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30 años de Teatro del Cuerpo Fusión: lenguaje del gesto y del silencio

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Dicen que la pantomima es un arte perdido.

Nuca ha sido un arte perdido y nunca lo será,

 porque es muy natural

Buster Keaton

Por Noel Bonilla-Chongo

Considerada por Marcel Marceau una suerte de arte total, la pantomima, donde “el silencio no tiene límites y los límites los pone la palabra”, ha sabido en su evolución transgredir los universos del teatro y de la danza para hacer estallar el silencio de su cuerpo poético y defenso. Y ahí, en su afán de dialogar con el legado de maestros fundadores y renovadores de este arte, también en el panorama escénico cubano se atesoran grandes nombres y oportunas conquistas.

Teatro del Cuerpo Fusión, la compañía que fundara la creadora Maritza Acosta está celebrando treinta años en este 2023. Maritza, mimo, actriz, bailarina, coreógrafa, guionista de espectáculos, profesora de técnica de pantomima y expresión corporal, con su agrupación ha procurado, contra vientos y mareas, liderar una importante acción gestora y formadora alrededor del arte del mimo.

Acosta, discípula de Julio Capote y Elsa Hernández, maestros certeros; colega de importantes artistas que desde el Grupo de Pantomima del Instituto Cubano de Radio y Televisión fueron pioneros en el desarrollo y divulgación de la manifestación en nuestro país. Justamente con ellas y ellos, se fue formando un gusto por esta milenaria práctica artística que, entre nosotros, exhibiera momentos de rotundo esplendor. Ellas y ellos, sus gestos y silencios sirvieron de set para acompañar el crecimiento de generaciones de televidentes y espectadores cubanos. Ellas y ellos, supieron engendrar al mismo tiempo signos y acentos, figuras que traslucieran las sensaciones de gozo y de dolor, del quebrantamiento y la transgresión de los límites de las calidades expresivas y asociativas del cuerpo mimo. El sentido y despliegue de aquellos gestos, máscaras, movimientos, de las trayectorias y acontecimientos que mostraban, fulguraba un impulso corporal aún hoy retenido en la memoria.

Con Teatro del Cuerpo Fusión, con el Grupo Artístico Docente adjunto a la compañía, con los encuentros internacionales y concursos para jóvenes mimos, en estos treinta años recorridos, los públicos hemos tenido acceso a la expresión escénica del cuerpo en múltiples variantes. De trazos ancestrales, en la expansión del resplandor dramático de la figura humana, el “cuerpo mimo” exhibe el espectro de las figuras de una pulsación ilimitada y cuya conclusión no es sino la señal de su intemperancia de imaginarios primitivos y de aquel fuego en su linterna/caverna mágica. Ese cuerpo que hoy reasenta un hacer poético en la variedad de encarnaciones reveladas, del tejer y destejer los estadios desconocidos de l’ âme (“del alma” para Paul Valery), mientras ella lo invita a desnudar su corazón y cantar/danzar/mimar lo que creyó ver y ahora reinterpreta.

En la historia cultural de este arte, en su ser querido y desquerido entre el teatro y la danza, la pantomima ha configurado una trayectoria que aun, sobre todo en nuestro contexto, demanda estudio y sistematización. La variedad de modulaciones escénicas producidas en Cuba, ya sea desde la más tradicional convención de la “pantomima antigua”, aquella donde la literalidad es evidencia sobrentendida, que reemplaza la palabra por el gesto que va explicando las cosas (muy recurrente en algunos ballets clásicos, ejemplo la famosa escena de “me quieres no me quieres” de Giselle y Albrecht); en la “pantomima de estilo”, la de rostro enharinado o maquillado en blanco, frecuentemente sin sonido ni utilería, pero que crea imágenes, seres y objetos en vez de explicarlos, sin mostrar el objeto o el acto, más bien ejecutando el acto que es a su vez el objeto; o en la comúnmente denominada “pantomima moderna”, que al tiempo que conserva similitudes de recursos y propósitos con la de estilo, se hace más vívida en lo corporal al aplicar, incorporar o adaptar principios básicos de ritmisidad, espacialidad y tiempo de la danza moderna y contemporánea (para mí, es en esta tendencia donde ubicaría a Maritza Acosta con Teatro del Cuerpo Fusión), invocando asimismo un perfil singular de las potencias del cuerpo y su devenir, una peculiar dinámica de sus equilibrios, una conjugación de la mirada propia y la mirada del otro como condición de la propia identidad que define un hacer poético.

De igual modo, desde la amplia concepción del plan de estudios para la enseñanza de mimos que Maritza Acosta ha argumentado, y más allá de la inexactitud de términos y consensos que puedan existir entre creadores y especialistas, es significativo el ensanchamiento del curriculum formativo tanto específico como cultural general. De hecho, el concepto “presencia” (hoy manejado con cierta disposición en el universo de las artes escénicas) que tempranamente Marcel Marceau introdujera en el arte de los mimos contemporáneos, en Teatro del Cuerpo Fusión está. No sé si de manera expedita, pero es advertible la traducibilidad en el cuerpo físico del mimo, del personaje y objeto que se protagoniza, como la presencia adquiere una naturaleza que le es propia, y su ritmo no es solamente el de la sucesión escrupulosa de estampas, situaciones, de efigies de cuerpos cuidadosamente modelados para mirada del lector-espectador.

Estimo que treinta años en materia de un hacer creativo es tiempo meritorio para nombrar un trazo poético, para reconocer regularidades, identificar concepciones operativas y modos fundantes de dotar la expresión (corporal) de cuerpos escénicos. Especulo, pero creería que como Etienne Decroux (el gran maestro, pedagogo y filósofo), Maritza asegura que el mimo debe servirse de todo el cuerpo para expresar su arte. Y en la artisticidad de Acosta, como ocurriera con dos de los discípulos más aventajados de Decroux, los inmejorables Jean-Louis Barrault y Marcel Marceau, el primero desde su grandiosa interpretación de Pierrot y el segundo con su personaje arquetípico de Míster BIP, el cuerpo mimo debe “luchar contra todo lo que retiene, contra todo lo que sepulta, todo lo que pesa y agobia”, pues en su arte milenario que de ritual mágico religioso se transforma en espectáculo del presente, debe la pantomima “descubrir con el cuerpo la esencia y el alma de la vida”, así como su modo de “entrar en comunicación física con la libertad, con la práctica cambiante de un arte sagrado”.

Nota:

Los entrecomillados últimos, pertenecen a Jean-Louis Barrault