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De cuando la familia Romaguera entra a escena 

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El estreno de Aire frío, el 8 de septiembre de 1962, es uno de los momentos trascendentales dentro del teatro moderno cubano. Le corresponde a Virgilio Piñera la consagración dramatúrgica que nos empotra dentro de la evolución teatral. Sesenta años después, Aire frío continúa siendo el acomodo de la belleza más cotidiana, la expresión de lo cubano en sobrada sencillez.

Por Roberto Pérez León

No existen restricciones estilísticas para una obra de arte. El teatro como parte del arte no necesariamente tiene que ser de un modo especial o distinto. En teatro como en todo se es moderno, contemporáneo, convencional, tópico, etc.

¿Qué es ser contemporáneo en el teatro? ¿Qué es una puesta en escena contemporánea? Muchas son las razones para indagar sobre el teatro y su relación con el tiempo. ¡El Tiempo!

El tiempo puede producir modificaciones paradigmáticas, criterios categorizadores, evoluciones, progresos. De cualquier manera la relación temporal en el arte es una ardua batalla argumentativa. Lograr una definición falsable de lo contemporáneo aliviaría la beligerancia conceptual al convertirlo en algo más científico.

En una realidad (postrealidad digital) signada por el ciberfetichismo, el algoritmo de una estética “aceleracionista” también nos permite seguir pensando a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

El concepto de “acelaracionismo” está entre las nuevas corrientes del pensamiento “guay” y su relación con la modernidad y/o la contemporaneidad, las travesías por el presente y las andanzas en la futuridad (veamos este término como un sustantivo abstracto).

El presente es escenario de hechos, sucesos, acontecimientos; que sucedan en el presente los hace ser contemporáneos si vemos el término con carácter meramente temporal. Por otro lado, lo más reciente se diferencia de lo contemporáneo al ser considerado como moderno y despliega una lógica que adquiere coherencia múltiple.

Lo moderno puede revelar un período, un estilo y no precisamente lo más reciente; lo contemporáneo se ve como algo del presente, de la actualidad, de lo de hace poco y que a su vez es innovador, experimental.

Vaguedad queda en estos intentos definitorios. La lógica de las interacciones globales sobrepasa la noción temporal.

Cuando decimos teatro contemporáneo puede decirse que es el teatro más reciente o cuando queremos oponerlo al que fue teatro moderno, el que formó parte, por ejemplo, de las vanguardias históricas de principios de siglo XX.

Lo contemporáneo se lo puede ver como eso que está entre el pasado y el futuro, que está en el presente, en un presente pujante.

Por lo general, el teatro contemporáneo hace referencia a una forma, una estética, una práctica procedente de una ruptura, es una especie de giro, una experiencia que no ha sido superada o cuestionada.

Lo cierto es que lo contemporáneo se bandea entre muchos criterios. ¿Lo contemporáneo cuando deja de serlo en qué se convierte?  Pero lo que está pasando como contemporáneo en la práctica crítica es lo que pasa por moderno o hipermoderno.

Hay contemporaneidad experimental que desdeña las producciones poco innovadoras. El término contemporáneo se emplea desde el punto de vista normativo al introducir una serie de elementos que rechazan el pasado.

Es más conveniente emplear el término contemporáneo no desde el punto de vista normativo sino temporal: lo que está ocurriendo ahora; lo que ahora renueva el presente y lo posesiona dentro de la ¿modernidad?

Existe una definición casi canónica que dice que la modernidad es la obra que es permanentemente presente en presentes nuevos.

Lo contemporáneo tiene en el teatro un presente no vivido, el escenario al teatrarnos nos muestra y en esa mostración nos descubrimos y podemos ver aquello de lo vivido que se nos escapó

En 1958, Virgilio Piñera llega de Buenos Aires y escribe Aire frío: pieza expedición alrededor de un ventilador y la obsesiva necesidad de tener uno por parte de Luz Marina como personaje dominante. Pero en realidad el personaje principal es el tiempo que lo pulveriza todo a través de 18 años de vida familiar.

El estreno de Aire frío, el 8 de septiembre de 1962, es uno de los momentos trascendentales dentro del teatro moderno cubano. Le corresponde a Virgilio Piñera la consagración dramatúrgica que nos empotra dentro de la evolución teatral. Aire frío alcanza el acomodo de la belleza más cotidiana, la expresión de lo cubano en sobrada sencillez.

