imagen televisiva puede intervenir en la conformación de las categorías de percepción y valoración de la realidad.

Nuestra televisión como televisión cultural no solo está para reflejar la realidad sino para crearla también, más allá de describir puede prescribir la realidad.

La lógica de lo comercial se filtra en lo cultural. La lógica del éxito de la banalidad y la superficialidad sobre lo cultural es uno de los riesgos más fieros que puede tener una televisión como la nuestra aunque el mercado como campo de fuerzas, la ecuación definida por los índices de teleaudiencia que dictan las imposiciones comerciales, no sostienen nuestra programación.

Nuestros programas sobre cine -no las películas que se pasan sin más ni más-  generalmente van a contracorriente de los criterios de la gente, muchísima gente, demasiada gente que hace colas en los negocios donde se venden los seriales, ciertamente algunos excelentes pero una vez que veas diez excelentes el onceavo ya empieza a ser igual a todos los que viste antes.

A veces pareciera que esta aceptación multitudinaria es una instancia legitimadora en la producción de programas de televisión para “desconectar” y no para posibilitar la expresión del pensamiento en la telespectación, sino para llenar vacios de entretenimiento para pasar el tiempo en medio del ocio que contribuimos a que sea mentecato y no fecundo.

Los efectos políticos y culturales de la televisión son ilimitados. El hecho que tantos vean lo mismo modela conductas sociales.

Las revoluciones simbólicas que significan las obras de los artistas, de los científicos, la acción cultural global que engendra y contiene una concatenación de razonamientos formadores, orientadores en la conformación de un criterio ciudadano sólido deben ser descriptores televisivos, definidores conceptuales y estéticos.

¿Cómo influye nuestra televisión en la producción cultural, científica, artística?, ¿Qué lugar ocupa la televisión entre nosotros en los momentos de ocio?, ¿En qué lugar está la televisión como ocupación humana?, ¿Qué porcentaje de la población prefiere leer obras literarias?

La imagen a escena mediante la televisión es un trabajo dramatúrgico particular en tanto no se trata de adaptar para poner en pantalla, se trata de configurar un espacio tiempo expresivo que precisa, como toda puesta en escena, de una dramaturgia con proyección, recepción y significado soportada en una escritura escénica particularmente técnica.

Sabemos que “desde que hay puesta en escena puede estimarse que existe necesariamente trabajo dramatúrgico”; el análisis dramatúrgico se impone siempre.

Hacer televisión precisa de una trabajo dramatúrgico con los medios de articulación escénica para estructurar un campo semántico engendrado desde la dramaturgia de la imagen correspondiente a la técnica televisiva con que se cuente.

La televisión con sus elementos expresivos produce una escritura dramática más allá de que exista un texto literario propiciador; para el medio televisivo es irrevocable la construcción de la imagen, como acción artística, portadora de los adecuados espesores (signos) significantes.

Los procesos y los procedimientos de la televisión han enriquecido las elaboraciones conceptuales de la dramaturgia contemporánea, han agregado un accionar escénico con significados que, por la particular recepción, son productores de un poderosísimo sentido social.

Las posibilidades de opciones tecnológicas y la invención televisiva pueden generar elementos expresivos singulares para la dramaturgia de la imagen a escena; esto conlleva la definición de estilos soportados por la especificidad de los medios técnicos disponibles que en última instancia son los que van a decidir la escenificación urdida con códigos o modos de la imagen-movimiento.

Delueze, al respecto, acudiendo a la definición de Bergson sobre el afecto, señala dos características:   una tendencia motriz sobre un nervio sensible. Cada vez que descubramos en una cosa esos dos polos: superficie reflejante y micro-movimientos intensivos podremos decir que “esa cosa fue tratada como un rostro, fue encarada o más bien rostrificada, y a su vez ella nos clava la vista, nos observa… aunque no se parezca a un rostro.”

Siempre se ha pensado que uno ve las imágenes, pero no que las imágenes nos miran. Cuando esa capacidad de la imagen-movimiento es desatendida y se carece socialmente de la crítica de la imagen desde la reflexión crítica de la imagen misma estamos colonizando la percepción.

La televisión, como el cine, pero de manera más comprometida socialmente por su asiduidad, es un acto de sentido.

Conviene acercarnos mediante una concepción semiológica porque no se trata de ejercicios de exhibición o representación sino de un acto de sentido desde la “imagen-afección”.

Existe correlación entre términos tales como afecto, pasión, emoción, sentimientos.

Se ha definido la pasión como “el punto de vista de quién es impresionado y transformado con respecto a una acción”. Ahora bien, “el punto de vista de ese otro, el punto de vista de quien padece el efecto de la acción, es una pasión”.

La televisión actúa sobre nosotros, nos impresiona, nos afecta en el sentido que el afecto es una afección. El punto de vista de quien es afectado es una pasión. El efecto de la acción televisiva es un afecto, una pasión.

Para cualquier análisis de la televisión puede ser producente no el paradigma semiótico racionalista cognitivo y representacional sino aquel que incluya las pasiones donde el signo deja de ser mera representación y se convierte en acto de sentido; sentido producido por los sistemas significantes que, en su conjunción estético-tecnológica, actúan sobre el telespectador y lo afectan de la forma que el afecto es una afección; quiere esto decir que quien recibe el efecto de la acción televisiva es un afecto o digamos una pasión. Así el punto de vista de quien es afectado es una pasión.

La imagen-afección es un tipo de imagen y un componente de todas las imágenes. Desde esta perspectiva podemos pensar semiológicamente la televisión, no en términos de representaciones conceptuales sino de actos de sentido a través de la imagen movimiento.

Desde la idea inicial hasta la confrontación con el espectador, la puesta en forma televisiva tiene que sustentarse sobre las dos columnas sostenedoras de todo audiovisual: la sonora y la visual como desarrollos de realización, con parámetros morfológicos propios de un texto televisivo a partir de lo distintivo en el uso de los recursos del lenguaje en cuestión, y de la tecnología con que se cuenta.

Sí, nuestra televisión puede ser más emprendedora temática y formalmente. Cada vez la exigencia creativa debe ser mayor, se precisan riesgos estéticos y atrevimientos en el manejo y la construcción de ideas, urge más novedad en la dramaturgia de la imagen para posicionar, con definición cubana, nuestra imagen dentro de la contemporaneidad.

Foto de portada tomada del Portal de la Televisión Cubana (http://www.tvcubana.icrt.cu/)

 

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