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Del teatro al cine: El principio de la ambigüedad

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Por Frank Padrón

La Televisión Cubana estrenó recientemente un filme brasileño de 2017 que, como otros tantos, parte del teatro, me refiero a Liquid Truth (con el que se ha comercializado fuera de ese país) , originalmente titulado Aos teus olhos.

La pieza teatral El principio de Arquímedes, del célebre autor catalán Josep María Miró, le sirve de fuente, una vez más  (su coterráneo Ventura Pons la llevó también a la pantalla). El público habanero, a propósito, pudo verla en escena cuando hace unos años la dirigió  Abel González Melo, en una coproducción Argos Teatro y Los Impertinentes y que contó con la presencia del célebre dramaturgo catalán.

Representada no poco en varios escenarios internacionales, la obra —XXXVI PremiBorn de Teatre 2011— se mueve en el terreno de la duda, la manipulación y la desconfianza, tres cabezas de una hidra que como el cuerpo sumergido que emerge del agua según reza el principio físico que le da nombre, surgen de un suceso posible: un entrenador de natación besa en los labios a un niño. A partir de este hecho que, real o no, pone en jaque al acusado, la directora de la institución, los padres, compañeros de trabajo, las redes sociales y con ello la opinión pública, se sondean aguas que implican contradictorias posturas individuales y colectivas.

Miró, autor que juega en todos sus textos con la otredad, la ambigüedad y las refracciones del espejo(La mujer que perdía todos los aviones, Nerium Park, Tiempo Salvaje,…) explora aquí el espacio como resultante, cómplice y prolongación de estados anímicos y reacciones.

En su lectura escénica, González Melo (dramaturgo que va pulsando con éxito la dirección y que como autor comparte algunas de esas inquietudes con su colega catalán)  logró trasmitir las sutilezas y enveses de la escritura, mediante procedimientos analépticos, bilateralidad espacial y angulaciones invertidas que junto a la reiteración de acciones, y un sentido del reflejo —la piscina en tanto espacio semantizado, la variedad de puntos de vista— invitan no solo a la polisemia sino a la participación del espectador como sujeto “dudante”, que reflexiona y se cuestiona buscando más un juicio ético que un veredicto de tribunal, objetivo del texto que la puesta supo proyectar con la complicidad de factores esenciales, tales la escenografía (Omar Batista ), la banda sonora (Denis Peralta) y el diseño de luces (Jesús D. Acosta) junto a desempeños matizados, interiorizados y seguros del elenco (Alberto Corona, Amaury Millán, Yailín Coppola y Frank Andrés Mora).

Respecto a la versión fílmica que pudimos ver de nuevo gracias a la TV cubana (se estrenó en un festival de cine)  y que dirige Carolina Jabor (Boa Sorte), tampoco importa demasiado de qué lado está la verdad, sino precisamente lo frágil e inatrapable (aunque en apariencia sea transparente) que resulta aquella, justo como el agua a que alude el título del filme en inglés: Verdad líquida.

El relato juega todo el tiempo con la ambigüedad, con las posibilidades de que esa “verdad” antagónica que sostienen el niño y el profesor pueda indistintamente adaptarse a la realidad, de modo que el inteligente guion trabaja todo el tiempo con sutileza y oblicuidad, tal como son siempre las respuestas a las preguntas que formulan la directora de la piscina, el padre del niño, la misma policía al protagonista.

Otro de los méritos del guion escrito por Lucas Paraizo es la sapiencia en la construcción de los personajes, heredados del referente teatral; todos dudan, a la vez que actúan según sus personalidades e intereses. La puesta en pantalla no es menos deslumbrante con las imágenes del agua en la piscina agitándose constantemente. El sonido, incluyendo una música que no olvidó lo mucho que de thriller posee el filme, contribuye admirablemente a la atmósfera angustiosa y opresiva que, in crescendo, va desarrollando el relato hasta el último plano, donde a propósito, no hay soluciones ni desenlaces.

Las actuaciones no se quedan detrás: Daniel de Oliveira consigue una labor superlativa en la piel de ese maestro que de risueño y amable se torna angustiado, hosco y lleno de miedo (como en algún momento confiesa), víctima, sea culpable o no, del odio, el prejuicio y la manipulación; la cámara le ayuda sobre todo con expresivos primeros planos que trasmiten su paso por el Infierno. El resto del elenco lo secunda con semejante rigor.

En fin, otras bodas felices entre el cine y el teatro, fuente infinitamente rica.

En portada: El principio de Arquímedes, puesta en escena dirigida por Abel González Melo en La Habana. Foto Buby Bode.

 

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