Un Doble Rescate En La Sala El Sótano

Por Esther Suárez Durán

Operación rescate es el título bajo el cual se presenta en la sala El Sótano El rescate de Shangó, de Tomás González, un texto teatral escrito originalmente en el estilo de un auto sacramental que revisita su director artístico, Fernando Quiñones Posada, actualmente director general de la Compañía Teatral Rita Montaner, para devolvérnoslo con un formato más ligero que anime la comunicación de la acción dramática con mayor cantidad de sectores de público.

Sobre la función a la cual asistí puedo decir que el espectáculo se disfruta, en primer lugar, por sus intérpretes. Esa noche tuve la fortuna de ver en escena a Julio Marín, con su impresionante carisma escénico, como Shangó; a la joven Katia Ricardo, quien sorprendió con una Oshún al mismo nivel de calidad y empatía que el experimentado Marín; a Lavinia Ascue en una cuidada y peculiar Yemayá que deja sentada su maduración profesional; al joven David Reis, como Eshu-Eleggua, de nuevo vuelto presencia pura sobre la escena, al estilo de los siempre grandes intérpretes, y a Doña Mireya Chapman en el papel de Oyá, la cual, no obstante, no alcanzó esa vez la altura a que nos tiene acostumbrados.

El diseño de luces es discreto y acertado, la banda sonora muestra heterogeneidad y calidad, aunque muchos preferiríamos que los números más importantes fueran interpretados por los propios actores en lugar de asistir a un imposible “doblaje” de lo que comúnmente llamamos “música enlatada”. Sé la complejidad que ha alcanzado lo que pido a fuerza de haberlo vuelto un hecho extraordinario, cuando tendría que ser algo consustancial a nuestra faena. Es imposible olvidar que la Compañía Rita Montaner apareció hace cincuenta y siete años en el panorama de la escena cubana caracterizada como una agrupación que incluía al teatro musical en su línea artística, de ahí deriva su nombre.

Sin embargo, lo que, en mi parecer, resalta como una sorprendente deficiencia del espectáculo radica precisamente en su visualidad (su materialidad): tanto escenografía como vestuario dejan que desear, sobre todo conociendo la calidad y capacidad de entrega de su artífice, el diseñador Adán Rodríguez Falcón, con el cual Quiñones Posada acostumbra a trabajar.

Con tantas posibilidades como brinda el solar habanero –un elemento cuasi icónico– a la creación de una fecunda e inteligente visualidad, a la construcción de un espacio escénico que arrope adecuadamente el quehacer de sus actores y pueda interactuar de manera eficiente y atractiva (incluyo aquí la sorpresa, la broma inesperada), resulta extraño encontrar otra cosa, sobre todo porque en el patrimonio material (sus almacenes) de la Compañía existen objetos que pudieron ser reciclados y redefinidos, pero el tema del patrimonio material en el teatro y su tratamiento hasta la fecha, merecería un discurso aparte.

Cierto es que la Compañía Rita Montaner, bajo la dirección de Quiñones Posada, hubo de trabajar a toda prisa para lograr exactamente un rescate de su programación en la sala teatral de la cual es agrupación titular.

Luego de aplicarse durante meses con el que sería su próximo estreno, de acuerdo con el plan elaborado, las dilaciones con la producción de aquel espectáculo por parte de Tecnoescena –la empresa que se encarga de tan medular asunto–, les obligó a buscar una variante para mantener sus presentaciones ante el público y en acción a su personal artístico.

De este modo, la Compañía optó por poner en escena un texto prácticamente desconocido de un artista inmenso y, no obstante, casi olvidado, me refiero al actor, cantante, director, dramaturgo, guionista cinematográfico, pintor e investigador teatral, y uno de los integrantes de mayor impronta del mítico grupo Los 12, Tomás González (1938-2008), una de las figuras más inquietas y creativas del ámbito de las artes performáticas cubanas, parte de cuya obra la actriz Vivian Acosta y su institución Galiano 108 han mantenido por años como baluarte de su repertorio.

El trabajo de los colegas de la Compañía Rita Montaner encontró el obstáculo –común a otros grupos teatrales– de la falta de un espacio para montar y ensayar: no pudieron disponer del área de ensayos que les corresponde en la antigua Casona del Rita Montaner, en la calle Línea; por su parte, la sala El Sótano estaba en función del 18 Festival de Teatro de La Habana, a lo cual se sumaron más tarde asuntos organizacionales de la propia sala como institución.

El Sótano pertenece al Centro de Teatro de La Habana, pero al estilo particular de ser la única de nuestras salas teatrales que cuenta con personal de dicho Centro en sus cargos de Dirección y Sub-dirección, una realidad cuyas ventajas y desventajas en el plano real del funcionamiento quizás no hayan podido ser evaluadas hasta la fecha, aunque, en ambos sentidos, existen  resonancias manifiestas.

Tal vez estas circunstancias actuaron ahora en contra de la elaboración artística del espacio escénico, de acuerdo con las demandas y posibilidades de la obra seleccionada para subir a escena.

Al 18 Festival de Teatro de La Habana llegó El Sótano con su escenario debidamente reconstruido, a la par que estrenaba un nuevo y envidiable telón de boca; sus camerinos y el espacio de la tras-escena también recibieron los beneficios de las labores de remozamiento, mientras que el patio de butacas ganó la iluminación adecuada que brinda la visibilidad necesaria bajo unos tonos cálidos que mucho se agradecen.

Quedan tales resultados de las faenas de remozamiento para el disfrute cotidiano de su personal técnico y administrativo, para  los artistas que en ella se presenten y para los públicos que, de común, la visitan y le dan sentido a todo este esfuerzo.

Con gran expectativa quedamos pendientes del próximo estreno.

Foto Cortesía de la autora