Un Villanueva que nos habla en la distancia
Por Kenny Ortigas Guerrero
¿Por qué se hace imprescindible rememorar las fechas históricas? ¿Por qué, año tras año se organizan acciones en función de que no pasen desapercibidas? Para algunos puede resultar tautológico revisitar una y otra vez determinado momento crucial de una época pasada, y más cuando no se buscan nuevas perspectivas de análisis acerca de tal o más cual acontecimiento.
La memoria, forma parte de la construcción sociológica de cualquier grupo humano unido por intereses comunes, es fuente nutricia de conocimientos y marca importantes “paradas” en el tiempo para recordarnos de dónde venimos, para apuntalar zonas que puedan caer en la omisión y favorecer así el resquebrajamiento de los valores morales y sociales adquiridos. Los días de recordación avivan el espíritu colectivo y no permiten que se apague la llama de la cultura como huella que deja el hombre sobre la tierra.
Para Cuba y su teatro, los sucesos del Villanueva permanecen dialogando con el presente. Hablan de rebeldía, pasión, patria y son documento testimonial de uno de los hechos más sangrientos acontecidos durante la guerra contra el coloniaje español. Por esos días permanecía el revuelo popular de algunos hechos que marcaban la decisión inexorable de los cubanos de liberarse del yugo que los oprimía, hacía apenas tres meses que Carlos Manuel de Céspedes se había lanzado a la lucha y más recientemente, los bayameses habían dignificado su postura de libertad quemando su propio pueblo antes de ser tomado por manos españolas. En ese contexto el teatro no podía hacer otra cosa que, siendo espejo y reflejo de su tiempo, mostrar en escena toda la energía que comenzaba a desbordarse por la isla con bríos de emancipación.
Cuando nos acercamos a la puesta en escena que estaba en cartelera en el otrora “Circo Habanero” (nombre que recibiera el teatro en su inauguración en 1847, y que luego en 1853 cambiaría por Villanueva), Perro huevero, aunque le quemen el hocico, de la autoría de Juan Francisco Valerio, no encontramos un texto con grandes pretensiones políticas, al menos en su estructura literal, más bien ilustraba escenas costumbristas donde Matías, un hombre “guapachoso y borrachín” hacía de las suyas y “sacaba de las casillas” a su esposa Nicolasa. Pero el teatro tiene esa enorme capacidad, por los siglos de los siglos, de apropiarse de los elementos que gravitan en la realidad, y colocarlos en tela de juicio, los reacomoda en el imaginario y los reinventa de manera tal que penetra cual cuchillo sigiloso en la superficie de la sensibilidad. Recordemos que toda obra construida sobre la tierra parte de una intrínseca necesidad de ser realizada, y el teatro es una de ellas. De esa forma, los bufos habaneros con total e inconmensurable valentía, pues el arte verdaderamente auténtico no conoce de miedos ni barreras, se lanzaron al éxtasis de las circunstancias y se convirtieron en promotores del ánimo revolucionario que asistía a la representación en esa noche.
Quizás no somos capaces de comprender la dimensión de aquel momento, entre vítores y algarabías cuando se gritaba “¡Viva la tierra que produce la caña!, ¡Viva Céspedes!, ¡Viva Cuba libre!”.
El arte de las tablas cual detonador sociocultural del instante, exacerbaba el sentir de libertad de todos los presentes. Y sí, pagaron con creces aquel acto de sublime entrega donde ficción y realidad se fundían en un mismo reclamo. La verdad, dicha bajo el translúcido velo de la ironía y las metáforas puede calar más hondo que lo libremente expresado en el andar cotidiano. Noche aquella, al parecer marcada definitivamente por el destino, en que no solo el Villanueva ardía en la interpretación de los actores, pues nuestro Martí, el Martí eterno de los cubanos y cubanas preparaba la salida a la luz, de La Patria Libre.
A 152 años de aquel memorable día el sentido del drama perdura en su afán de cuestionar la realidad, de interrogar con ímpetu desenfadado el hacer de los pueblos y su lucha por la liberación de los modelos hegemónicos que pretenden continuar dominando todo cuanto se mueve en el planeta, y va aún más allá, pues dibuja horizontes posibles para la reconciliación del hombre con el universo. Hoy en Cuba, con crítica imprescindible, y sin sangre, como la provocada por aquel cuerpo de voluntarios en 1869 u otros tantos ejemplos donde dictaduras y posiciones autoritarias, han intentado socavar el arte que se pone al servicio del pueblo.
La madre Patria no ahoga a sus hijos, y el teatro y la cultura son ellos. Escuchando sus voces emanadas de la creación se forjará el camino a un mejor futuro. La historia no solo está para ser leída, está para beber de ella la sapiencia acumulada y preservar sus esencias, que constituyen un valor supremo: la identidad. Cual eco, que se apodera del tiempo y se resiste al olvido, no encuentro una mejor manera de homenajear esta cita obligada con aquellos hechos, y las voces, se apoderan entonces de mis labios, y repito: ¡Viva la tierra que produce la caña!, ¡Viva Cuba libre!
En Portada: Litografía que recrea los sucesos del Villanueva. Archivo Cubaescena