Virgilio Piñera en un experimento feliz
Por Roberto Pérez León
Teatro y cine guardan una relación consistente en cuanto a la dramaturgia. El teatro está circunscrito a un uso lógico o continuo del espacio; el cine, por la magia del montaje, puede hacer un uso ilógico o discontinuo del espacio. Es contrastante la organización del movimiento en el espacio tridimensional del teatro con la bidimensionalidad del cine.
Al interaccionar cine y teatro sustancian procesos creativos de los que resulta un texto que escapa de lo meramente fílmico marcado por lo teatral o de lo teatral marcado por lo fílmico.
En los días del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana me pregunté qué pensarían los dramaturgos nuestros sobre la dramaturgia cinematográfica. En la búsqueda desordenada me saltó como una liebre Virgilio Piñera. Encontré un trabajo suyo de 1955 donde habla de un musical norteamericano.
Virgilio Piñera fue un cinéfilo consumado. Sin embargo, solo conozco un texto donde explaya su incisivo ojo crítico sobre el mundo de la gran pantalla: Un experimento feliz publicado en la habanera revista Ciclón (1 (4): 59-60; jul. 1955) donde lucidamente anota el posicionamiento del popular personaje de Carmen dentro de la gran pantalla.
Existen varias Carmen. Tenemos la Carmen, obra de teatro de Oscar Hammerstein II estrenada en 1943 que parte de la novela homónima de Prosper Mérimée de donde a su vez Georges Bizet se inspira para hacer la célebre ópera Carmen. La ópera motiva al director de cine Otto Preminger y en 1954 estrenó Carmen Jones, musical norteamericano, polémico film donde todo el elenco era negro (Harry Belafonte, Dorothy Dandridge -la primera actriz negra del Hollywood clásico nominada al Oscar Mejor Actriz-, Olga James, Pearl Bailey y Joe Adams). Esto no quiere decir que la película no padezca de ciertos escorzos en cuanto a la problemática racial, el feminismo incluso viéndola no desde la perspectiva actual sino desde el momento de su filmación.
A solo unos pocos años del estallido del movimiento en los Estados Unidos por los derechos civiles aparece, a riesgo del director y la productora Fox, Carmen Jones: el popular romance entre gitanos en Sevilla es trasladado a las guarniciones de Louisiana en Estados Unidos durante la segunda Guerra Mundial. Carmen (Dorothy Dandridge) mujer dominadora de hombres a golpe de travesuras sensuales conoce a Joe (Harry Belafonte) joven cabo a punto de casarse con la novia de toda la vida, pero su indiferencia a los atractivos de Carmen hace que ella se empeñe en tenerlo y lo seduce.
La película es una buena película. Ya desde el inicio de Un experimento feliz Piñera manifiesta su criterio a favor del film.
Cuando Luis XVI, hacia el final de su largo reinado, recibió al primer embajador persa en la Galeri des Glances, las damas y caballeros allí congregados se sonrieron discreta pero burlonamente. Para esa sociedad versallesca la cultura terminaba en los límites de Europa; un paso más allá todo se tornaba bárbaro. No es de extrañar, pues, que encontraran bizarre a ese magnífico embajador que se presentaba con ropas y estilos antiversallescos.
Ahora, un grupo de actores norteamericanos negros acaba de presentar «credenciales artísticas» con un ceremonial y una pompa también muy suyos. Esperamos que ante Carmen Jones no se repitan las risas, discretas pero burlonas de los refinados…
Reclama Piñera que las discretas, pero burlonas risas de los refinados versallescos no se repitan en Carmen Jones que no es antiBizet porque el personaje sea una negra americana de Chicago y no de Sevilla.
La Carmen Jones de Otto Preminger, dice Piñera, no repite el tonto y estéril libreto romántico de la ópera y considera que el tema de Carmen puede darse en cualquier parte pues donde quiera una mujer puede llevar al abismo de la desesperación a varios hombres. Por lo que es eficaz tipificar el oscuro drama de la Carmen de Bizet con la Carmen Jones en Chicago. Temerariamente Piñera declara:
Este director consiguió que su exquisito procedimiento resultase naturalísimo; y tanto, que al terminar el filme nos acordamos más de Carmen Jones que de Carmen la cigarrera. No podemos dejar de plantearnos esta pregunta: ¿Pero es que existe otra ópera que trata el mismo asunto de Carmen Jones? Y esta otra pregunta: Bueno, si «hay que ir» a escuchar Carmen (como al médico, debemos también ir a la ópera) ¿por qué no Carmen Jones?
Prosiguiendo con la naturalidad… Es de sobra conocido que el espectáculo más antinatural del mundo es el género «ópera» en lo que se refiere al argumento. El hombre de Aire frío prefirió la Carmen de la película a la Carmen cigarrera de la ópera.
Como el cine tiene un campo de acción mayor que el teatro (Menotti ha salvado en lo posible el hiato en sus óperas), Preminger puede «naturalizar y humanizar» las situaciones en Carmen hasta el punto de que nuestros ojos, al contrario de lo que ocurre con la ópera usual, se van abriendo y abriendo como si no quisiesen perder ni una partícula de lo que está pasando en el lienzo de plata.
¿Y música? ¡Ah, no os asustéis! En Carmen Jones la música resulta tan natural y humana como los personajes y las situaciones. Ella nos muestra que un ser humano puede seguir siendo perfectamente humano a pesar de que exhale sus quejas cantando una patética romanza en un paisaje de égloga, como en el caso de Joe en presencia de la rosa que le envía Carmen.
Finalmente, si Carmen Jones es, según los entendidos y los expertos, un «experimento», entonces nosotros, tomándoles la palabra, nosotros que no somos ni expertos ni entendidos, nos permitiremos ir más allá: con Carmen Jones se invita a los compositores del género a desechar el escenario por la pantalla. El «ropaje» no dejará por ello de ser quintaesencialmente artístico, y la vida proseguirá siendo armoniosamente natural.
Un experimento feliz puede ser, ya a mediados del siglo XX, una suerte de manifiesto piñeriano por la desfosilización de la ópera.
Collage de portada: Ruby L.