Teatro Buendía: trono de Macbeth
Por Roberto Pérez León
El suceder escénico parte de un texto fuente que podrá ser literario y corporal. Poner ese texto en escena, escenificarlo dependerá de la creatividad, afectividad e identidad del puestista.
Teatro Buendía desde su fundación en 1985 ha desarrollado una poética sin traspiés. Las irreproducibles diferenciaciones de este colectivo han estado en el equilibrio, a veces inquietante, de sus reglas artísticas, de los canales expresivos trazados desde una ideología y reflexiones que definen la concepción de lo teatral y el obrar estético. Entrado el siglo XXI Teatro Buendía sigue su fecunda trayectoria en la elaboración de sentido para cada una de sus puestas.
Tiene maestro juicio este colectivo cada vez que enfrenta una puesta sin pretender descifrar, ni idealizar ni ser fiel sino navegar ideo-estéticamente por el texto fuente que hace posible la escenificación.
Sin esnobismos ni abandono de la originalidad, sin rupturas descabelladas el catálogo de producciones de Teatro Buendía es una galería que no deja de lado la tradición ni la novedad: Lila la mariposa (1985), Las perlas de tu boca (1989), Otra Tempestad (1997), Bacantes (2001), La visita de la vieja dama (2009) entre otros hasta Desnudos en el bosque que acaba de estrenarse.
Hemos tenido en la escena de la calle Loma y 39 en el Nuevo Vedado, sede del colectivo capitaneado por Flora Lauten, una visitación a La tragedia de Macbeth luego de más de cuatrocientos años de haber sido estrenada. Macbeth entre las obras de Shakespeare es una de las de mayor complejidad. Permite insondables elaboraciones de sentido para descifrar el poder, la ambición, la traición, la corrupción.
Macbeth es un texto que su traslación y posicionamiento al lenguaje escénico hoy por hoy nos demuestra “la cantidad hechizada” que el componente literario puede aportar al acto teatral.
Son incontables las narrativas que han recreado a Macbeth. Destaco las cinematográficas que considero se han sumergido en lo generatriz de Macbeth con considerables centros de irradiación poética. Pienso en Akira Kurosawa y su Trono de Sangre (1957) o el Macbeth (1948) de Orson Welles o La Tragedia de Macbeth (2021) de Joel Cohen. Estos cineastas, entre otros no menos relevantes, se infiltraron en el texto de Shakespeare con una lucidez analítica, formal y conceptual que posicionan visiones memorables.
Ahora bien, de todos los Macbeth que he visto en escena -quizá sean más de quince- sobresale este que acaba de poner Teatro Buendía. Desnudos en el bosque es una puesta y escenificación de enjundiosos procesos creativos que causalizan, con plenitud de sutilezas germinativas, con meticulosidad y singularidad, la fuerza dramática de la obra de Shakespeare. Estamos ante una perfilada y sensible lectura de William Shakespeare asumida por Raquel Carrió quien es una de nuestras más insignes pensadoras del teatro.
La Dra. Carrió posiciona al hecho escénico no como recreación, explicación o ilustración, no como operaciones de afiliación vanguardistas sino como proyección latente. El texto que ella forja en Desnudos en el bosque alcanza una lógica expandida que sumerge al espectador en una inminencia sombría y compleja que no cesa hasta la conclusión y el clímax de la aguda puesta en escena de Jorge Alba.
El diseño escénico de Desnudos en el bosque participa como metáfora de visionada materialidad donde habita la fantástica poetización de la puesta en escena. Rubén Martínez y Alexis Mourelo hacen la escenografía, el vestuario es obra de Ognis Cruz y también de Rubén Martínez y Alexis Mourelo. Ellos incrustan en la escenificación una apuesta estética de sustantividad ampliamente participante.
El bosque siempre ha sido espacio para las divinidades, para las confluencias de energías que componen el caleidoscopio de espíritus que en el bosque de Desnudos hilvanan la trama de la obra. Los espíritus del bosque levantan pactos y ordenamientos expansivos que corporizan vorazmente, entre imágenes y metáforas, a dinamizados personajes que se hacen follaje espeso para el regicidio y sus emisiones. Los espíritus del bosque trenzan la traición, el amor, el odio, la confianza, el abuso de poder, la manipulación, la crueldad, la dominación, por invocación de Lady Macbeth, para que se haga el mal desde la más trágica de sus gravitaciones. Los espíritus del bosque se erigen como entidades de esmerada vivacidad teatral al no dar respuestas, sino que constituyen preguntas que ponen al espectador en una parábola de expectación.
Jorge Alba, Rachel Cruz, Alexis Mourelo y Rubén Martínez son los espíritus del bosque, espectros, visiones, sombras, aparecidos que corporizan a personajes como el Rey Duncan, Banquo, un Guerrero, o la Niña que alguna vez fue Lady Macbeth, violada y apresada en el Bosque de Birnam, como explica la profesora Carrió en las notas del programa.
La presencia de estos personajes son ejecutorias de la convicción teatral de Desnudos en el bosque. Como maniobras dramáticas logran que la escenificación disfrute de una contemporaneidad íntegra, encontrada desde el conocimiento y el trabajo incesante y no a partir de una receta de un sermón o de una misión posmoderna. Desde la poética de las actuaciones tienen esos espíritus un discernimiento definitorio. Son signos que transitan de lo más indicial a lo más simbólico, luego se hacen íconos, objetos artísticos y determinan un contundente núcleo de narratividad escénica.
Como estimuladores de la teatralidad operante de Desnudos en el bosque tenemos a Alejandro Alfonso y a Sara Vega: rigurosas presencias en la urdimbre de signos y sentidos que reinvencionan a Macbeth y a Lady Macbeth.
Una vez más se verifica que en la praxis teatral la actuación es una conjunción e incorporación, con las debidas distancias críticas, entre el personaje para el actor y el actor para el personaje, enroque que da naturaleza al acto teatral que es visionado con esplendor sin especiales tratamientos escenotécnicos.
Con esta puesta de mágicas obtenciones de Teatro Buendía hallo una dimensión de lo eminentemente teatral con ligaduras entre visiones medievales y entidades naturales imaginadas.
¡Qué raro y qué bello todo!
Foto: Maité Fernández