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AmorBrujoAMOR, un mágico proceso de alquimia espiritual

Es esta una obra paradigmática sobre la que se ha escrito profusamente, poniendo en el centro de atención las características musicales que la definen.
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Por Layda Ferrando

Lento y en silencio salen a escena los músicos. Sus trajes arábigos son rojos. Asistimos al más reciente montaje de la compañía de Teatro El Público, bajo la dirección de Carlos Díaz: AmorBrujoAMOR.

Antes y después de su estreno el pasado mes de julio, hemos conocido que esta obra nace de la propuesta de César Eduardo Ramos, director musical del Ensemble Habana XXI, y que cuenta con el contratenor Frank Ledesma en el rol protagónico.

Se ha puesto énfasis en que, por vez primera en nuestro país, se asume la partitura original (1915) de Manuel de Falla para El amor brujo; Gitanería en dos cuadros, concebida originalmente para formato de cámara.

Es esta una obra paradigmática sobre la que se ha escrito profusamente, poniendo en el centro de atención las características musicales que la definen: variedad de matices, ritmos, aciertos tímbricos, modalidades y cadencias que producen una síntesis magistral entre los colores españoles y las influencias francesas y rusas.

Estoy en mi zona de confor. La música es protagónica. Inevitablemente dirijo toda mi atención a ella.

Ensemble Habana XXI no me defrauda. Su interpretación será a lo largo de la obra un flujo continuo de emoción, inteligencia, control, empatía y dominio musical de una partitura que, por su economía de materiales y su selección escrupulosa de los medios expresivos, resulta desde el punto de vista instrumental.

Pero debo confesar que rápidamente sucumbí ante el poder afectivo de la puesta, y a ello contribuyeron varios factores.

En primerísimo orden, el regio desempeño del cantante y actor Frank Ledesma. Si bien es cierto que un valor añadido a esta producción es que el rol protagónico queda a cargo de un contratenor, voz que posee la peculiar mezcla de delicadeza, pureza y fuerza —simbolismo esencial en la puesta—, el despliegue trascendental de excelencia vocal (y artística) de Ledesma fue impactante. De manera sobrecogedora, se paseó —cantando a capella, con orquesta y declamando— por una amplia gama de registros y tesituras, casi sin descanso.

Me extendería gustosa en señalar momentos especialmente logrados desde el punto de vista musical o en señalar guiños culturales, como la recreación habanerosa (cuasi un tango-congo con tambores batá) de la canción popular “Los cuatro muleros”.

No lo haré, pues considero pertinente develar, aunque sin la suficiente hondura y con el respeto a los profesionales competentes en la materia, los restantes factores que hacen de AmorBrujoAMOR, en la versión de Norge Espinosa sobre el original de María Lejárraga, un mágico proceso de alquimia espiritual.

Parte de nuestro pensamiento, nuestra forma de entender el mundo es, como sabemos, metafórica; y el rol de la metáfora es el de usar patrones conocidos.

Una vez más, El Público maneja convincentemente los patrones. La imagen de la puesta, sobria y cálida, restaura (ahora multiplicado) el símbolo del fuego.

Asistimos a través del vestuario, la escenografía y las luces a un fuego ultra-vivo, íntimo y universal; fuego que es dulzor y tortura, es satánico y puro. La danza es llama y luz que simboliza la trascendencia.

La marca de lo humano, su potencia, su expresividad y misterio se manifiesta en los sujetos-cuerpos de los protagonistas Antoñico el Candelas (Frank Ledesma) y su gitano (Roberto Romero), quienes penetran con firmeza en la travesía del amor.

La expresión corporal se sustenta en lo escueto y primitivo, para unir alma y cuerpo en una espiritualidad libre y liberadora.

Se logra el propósito de Norge Espinosa de contar una historia de amor entre hombres, y convertir a esos gitanos del original en voces que además dialogan con otros fantasmas. Fantasmas a los que yo prefiero llamar espíritus, para despojarlos de su simbolismo de alma errante o en pena. Son espíritus llenos de luz.

​​También podría estar Salvador Dalí. La escena final me remite al filme Sin límites (Dir. Paul Morrison, 2008) donde Dalí y Lorca se besan y se bañan a la luz de la luna en las aguas del mar. Y está el gran Manuel de Falla, quien al final de su vida reprobó algunas de sus obras, entre ellas El amor brujo, tal vez por razones de índole religiosa.

Sin embrago, me gusta creer que, de vivir en nuestra contemporaneidad, se sentiría pleno al asistir a la representación de AmorBrujoAMOR por el compromiso, la entrega profesional, el corazón abierto y la mano extendida que ha ofrecido esta puesta en escena.

Librarnos del realismo y permitirnos soñar es válido.

Foto de portada: Sonia Almaguer

 

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