Un «corte» al Lírico desde el Egipto bíblico

Continúan esta semana las funciones de La corte del Faraón por el Teatro Lírico Nacional de Cuba, viernes 10 y sábado 11, siempre a las 7:00 pm, en la sala Avellaneda del Teatro Nacional…
Por Frank Padrón
La subida a escena de La Corte de Faraón por el Teatro Lírico Nacional de Cuba (TLNC), a 115 años de su estreno en España y Cuba, significa no solo un verdadero suceso cultural sino constancia de la salud de que goza nuestra compañía operística.
Tras un periodo de cierto estancamiento, donde se apreciaba el deterioro incluso en vestuario y escenografías, el colectivo ha dado un salto cualitativo, meliorativo, que detenta junto a sus nunca erosionados valores musicales, evidente decoro y superioridad en sus producciones incluyendo aquellos rubros venidos a menos.
En recientes montajes (La leyenda del Beso, Madama Butterfly…), el Lírico ha demostrado su ostensible crecimiento, y ahora lo reafirma la puesta de la famosa opereta con tema bíblico (ampliación de Guillermo Perrin y Miguel de Palacios, sobre el original del español Manuel Paso Andrés), recreando las peripecias del hebreo José, casto y adivinador de sueños, en sus (des)encuentros con las insatisfechas y agresivas damas de la corte egipcia, desatendidas por sus maridos.
El diseño de Teresa Borges, la escenografía de Carlos Azcuy, el vestuario de María Elena Santiesteban y Ángela Bellami, la producción de Rolando Manfugás y Gabriela Morciego, son rubros imprescindibles para lograr una puesta digna, mas puede afirmarse que todos trascienden el modesto adjetivo para demostrar incluso exuberancia, vistosidad, colorido, además de rigor en la plasmación de una época y ambientes tan peculiares y distantes en el tiempo.
Sinceramente, no simpatizo mucho con las modernizaciones y anacronismos a mi juicio forzados casi siempre. Esta vez, excepto la «selfie» del final realmente simpática y pertinente, las alusiones al contexto (transporte, apagones, monedas, etc.) no encajan felizmente en el relato, de por sí chispiante, pletórico de gracia y por tanto no necesitado de tales adiciones.
Sí a la cubanización de ciertos momentos musicales (la rumba tras el famoso «Ay ba…» , u otros donde se perciben aires soneros y bolerísticos) y, en general el tratamiento coreográfico ( Dunia Pedrozo y Sayú Dominguez) pese a que las actrices no llegan a dominar del todo la «danza del vientre» -y musical, con una Orquesta (Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso) cohesionada y segura, un Coro ( del propio Lírico), dirigido por Denisse Falcón que refuerza la brillante labor de solistas con que cuenta la compañía, y que en sentido general se lucen de nuevo aquí.
Al maestro Yhovany Duarte, quien comparte la dirección musical con Jorge Félix Leyva, se debe también una puesta donde se apreció la notable distribución del espacio, la interacción de los actores/cantantes entre ellos y los elementos escenográficos, además de la que se establece entre diálogos y segmentos cantados, la mayoría muy hermosos y no menos difíciles, pero que los virtuosos intérpretes logran dominar a plenitud.
En fin, una obra que sonríe y arranca sonrisas y placer a más de un siglo de su estreno entre nosotros, demostrando que los clásicos reverdecen sobre todo ante tratamientos orgánicos y certeros.
Fotos Fefita Hernández (Tomadas de la página de Facebook del TLNC)