Teatro De Las Estaciones Ha Contado Cien Veces El Cuento Sinfónico “Pedro Y El Lobo”
Por Roberto Pérez León
En la calle M, en la cuadra del edificio Focsa, exactamente donde radicó desde principios de los sesenta el Guiñol Nacional, he visto que están haciendo trabajos de reparación. Quiero pensar que ya echó a andar la reconstrucción de nuestro Guiñol Nacional y que de nuevo tendremos aquella salita de teatro tan íntima en la que vimos maravillas a la sombra y el amparo de los hermanos Camejo.
Sabemos que el 14 de marzo de 1963 se fundó el Teatro Nacional de Guiñol, pero desconocemos la fecha exacta en que dejó de existir porque poco a poco, sin darnos cuenta, el Guiñol se desvaneció en medio de la indolencia cultural y no sé cuántos otros males.
Hace poco el Consejo Nacional de Artes Escénicas ha decidido nombrar a Rubén Darío Salazar director del Guiñol Nacional. Pero, ¿de qué Guiñol estamos hablando? Pues será del Guiñol que se organizará a partir del sostenido trabajo de magníficas agrupaciones que por todo el país no han dejado de hacer títeres mientras el Guiñol se esfumaba.
No es difícil imaginar que tendremos un Guiñol Nacional del tamaño de esta Isla, porque Rubén Darío es el director, y no dejará de serlo nunca, de Teatro de Las Estaciones donde habitan los fundamentos genuinos del teatro de figuras.
Teatro de Las Estaciones es uno de los colectivos escénicos que trabaja con el mismo fervor de aquellos tiempos cuando cada semana podíamos ir a ver los títeres de los Camejo. Se trata de un grupo de gente que hace más de tres décadas, sin parar, de un lado para otro primero y ya desde hace años en una sede que es un verdadero centro cultural, producen desde una verdadera praxis cotidiana.
Rubén Darío Salazar tiene el don de la veneración magnífica hacia el mundo de las figuras, no digo títeres para que no solo se piense en los clásicos muñecos. Rubén y Zenén Calero, compañeros de vida y creación, tienen en Matanzas un emporio de lo bueno, y comparten totalmente la opinión de Michel Foucault:
«Lo bueno es algo que se consigue a través de la innovación. Lo bueno no existe como si tal cosa, en un cielo intemporal, con gente que serían como astrólogos del bien, cuyo oficio consistiría en determinar cuál es la naturaleza favorable de las estrellas. Nosotros definimos lo bueno, lo practicamos, lo inventamos. Y eso es una obra colectiva.»
Creo que eso de que el vino mientras más viejo mejor es un poco propaganda de los vinicultores para vender las botellas rezagadas; pero como sea, sí estoy seguro de que lo bueno no se pone viejo porque acabo de ver una puesta en escena que se estrenó en junio de 2002 y estoy encantado.
Asistí a la función 100 de Pedro y el lobo, una obra que forma parte del repertorio de Teatro de Las Estaciones, el colectivo matancero que funda, sostiene y desarrolla al Centro Cultural Pelusín del Monte, exclusivo espacio en la Atenas de Cuba y en el pecho de cada habitante de esa ciudad donde todo el mundo sabe que ahí, en la calle Ayuntamiento entre Medio y Milanés –miren para eso, qué cerca tienen al poeta– están los que habitan en estaciones de la creación escénica.
Pedro y el Lobo es una sinfonía musical para niños que desde 1936 anda por el mundo deleitándonos. Se trata de una historia con música y texto de Serguei Prokofiev donde la música anima la historia: cada personaje está representado por un tema musical y tiene su instrumento: Pedro es el violín, las violas, el violonchelos y el contrabajo; el Abuelo es el fagot; el Pájaro la flauta travesera; el Pato el oboe; el Gato el clarinete; el Lobo tres trompas; y los Cazadores son los timbales y el bombo.
