«Cuando la fe se torna inquebrantable». A Teatro del Viento

Por Kenny Ortigas Guerrero

En conversaciones con mis estudiantes de la carrera de ballet, les comento que para alcanzar el éxito en la vida profesional, inciden varios factores. Algunos dependen totalmente del accionar individual de cada uno –la mayoría- y otros, simplemente son elementos que por razones un tanto metafísicas confluyen de forma tal que crean las condiciones propicias donde se llega o se está en el momento preciso a la hora y días correctos.

Quiero referirme a los primeros, esos que dependen cien por ciento de nosotros y que si no los cogemos con las ganas, energías, inteligencia y astucia suficientes no nos abrirán las puertas al crecimiento ni a un estadío superior del trabajo. Ellos, tienen que ver directamente con –y en primer lugar- el talento, comprendiendo que este también se educa, se moldea. Otros, lo constituyen la indagación y superación constantes, el no quedarse tranquilos ante una interrogante y buscar afanosamente la respuesta que yace oculta –a veces- delante de las narices. También son decisivos el tesón y la perseverancia, sin ellos la inteligencia y la instrucción se quedan a medio camino en la llegada a la meta ¿o es que, perseverar e insistir una y mil veces hasta hacer realidad la quimera es parte inseparable de la inteligencia? Lo cierto es que cuando toco el tema con mis muchachos en las clases uso como paradigma a seguir, la vida de un colectivo artístico que por ser ya mi hogar, lo siento en la sangre.

Nenes (así les digo a mis adolescentes futuros artistas) miren a Freddys y Teatro del Viento, ahí tienen el mejor ejemplo de lo que hablo. Y sí, a Teatro del Viento se hace necesario recurrir para entender procesos culturales que sobrepasan los límites del hecho artístico en sí mismo.

Lo que ha conquistado Freddys a lo largo de estos 22 años le ha costado muchos desvelos, agonías, sufrimientos –como cuando estando muy enfermo lo acompañaban sus médicos y enfermeros a la sala de la AHS en Camagüey para realizar sus ensayos con el naciente elenco de los primeros años- pero lo que nunca ha mermado es el empuje y la confianza en que solo “estando en pie” es que se puede mira al horizonte, trazar una línea precisa con los objetivos que se persiguen… y caminar, caminar sin que absolutamente nada pueda distraerte del sendero.

Se ha hecho habitual que alguna que otra vez a la semana vaya y me tome un café con Freddys en su casa, ahí conversamos nos disparamos sueños, proyectos y él me dice: «Kenny, no quiero irme de mi país, porque aquí encontré el teatro, que es mi pasión y sin eso, me muero. Ahí entiendo que hace 22 años los muchachos del Viento hicieron pacto de sangre con esta isla y su realidad, pacto de inconmensurable compromiso con un arte rebelde y cuestionador de su aquí y ahora».

A través de la obra de Teatro del Viento se penetra con especial sutileza en las vísceras de disímiles problemáticas cubanas, que a modo de crónica quedan estampadas en el tapiz de la memoria de toda una ciudad, que a la vez representa todo un país. De admirar en ellos, su disciplina –base de la cohesión y el triunfo-, su hambre constante de investigación, su indetenible creatividad en la gestión de nuevos proyectos, “la confianza” de los unos en los otros.

Así pudiera enumerar muchos de sus valores pero prefiero no decir más, pues seguirán pasando los años y tendremos mucho tiempo de sacarle más lascas para el bien de la cultura a Teatro del Viento. Solo apuntar que en medio de este encierro provocado por el COVID 19, el viento puja contra las paredes que lo guardan. Soy testigo de que cada actor, cada técnico y personal de ese teatro es un soplo de aire violento que se escurre y logra acariciar el rostro de cada espectador que extraña los irreverentes discursos de Freddys al comenzar cada función y que acuden a la sala con la certeza de que será cada noche una experiencia inolvidable.

Hay Viento para rato, porque nada lo detiene, porque nada lo mengua, porque su fe se torna inquebrantable.

Foto de Portada: Archivo Cubaescena

 

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