Sin Pelos Y Sin Lengua: Un Balbuceo Ordinario
Por Roberto Pérez León
La palabrota que ensucia la lengua termina por ensuciar el espíritu. (…) Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento y la acción. (…) Es la palabra lo que crea el clima del pensamiento y las condiciones de la acción.
Arturo Uslar Pietri, La lengua sucia.
La Biblia nos ha fundado a todos en Occidente, cosa que no deja de ser inaudita porque siendo un libro de tan para allá, sus fundaciones debieron haber ocurrido de ese otro lado. Por geografía nos tocaban La Ilíada y La Odisea, si así hubiera sido entonces otro gallo cantaría.
La Biblia empieza con la performance del Génesis: “En el principio fue el verbo…”.
Y el verbo se hizo cada vez más logos, la palabra empezó a crear y en siete días lo hizo todo.
El accionar del verbo fue tremendamente performativo. El verbo se hizo “realizativo”.
Desde entonces palabra y acción van aparejadas. La palabra funda. ¿Y las palabrotas qué hacen?
Para nadie es un secreto la abundancia de conductas civiles nada deseables donde imperan el mal gusto y los comportamientos airados que comúnmente catalogamos como chusmería o escándalos callejeros sin son ni ton.
La chusmería se puede ignorar, asumir, evitar, tolerar, aceptar, naturalizar, reprimir, institucionalizar, sufrir, resistir.
En relación a estas situaciones de incivilidad tenemos antecedentes ilustres. En el siglo XVIII español como parece que el desorden era mucho hubo que tomar medidas y ponerse duro porque el relajo andaba suelto y sin vacunar.
En la página 72 del Teatro de la Legislación Universal de España e Indias se lee:
Pena contra los que de día o noche dicen o cantan palabras torpes y sucias, l. 3. art. Injurias.
Bandos publicados en Madrid en 30 de Abril, y 3 de Noviembre de 1790, que se reiteran cada año.
Siendo el abuso que se nota de la facilidad con que muchas gentes sin educación profieren por las calles públicas, palabras escandalosas y obscenas acompañadas de acciones indecentes: para evitar uno y otro conforme a lo resuelto por S. M. [Su Majestad] ninguna persona de cualquier estado, edad o calidad que sea, profiera en las calles ni otra parte palabras escandalosas ni obscenas, ni haga acciones indecentes con ningún motivo ni pretexto, antes bien guarden toda moderación y compostura; pena a los contraventores de que se les destinará a las obras públicas por quince días, y si fueren mujeres por igual tiempo a San Fernando; cuyas penas se agravarán en caso de reincidencia.
Hoy aún se mantiene regulaciones al respecto. También en toda Cuba las hay. Pero, La Ciudad Maravilla, a punto de cumplir cinco siglos cuenta con un paisaje sonoro que resulta trastornado y frenético: en las guaguas, la gente en las calles, en cualquier lugar y a cualquier hora estamos expuestos de manera natural a expresiones malsonantes, groseras, procaces, y siempre con acompañamiento musical en todos los tonos y volúmenes sin restricciones.
Es común que un grupo de personas, incluso con niños, pitos y todo el aparataje sonoro posible a cuesta vayan por la calle diciendo barbaridades como si solo ellos y ellas existieran en el mundo, o que sus mundos fueran los únicos posibles.
Es normal ese tipo de absoluta descompostura urbana que se manifiesta en todo posible espacio habitable, incluso el mar.
En verdad yo como ciudadano he recurrido a algunas instancias que consideraba las adecuadas para de alguna manera alertar al respecto pero no he logrado casi nada.
Ahora bien, desde donde me corresponde, y en este caso es mi trabajo de análisis y crítica de artes escénicas, no puedo quedar imperturbable ante la expresión de la simpleza y vulgaridad en el escenario.
Lo obsceno con ingenio puede tener un condimento pimientoso, con imaginación e invención puede enriquecer la comunicación entre personajes, favorecer la relación entre el escenario y el público.
Camilo José Cela en sus Diccionarios secretos admite y no proscribe determinado léxico. Por supuesto no es lo mismo con guitarra que con violín aunque sean ambos instrumentos de cuerda, recordemos a los temperantes griegos que clamaban por la medida, por el justo medio para llegar a la armoniosa templanza helénica, claro lo nuestro es bíblico, pero para algo existe la transculturación.
María Moliner, una de las mujeres que más nos ha organizado y encauzado el uso del español, en la primera edición de su insuperable hasta ahora Diccionario de uso del español, no incluyó las palabrotas y en su segunda edición rectificó y se arrepintió de no haberlas puesto en la primera edición.
¿Y a qué viene todo esto que he dicho y todo lo que me falta por decir? Bueno, es que he visto Sin pelos en la lengua, un choucito ordinario en el Café Cantante del Bertold Brecht.
