Yo tengo más que el leopardo…Martí y el misterio del teatro

Por José Omar Arteaga Echevarría

En la recién finalizada Jornada Ciudad teatral correspondiente al mes de marzo, llegó El Mirón Cubano con el espectáculo El arroyo de la sierra, una puesta que, desde el teatro de papel, las sombras, la música en vivo y otros artilugios de la escena, recrea pasajes importantes de La Edad de Oro, volumen dedicado a los niños de América y del mundo en 1889 por ese cubano universal que fue José Martí.

Se plantea en este espectáculo la sencillez del contar como descubrimiento de las esencias de cada historia compilada por Martí y a su vez hay todo un entramado sígnico que activa los resortes sensoperceptivos apoyados en el discurso dramático. Una familia inspirada en los pasajes de la vida de Pepe, el niño que elogió su gallo, o su caballo trotón, o descubrió el horror cuando vio un esclavo colgado de un árbol…así hilan los actores y actrices el metatexto que conduce al develo de cada personaje, de cada historia que se dilata y contrae como si se hojeara un libro ilustrado.

Cada figura y cada dibujo posee una factura naif que acerca a la infancia donde los trazos son sueltos y los colores muy vivos, lo que crea un nexo directo con la infancia y las maneras de entender el mundo de las edades tempranas. Un valor añadido del espectáculo es la exquisita musicalización de poemas y cuentos releídos al verso. Así encontramos unos tantos conocidos como: La Perla de la Mora, Nene Traviesa, Bebé y el Señor Don Pomposo, Los dos príncipes y otros que conforman una puesta en escena cargada de texturas visuales y sonoras.

La puesta acarrea consigo la expectación, el suceder. Los libros Pop Up, las páginas sueltas y los efectos de color entre el claroscuro de las sombras son fruto de un meticuloso trabajo manual y de animación por parte de los actuantes, además de la comunicación directa con los espectadores desde la entrada a la sala, ahí comienza verdaderamente la representación que va a meterse de lleno en el universo fantástico de cuentos antiquísimos de franceses, ingleses y daneses, traídos por la prosa martiana que es releída por el colectivo teatral.

Llama la atención, más allá de la puesta que tiene innegables valores estéticos, “el durante” y “el después” de la representación escénica. Se puede ver niños y niñas inquietas, felices, jugando con las sombras proyectadas, plameando los ritmos, así mismo la maestra emocionada que recita los versos martianos a la par que son cantados, la madre que intenta explicar a los más chicos, en ese acto de amor que es enseñar, o el padre que deja escapar unas lágrimas en silencio. Así es la maravilla del teatro, el duende del que habló el poeta granadino que habita definitivamente en la apropiación contemporánea del libro, o en el pequeño de un apenas un año de edad que a la salida del Guiñol camagüeyano le dice a su madre y a su padre con actitud muy seria: “En este teatro pasó algo, un misterio”

Fotos: Sergio Jesús Martínez