Prokofiev concibió esta obra para una flauta, un oboe, un clarinete, un fagot, tres trompas, un timbal y cuerdas como caracteres de los protagonistas que como vemos son varios, y además en la orquestación hay acompañamiento de trompeta, trombón, triángulo, pandereta, platillos, castañuelas, tambor de caja y bombo.
Pedro y el lobo es una conjunción de ideas musicales que a su vez son relatadas verbalmente por un narrador que la orquesta no abandona nunca y emerge así un magnífico espacio escénico sonoro en que trascurre la historia donde Pedro, el pato y el pajarito se enfrentan al lobo feroz pese a los reclamos y la oposición del abuelo de Pedro que al final tiene que reconocer que el niño y las aves pudieron vencer, y entre todos llevan al Lobo a vivir al zoológico.
Como cuento sinfónico podría pensarse que la música lleva la voz cantante; y bien, la música anima la historia, pero en esta puesta en escena de Pedro y el lobo existe una narración visual sustentada por la increíble consonancia creativa de dos hacedores de las artes plásticas: el Premio Nacional de Pintura Alfredo Sosabravo y Zenén Calero, sensible diseñador escénico que desde su poblado paisaje interior tanto ha dado al mundo de los títeres en Teatro de Las Estaciones.
Resulta que Sosabravo accedió a que se usaran sus cuadros para crear los títeres de Pedro y el lobo, y tan magnífico fue el diseño logrado que quiso que Zenén Calero firmara cada uno de las figuras porque, no obstante haber sido concebidas desde la recombinación de los signos plásticos caracterizadores de la obra del pintor, eran por sí mismas verdaderas obras plásticas con la correspondiente independencia estética.
En Pedro y el lobo los diseños de Zenén pusieron en frecuencia dos sugestivas experiencias plásticas, dos espacios escultóricos equilibrados: el inteligente y plenamente creativo aprovechamiento del expresionismo teñido de abstracción de las figuraciones del pintor y la magia de la regerminación, desde un diálogo germinativo, de unos títeres que dinamizan la expresión convencional que al aparecer en el retablo construyen una espacial mirada para el disfrute del espectáculo.
Dos atrevimientos: Zenén Calero hizo títeres planos y no se apartó ni un ápice del mundo iconográfico de Alfredo Sosabravo; además de no solamente inspirarse en la obra del pintor, sino partir de frente y sin prejuicios estéticos ni afectaciones desde ella. Al concebir títeres planos caía en el terreno de una de las modalidades más arriesgadas del mundo de las figuras en movimiento.
En verdad un títere plano tiene limitaciones por su fijeza en el espacio geométrico que solo puede ser edificado desde una figuración de visión única sin posibles transformaciones. La magia del movimiento se disfruta en la composición de los elementos, que sacados del universo visual de Sosabravo, arman un logos discursivo que en cada figura tiene aura propia e iluminación desperezada.
La puesta en escena de Pedro y el lobo se resuelve placenteramente; la tropa liderada por Rubén Darío Salazar conoce del saber infantil y en el espacio que saben imaginar nos dan una sensible afirmación plástico-sonora.
Pedro y el lobo tiene lo bello y lo bueno que se alcanza por obra y gracia de la bondad creacional del actor Iván García, las magníficas titiriteras Migdalia Seguí y María Laura Germán junto a todo el equipo que habita en el Centro Cultural Pelusín del Monte donde se hace de la cultura una permanente praxis.
Y es que en Teatro de Las Estaciones hay un colectivo de trabajadores donde la tradición y la novedad se pasean de la mano, donde se preserva y se inventa, donde se sabe dar continuidad a lo inesperado.
Pedro y el lobo tiene la dimensión sonora y visual para que el significante y la imago sean el contrapunto del conocimiento poético; para mí es una medida de la fuerza operante y el sentido coral que tendrá el trabajo en el Guiñol Nacional de Cuba que renacerá, tendrá un nuevo origen.
Foto de portada / Archivo Cubaescena
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