Suite Yoruba: Descolonización danzaria de hace 65 años

Por Roberto Pérez León
Empecemos con una perogrullada: Suite Yoruba de Ramiro Guerra es clave en la historia de la danza moderna cubana. Estrenada el 24 de junio de 1960 en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, la obra marcó un hito al integrar elementos del folklore afrocubano dentro de una estética contemporánea.
Hace 65 años Suite Yoruba produjo un entrelazamiento inédito entre la tradición y la modernidad en una puesta en escena danzaria.
La escena, entendida como un espacio de signos en constante movimiento, al abordarse desde la perspectiva semiótica nos permite vislumbrar que cada elemento, desde la gestualidad del intérprete hasta el diseño de luces, participa en la construcción de significado. Los signos escénicos operan no solo como transmisores de contenido, también son generadores de “resistencia” y reinterpretación cultural.
Considero la resistencia no como negación u oposición directa sino como libertad creativa en tanto “resistir es crear” (G. Deleuze). Resistir es una forma de afirmación trascendente ante la reducción del pensamiento y la expresión. La verdadera resistencia deleuziana, al no ser simplemente una negación, se instituye como expresión que escapa de la repetición mecánica de lo establecido e instaura nuevas formas de pensar y ser.
Desde esta perspectiva Ramiro Guerra es el dadorgenitor, de manera inaugural y epifánica, de una danza comprometida entre nosotros. Así, 65 años después del estreno de Suite Yoruba celebramos la invención y el riesgo que esta obra, como bastión de descolonización cultural y particularmente danzaría, propició el henchimiento de la identidad y pertenencia desde un poderoso caudal de sentido social.
La producción de sentido social en una puesta en escena es un entramado complejo de sistemas significantes que actúan en conjunto para construir un significado compartido entre creadores y espectadores.
La semiotización escénica, en este sentido, es clave para entender cómo cada elemento (gestos, palabras, luces, sonidos, espacios, movimientos, etc.) funciona como signo dentro de una genitora red de significación.
Suite Yoruba es un ejemplo irrefutable de cómo la semiótica escénica puede ser utilizada para la resistencia cultural y la construcción de identidad.
En la mirada semiótica hacia Suite Yoruba hay que destacar la conciencia estética y formal del etnomovimento: dialéctica corporal desde donde se pone en marcha la expresión de la memoria cultural inmanente en los cuerpos de los bailarines.
Ramiro Guerra buscó los cuerpos que precisaba su conciencia de la “movimentalidad” de la cubanía. Uno de sus propósitos descolonizadores estuvo en la inclusión de bailarines negros y mestizos como declarado gesto de integración racial dentro del arte escénico danzario nacional.
En términos deleuzianos podríamos decir que esos cuerpos están en devenir-resistencia, generando afectos que determinan el orden estético y formal de la danza. Son cuerpos afectados por la memoria histórica y social. En Deleuze (inspirado por Spinoza) el afecto no es una emoción subjetiva. El afecto es una capacidad del cuerpo para ser afectado y a su vez afectar. Es decir, un cuerpo es lo que puede hacer, lo que puede simbolizar, lo que puede transformar, reconfigurar para ir contra el olvido: cuerpo como espacio de resistencia.
Coreográficamente en la obra los cuerpos de los bailarines se transforman en un acto de resistir con resonancias vinculadas profundamente con la noción deleuziana de devenir: no se trata de “convertirse en otro”, sino de entrar en una zona de indeterminación, de transformación continua donde el cuerpo se vuelve múltiple, abierto, relacional.
El cuerpo como signo ritual. Desde el reconocimiento del etnomovimiento los bailarines evocan gestos rituales resignificándolos a través de una concepción coreográfica que dialoga con la danza moderna. La gestualidad no es meramente representativa, funciona como un archivo de memoria cultural que se refuerza con la carga simbólica de la música.
Los cuerpos en Suite Yoruba desbordan la representación y son signos autónomos. No se trata de ejecutantes. Son vehículos de significación que por sus postura, desplazamientos y gestualidad construyen, como signos vivos, códigos que el espectador interpreta.
La obra es un sistema de signos en interacción. En su recepción tiene como resultante la articulación de un horizonte de expectativas donde la interpretación del espectador es fundamental.
La puesta en escena no es solo la organización visual y dramatúrgica sino una estructura de signos en interacción que interactúa con el espectador para generar significado.
La invención coreográfica de Ramiro Guerra no atentó contra lo folclórico ni contra las cosmologías que nos constituyen. Lo indómito, lo poco domado de la partitura gestual hizo de esta obra un conjuro para la creación danzaría que vendría.
Suite Yoruba sigue siendo una propuesta escénica de figuración fundacional. Aún la obra define un horizonte de potentes significaciones y expectantes significantes: he ahí la consistencia de un clásico de la danza toda.
En portada Suite Yoruba, foto tomada de La Jiribilla