La familia Romaguera de Aire frío tiene su tronco en la familia cubana genérica. Aire frío es la familia de su autor. La pieza es escandalosamente autobiográfica:

“debo confesar –declara Virgilio en el prólogo a su Teatro Completo–, que esta pieza es más que todo una inmensa catarsis. ¡Cuántas cosas he tenido que sacrificar, cuántos pareceres, la oposición de mi familia; sobre todo, esos escrúpulos de conciencia que nos asaltan cuando uno se decide a poner sobre el papel a otras personas, y esas personas son mis padres y mis hermanos!”

Aire frío, sin eje argumental radical, avanza en un todo compacto que marca la trama que no se resuelve, porque así tenía que ser para Piñera, que al llegar de Buenos Aires encuentra a todos los suyos con el mismo temblor, deshojando el mismo clavel, con misma sed y el mismo calor.

Aire frío es la frustración que por tan cotidiana no se tiene conciencia de ella sino a través de rabias y arrebatos espasmódicos que llegan y se van, se alivian con par de abanicazos o con la errática esperanza de comprar un ventilador. Frustración total y absoluta. La pieza no tiene resolución. Ninguno de los personajes logra nada.

Aire frío es una obra perfecta, su perfección emana de lo cotidiano, cotidianiza tanto y tan bellamente, que tendrá el teatro cubano que agradecer siempre esta lección de autenticidad. Y todo por el calor: metáfora y realidad.

 Aire frío tiene todas las cualidades que necesita una pieza para ser infinitamente representada. La pieza como tragedia de la familia Romaguera tiene una factura dramática donde el centro está en todas partes y donde la realidad adquiere circularidad sorprendente, de figura perfecta.

La obra es una cruzada ligada a la idea de Sentido del Sinsentido que se evidencia en una nueva forma de encontrar la negación, a través de la ecuación que se resuelve con decisión ontológica axiomática: tener un ventilador.

Dentro de las artes escénicas existe una muleta conceptual que cuando algo cojea se agarran creadores y teóricos de ella y echan a andar como requeridos por una divina fortaleza. Fuerza, concepto, andamiaje teórico, parapeto, trinchera, resguardo o cálido nido. Eso y mucho más es lo que abarca lo contemporáneo.

¿De quién y de qué cosa somos contemporáneos? Y, sobre todo, ¿qué significa ser contemporáneo? Estas preguntas dan tela donde mucho cortar.

Hablamos de teatro contemporáneo de danza contemporánea, pero dónde empieza lo contemporáneo y dónde termina para que empiece lo otro, y qué es lo otro de lo contemporáneo.

¿Cuándo somos contemporáneos de algo? El tiempo está de por medio, pero el tiempo desde una posición cronológica o el tiempo como ritmo. El ser contemporáneo puede implicar un desfasaje, una intempestiva improcedencia en relación con el presente.

Digamos, para ser más claros, en relación al teatro cubano Virgilio Piñera con el estreno de Electra Garrigó se desconectó del entonces presente, se salió de los carriles de los cuales estaba orgulloso el teatro nuestro y se apareció con una actualidad inactual.

Formal y temáticamente Electra Garrigó no fue contemporánea de nada, ella fue una invención, un desacuerdo como factura y alcance con el presente. Eso es ser contemporáneo. Ser capaz de producir un soberano desvío, un improceder, un anacronismo que surta efecto como catalizador del presente orgánico de una lógica no cronológica. Lo contemporáneo no cronológico sino lógico.

Ahora bien, el enfrentamiento con su tiempo no hace del hombre un adversario sino un contemporáneo lúcido capaz de saber que no puede escapar de su tiempo.

En encajar perfectamente con su tiempo, no saber tomar distancia del tiempo que nos toca es una limitación, no se es contemporáneo por eso, se está sencillamente plegados a los avatares cronológicos.

En el teatro ser contemporáneo no es consagrarse al presente. Ser contemporáneo es hacer una nueva propuesta no sobre el tiempo que se vive sino establecer una creativa relación entre el creador y su tiempo, e incesantemente provocar fracturas que indiquen más miradas a lo contemporáneo desde la luz y desde las sombras.

Ser contemporáneo es ser raro desde una perspicua andanza entorno a nosotros mismos. Los jóvenes dramaturgos pueden obnubilarse con las contigüidades del presente y sus encriptadas claves de lo moderno, vistas como vanguardias primordiales, pero que no son más que primitivas y arqueológicas pese a su abrumadora cercanía.

Desde aquel, “el tiempo de ahora” prefigurado en los relatos bíblicos, se relaciona cada instante del pasado y sucede una interpolación de tiempos que dan lugar a una intertextualidad que se hace interrogante del presente. No se trata de ser solo contemporáneos de nuestro tiempo sino de los nutrientes del presente que significan el aquí y el ahora.

En portada: Puesta en escena de Aire frío por Argos Teatro. Foto Buby Bode.