Un paseo entre Lorca, la mímica y el cine
Por Frank Padrón
Teatro El Público tiene una deuda eterna con Federico García Lorca, partiendo del propio nombre de la compañía y la afinidad con su obra no solo dramática, lo cual los lleva a frecuentes montajes donde de manera frontal o indirecta aparecen su poética, sus fantasmas, sus letras.
Desde la obra emblemática que los identifica hasta los recientes montajes de La zapatera prodigiosa o los intertextos que enriquecen AmorBrujoAMOR, el andaluz malogrado por las balas franquistas y fascistas revive en el escenario del Trianón, o como recientemente ocurrió, en una de las salas de Fábrica de Arte, para retornar a su sede de Línea y Paseo.
Esta vez fue con El paseo de Buster Keaton, breve pieza que el autor de La Casa de Bernarda Alba escribiera en 1925, y donde el famoso cómico del cine silente norteamericano, que hiciera de la mímica eficaz herramienta expresiva, asesina a sus cuatro hijos y escapa en bicicleta.
Repleta de humor negro, de tintes surrealistas y oníricos que por entonces circundaban al dramaturgo gracias a la influencia de sus colegas Dalí y Buñuel, la pequeña obra descuella a su vez por la audacia metafórica e imaginal que en cualquier género brota de la pluma lorquiana.
Aunque el propio autor los designaba “Diálogos no representables” – junto a otros textos de la época tales La doncella, el marinero y el estudiante, Quimera, Diálogo mudo de los cartujos, Diálogo de los dos caracoles y otros-, el actor y director Yanier Palmero no ha hecho caso de la premisa asumiendo el reto mediante una versión muy libre, donde, ha aclarado, » más que en el texto la inspiración está en el espíritu como otro homenaje a su vida, a su obra inmensa».
Así la pieza no solo rinde tributo al artista granadino sino al excepcional cómico del cine mudo que invitara el dramaturgo a sus delirantes páginas como protagonista.
No solo los tres actores recrean la mímica propia de su estética y de toda esa etapa en la infancia del séptimo arte, sino que la puesta incluye imágenes de algunos de sus filmes representativos, algo muy bien imbricado al discurso escénico.
Pero los homenajes no cesan: también La Habana se coloca en el foco de la representación con otras vistas de sus calles y edificios, mientras la música, que ha venido acompañado las acciones con sonido típico de la etapa fílmica de referencia, o la tradición flamenca, introduce motivos bien cubanos (son, danzón, rumba…) que contextualizan el relato.
Además de la importancia que cobran en el montaje rubros como el diseño de luces (Liesnel Reyes), la aludida y variopinta banda sonora del propio Palmero, o el semantizado vestuario (ambos en colaboración con el director del colectivo, Carlos Díaz), son de importancia vital los desempeños de los actores, quienes llevan sobre sus hombros un elevado porcentaje en la comunicación lograda con el auditorio, la fusión de lenguajes que persigue la puesta y su éxito general.
Estudiantes del ISA, Daniel Morales, Ernesto Pazos, Yang Calderín, Jorge Michell y Sergio Gutiérrez, dirigidos por su profesor, conforman dos elencos que se mueven con el desenfado y la ductilidad requerida por los personajes, en una proyección ricamente lúdica donde las incursiones en el desnudo, el intercambio de roles, el transformismo – como se sabe, ingredientes habituales de la estética de El Público- alternan con la mímica, en determinado momento rota para dar paso a la fonación, los gags a lo Keaton, el baile o los juegos con símbolos tan importantes como los sombreros.
Puesta que rezuma provechosa integración de sus múltiples elementos escenográficos y expresivos, coronada por sus eficaces actuaciones, El Paseo de Buster Keaton (dedicada al profesor Raúl Alfonso) es otro de los momentos sobresalientes de la cartelera teatral capitalina y otro motivo para aplaudir el catálogo de la compañía.
Foto: Yuris Nórido