Teatro de siempre entre el purismo y la irreverencia
Por Frank Padrón
Adaptar esos grandes títulos de la literatura dramática universal, al pie de la letra o haciendo cambios e innovaciones: he ahí la cuestión, o al menos una de las más acuciantes en el panorama teatral de hoy.
Varios títulos apreciados en escenarios internacionales han dado fe de ambas líneas, que gozan de análogas resonancias tanto por parte de adaptadores y directores como del público y la crítica.
Todo parece radicar en la pericia y el talento que guía los resultados, aunque siempre hay que contar con las preferencias de espectadores más aferrados al apego extremo a las fuentes o tendientes a las lecturas posmodernas e iconoclastas, o al menos tolerantes con ellas.
Algunas puestas apreciadas fuera del país, en eventos internacionales o simples visitas a diversas ciudades, nos han permitido apreciar versiones de clásicos en ambas tesituras, aunque sentimos una tendencia bastante acusada a la segunda de ellas, esto es: las revisiones paródicas, o simplemente (inter)cambiantes respecto al tono original.
Una de ellas es El burgués gentilhombre, de Moliére, según la perspectiva de Liuba Cid e incluida en el repertorio de su Mephisto Teatro, compañía de actores cubanos radicada en España. Las grandes preocupaciones del comediante francés en el siglo XVII —la ridiculez de aparentar por encima de las posibilidades reales, el patetismo de ricachones incultos tratando de adquirir refinamiento, los aprovechados y escaladores…— se mantienen en una puesta que privilegia sin embargo la picardía criolla, que colma de referentes muy de la isla (y muy de hoy) los viejos preceptos molierescos.
Nada pierden los troques de géneros y roles, enredos y estocadas moralizantes del autor, todo lo contrario, se enriquecen con esta fiesta cubanísima y no por ello, menos clásica.
Sin embargo, no siempre esa perspectiva encuentra los mejores resultados.
El enfrentamiento de la Compañía Gabriel Chamé (Argentina) al Otelo, de Shakespeare, presenta, cuánto menos, fisuras imperdonables.
Cierto que llevar la desgarradora tragedia de celos (y prejuicios raciales, como siempre recordaba Mirta Aguirre) al otro extremo del humorismo es una tarea titánica de la que muchos actores salen airosos, como ocurre con los cambios y juegos de escena, la concepción lúdica del vestuario y la agilidad en el tratamiento espacial. No obstante, en más de una ocasión, improvisaciones y “morcillas”, gags reiterados y extremos de todo tipo amenazan con derribar la arquitectura dramática, que también se tambalea cuando la actriz que en esa puesta asumía a Desdémona, por ejemplo, incorporaba otros roles sin cambiar prácticamente de registro; o cuando los contrastes entre el único soporte “serio” (el moro protagónico), el resto de personajes y situaciones, no conseguía mantener el esperado equilibrio.
Totalmente airosos salen en el empeño los portugueses integrantes de Companhia Do Chapito, con su creación colectiva en torno a uno de los más célebres mitos griegos: Edipo, como se sabe focalizado tanto por los trágicos como por mucho teatro posterior.
Ellos consiguen que el trayecto adquiera tanto audaces ribetes físicos como lexicales y semánticos; los complicados parentescos del incesto y los cruces de personajes, con sus decenas de posibilidades, arrojan algunos de los momentos más deliciosos de la obra, que sí logra atrapar un raro balance entre tonos (el original trágico y su relectura paródica). Y todo ello con un minimalismo asombroso, sin otra escenografía que las peripecias y travesuras de los tres excelentes histriones que sacan partido tanto al espacio como a las posibilidades lingüísticas y conceptuales.
También en Madrid conviven, muy de cerca, el purismo en las versiones (todo lo montado por un grupo como la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que tiene en su repertorio El alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca, en el reabierto Teatro de la Comedia; como esas re-lecturas irreverentes, de las cuales un ejemplo concreto es la que otro grupo, el Teatro Español, presentara antes de la pandemia, mediante El burlador de Sevilla, atribuida como se conoce a Tirso de Molina, con dirección de Darío Facal.
Aquí las aventuras del célebre Don Juan son recreadas a partir del lenguaje en castellano antiguo y rimado según las convenciones del Siglo de Oro, lo cual establece un ostensible contraste con la concepción lúbrica, de explícito erotismo en muchas escenas y sobre todo, en efectos audiovisuales que pretenden conectar la centuria donde transcurre la acción con la época actual.
Si en más de un momento el “experimento” funciona (la música en vivo sobre la base de raíces flamencas modernizadas, ciertos giros escénicos propios de discursos contemporáneos…), en otros se siente absolutamente gratuito y superfluo, digamos, el comentario de las inserciones fílmicas, cercanas a la estética clip, si es que no hablamos de la proyección eufónica a veces impostada de muchos actores.
La presencia de dos astros televisivos (Alex García y Marta Nieto) garantizaba en buena medida los llenos absolutos, a pesar de lo cual quizá aquellas y otras irregularidades permitan entender la tibieza de los aplausos, la reticencia de cierta crítica y hasta, según supimos, la división tajante durante el estreno entre abucheadores y entusiastas.
La mítica Francia no escapa a estas escisiones entre lo ortodoxo y las corrientes renovadoras; estas últimas, por ejemplo, asoman hasta en un templo del purismo como La parisina Comedie-Française, donde durante toda la semana y a precios nada asequibles se presentaba, sobre todo, un repertorio clásico de las tradiciones gala e internacional, que permite encontrar desde Le misánthrope (Moliére) a Pére (Strindberg), pasando por la lorquiana Casa de Bernarda Alba.
No lejos de allí, en el prestigioso Odeón-Théatre de l´Europe -hizo temporada Ivánov, temprano drama del ruso Antón Chéjov con puesta en escena de Luc Bondy, que llegó para quedarse en el catálogo de la prestigiosa compañía .
Representado por vez primera en 1887, quien aún no había concebido ni remotamente sus grandes piezas para el teatro (léase Tío Vania, La gaviota o Las tres hermanas), ya mostraba aquí esa magistral disección del tedio, el sinsentido y el vacío existencial que sufría un vasto sector de la aristocracia rural en su país, dentro de un calidoscopio de magistrales caracteres enfrentados y en constante ebullición de las pasiones.
La lectura de Bondy, también coautor de esta versión, se mantiene casi totalmente fiel a la puesta original, porque cierto cambio (decisivo) en el desenlace no resta un ápice a la evolución de acciones y personajes según las concibió el autor, lo cual convierte la representación en un largo, pero exquisito trayecto de…!3 horas y 20 minutos!, con intermedio incluido.
Todo en la puesta (cambiante escenografía, expresivo vestuario, y soberanas actuaciones) responde a la excelencia de una compañía que exhibe orgullosa su fidelidad absoluta, tanto al espíritu como a la letra.
Y así, entre el purismo y la irreverencia transcurre con penas y glorias mucho del teatro que se ha podido apreciar en varias ciudades europeas, y que Dios mediante, volverá con estos y otros títulos cuando pase la pesadilla.
Fotos cortesía del autor. En Portada: Edipo, Compañía Do Chapito (Portugal)