Sin pelos en la lengua según el cartel, porque no hubo programa a la función a la que asistí, es, cito textualmente: “un show cardiaco, crítico, místico, musical con textos de Humberto Robles, Jorge Fernández Era y Huguito, con Dirección General de Hugo Alberto Vargas”
Sin pelos en la lengua no es teatro ni suceso escénico alguno. Se trata de un «choucito» con señales “changaiescas” o ambiciones cabaretísticas en una suerte de fiesta de trasnocho. Al emplear el término “choucito” no es mi intención calificar despectivamente sino que uso el sustantivo diminutivo a partir de lo que se declara en el cartel promocional de la función.
No hay producción de subjetividad alguna en esta puesta que tampoco es carnavalesca de acuerdo al concepto de Bajtin. La carnavalización es un maniobrar cultural donde la risa y la parodia reinan a través de la excentricidad como percepción de lo cotidiano para evocar cambios y transformaciones, y esto no sucede en Sin pelos en la lengua.
Está bien que tengamos una mirada crítica que nos alerte sobre lo mal que podemos hacer las cosas, lo mal que las hemos hecho, lo mal que nos han salido algunos sueños, lo mal que a veces componemos lo mal hecho.
Pero Sin pelos en la lengua es machista, homofóbico, racista; y, además no es teatro ni experimento ni propuesta de nada que ver con nada; se esmera en los mismo chistes de siempre: la mujer que sorprende al marido con otro hombre, la monja lesbiana, la pacotilla que mandan de afuera, la ligereza en la caricaturización de nuestros trastornos sociales.
Desde siempre la Iglesia, la homosexualidad y la crítica social han sido seguros blancos para desacralizar, chotear con los recursos del humor, la sátira, la invectiva, la diatriba. Cierto que la ridiculización de personajes o de situaciones al enfatizarse alcanzan una semantización más productiva para el hecho teatral que existe como acontecimiento en la medida que resulta radicalmente novedoso porque debe estar claro que si todo puede ser teatro nada es teatro.
La vulgaridad como violencia verbal, el lenguaje corporal soez en Sin pelos en la lengua elimina toda posibilidad de reflexión. Yo no estoy muy de acuerdo con el espíritu ortodoxo racionalista cartesiano pero tampoco quiero que me disminuyan mi capacidad de pensar y hacer abstracciones y disfrutar de la belleza.
Lo que sucede en la función es que cuatro mujeres y un hombre salen a la pista, en orden que podría ser aleatorio sin necesidad de requerimientos dramatúrgicos. Cada cual suelta su parrafada: cardiaca tal vez por la perenne alusión a lo sexual; mística porque una monja de rojo y lesbiana termina administrando un club gay; crítica si consideramos como crítica las alusiones o manifestación de desacuerdo con algunas de los procedimientos sociales de la cotidianidad, excepto la vulgaridad y la chusmería; y, musical, en realidad de musical no vi nada.
Hay un presentador que trata de presentar a las cuatro mujeres ejecutantes que de una en una salen a soltar sus peroratas correspondientes donde podrían estar malgastando sus posibilidades histriónicas entre tantas alegorías y sugerencias sexuales mediante meneos y gestualidades que conforman un sólido discurso de la ordinariez verbal y corporal.
¿Por qué la gente se ríe y disfruta de esta variedad escénica dislocada dramática y dramatúrgicamente?
¿Entretenimiento, distracción, desconecte, pasar el tiempo?
Qué bien vendría el diseño científico de un estudio de público específico para el caso de montajes que consiguen tanto éxito de taquilla como este al que me estoy refiriendo.
Sin inferencias cognitivas Sin pelos en la lengua tiene como referente ciertamente una realidad exterior, toma de la contingencia del cotidiano materialismo cultural mas no de la cultura cubana. Sucede que al estancarse en la mímesis carece del operar correspondiente a un hecho estético artístico.
Sin pelos en la lengua no es indicial como debería serlo si fuera un reflejo activo de la realidad; se queda en el signo y no llega a la semiosis como relación polemista entre la mostración sensible y el concepto al que alude esa mostración.
En Sin pelos en la lengua los sistemas de significación se reducen a expresiones verbales y corporales como signos de una fenomenología que por su elementalidad no incide en la mente del espectador; no hay otro efecto que el de una risa mecánica; se carece de la dinámica que corresponde a la teatralidad productora de significados que enriquezcan la experiencia individual y social; la escenificación es de fenomenología básica, no acciona los mecanismos de denotación y connotación correspondientes a un hecho teatral donde el sentido siempre es social desde la individualidad de cada espectador.
El Teatro como el arte en general no es para describir la Realidad o para confirmarla desde una representación mimética.
El teatro como novedad constitutiva de realidad da la posibilidad de un accionar social particular.
Como suceso deconstructivo el teatro saca a flote lo más disimulado y recóndito y al ponerlo en el escenario muestra lo oculto de la Realidad.
El teatro no tiene que ser una latosa representación conceptual, tampoco tiene que regodearse en un copia facilista de determinadas circunstancias.
El teatro es un acontecimiento radical por lo radial de su novedad como manifestación estético-artística y se erige en acto de producción sentido capaz de intervenir en la realidad.