Tres veces treinta

Por Norge Espinosa Mendoza

En el evento teórico del XX Festival de Teatro de La Habana se celebró un panel que recuerda los estrenos de Perla Marina, Manteca y La niñita querida en el hervor mismo del Período Especial. Las obras de Abilio Estévez, Alberto Pedro y Virgilio Piñera, dirigidas por Roberto Bertrand (Irrumpe), Miriam Lezcano (Teatro Mío) y Carlos Díaz (Teatro El Público), fueron una manifestación de vida en ese instante tan duro, que pusieron a prueba no solo las capacidades estéticas de la escena nacional, sino su validez como metáforas de la Nación por encima de crisis y silencios. Piezas referenciales, llegaron a escena cuando más se le necesitaba, tan distintas entre sí, para renovar el papel del teatro en tanto ágora, hablando y acercando a los espectadores a un país que necesitaba ser discutido, comentado, valorado, reorganizado en otros discursos.

Un Festival es un punto de encuentro que debe además, entenderse como puente. Entre el ahora en que se celebra, y como un nudo de enlace entre el pasado, el presente y el futuro. Si no se mira así, corre el peligro de ser solo una fecha en el calendario, en el mapa de tiempo que la prisa agita y donde el ego de los creadores les haga creerse que recorren un camino virgen. Y no, caminamos sobre lo avizorado por quienes, como nosotras y nosotros, también apostaron por el teatro en momentos no menos arduos.

Manteca de Alberto Pedro en su estreno bajo la dirección de Alberto Sarraín. Foto Lessy Montes e Oca
Manteca de Alberto Pedro en su estreno bajo la dirección de Alberto Sarraín. Foto Lessy Montes e Oca

Las estrategias para sobrevivir hace tres décadas pudieron ser otras, cuando aún no había redes, plataformas sociales, ni medios que hoy hacen creer a tantos que influencian «verdaderamente» a quienes integran el público. Pero el acto visceral de darlo todo sobre las tablas, de saber que nos defiende la naturaleza subversiva del teatro, es el mismo, antes y ahora, si eso se maneja con agudeza, con conocimiento de causa, y la provocación es un elemento más, y no lo único que nos anima. Porque el teatro de veras es, justamente, ese algo extra, esa condición extraña e irrepetible, que alienta en determinados espectáculos, en determinados desafíos, que a veces, no muchas, se organizan en textos y montajes que nos acompañan en la memoria, como una defensa para sabernos mejor representados en tantos órdenes. Es por eso, y no por el afán de seguir el ejemplo de la mujer de Lot, que recordamos esos tres espectáculos, esos tres momentos que abrieron otras vías a la escena nacional, cuando ya muchos la daban por agonizante.

De la belleza y hondura literaria de Perla Marina como lectura de una Cuba que no es solo paisaje bucólico y superficie, de la reflexión sobre la crisis política que se resuelve como metáfora amarga e impostergable en Manteca, de la  fiesta de nuestras costumbres y resabios a la liberación radical que propone Flor de Té en La Niñita Querida, hemos seguido aprendiendo y bebiendo. Y de eso sale el impulso que hoy, ahora mismo, une tantas tendencias y modos posibles de hacer el teatro en el propio espacio del Festival.

Los que vimos esas puestas, los que en medio de apagones, carencias, recelos, sospechas, los apoyamos, somos hoy espectadores agradecidos por lo que dejaron en nuestra memoria como impulso. Para eso también se hace un Festival.

Foto de Portada de las redes sociales del CNAE