Ser Prudentes, Como La Chinche
Por Charles Wrapner
Crecí escuchando una frase popular en voz de mis abuelos y en la del famoso personaje del Coronel Blanco en la telenovela Al compás del son. “Lo bueno que tiene esto, es lo malo que se está poniendo”, frase que avizora el desastre y muchas veces suena como el toque a degüello. La he escuchado acompañada de cierto gozo en la voz del enunciador. Preludia la supresión del raciocinio y la entrega al disfrute de destrozar al contrario. Generalmente se dice con ironía, sadismo. En esta frase pensé cuando vi La Prudencia, puesta en escena de Estudio Teatral La Chinche, basada en el texto homónimo del argentino Claudio Gotbeter.
Tres amigas de edad avanzada se dieron cita para pasar juntas el último día del año en la casa de una de ellas. Margarita (Camill Odette Baeza) y Trinidad (María Carla Guevara) han llegado primero, pero a la llegada de Nina (Laura Tarrao) que insiste para que le abran la puerta, se desata un pánico atroz y la paranoia principal de todos los estragos de la obra.
Los olvidos frecuentes de los personajes son espejo de la desmemoria del mundo de hoy. La desconfianza genera un odio atroz hacia el otro, incluso al punto de no reconocer a los amigos. En el marco de una pequeña habitación se esbozan los hechos que constituyen la decadencia de la única especie con capacidades mentales superiores al resto de las conocidas hasta hoy en el universo.
En clave de comedia negra típico en la dramaturgia de Gotbeter, y con atinado tono farsesco en el desempeño de las actrices, Lizette Silverio crea el tejido de la pieza prescindiendo de mobiliario escenográfico. Está claro que todo lo que ocurra aquí será total responsabilidad del individuo-personaje.
Esa idea es reforzada mediante el clásico juego de teatro dentro del teatro, donde una de las actrices interrumpe varias veces la obra para quejarse de la rudeza de sus compañeras al ejecutar las acciones.
La víctima regresa del más allá a pedir clemencia porque la están golpeando. Tal parece que sus colegas actrices, alienadas en la acción, han olvidado que se finge muerta porque así lo reclama la pauta escénica. El público ríe por lo grotesco del juego y por ver cómo la muerta se levanta pidiendo cuidado, sin embargo esta secuencia es una entre muchas que subrayan efectivamente la indolencia como terrible realidad.
La dinámica de la puesta posibilita atravesar los límites de lo real y lo dramático para señalar de un modo inteligente y suspicaz la fuerza del impulso destructivo infundado por las sociedades donde el miedo es mecanismo para controlar las multitudes.
En un contexto teatral donde el “no actuar” o una supuesta naturalidad están en boga, se agradece una pieza como esta que sostiene la obra gracias a la vitalidad del cuerpo y la voz de las actrices. Una pieza que muestra códigos escénicos de la actuación farsesca y del absurdo con especial sentido del gusto para, al decir de Jaime Gómez Triana en las notas al programa, “activar las circunstancias que el texto propone”.
Tuve la oportunidad de ver el estreno de la obra y de volver a ver la puesta en la recién finalizada temporada en la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht. El discurso escénico ahora más afinado y eficaz en su estilo, sin dejar de estremecer el centro de la epidemia con su humor negro, ha despertado la espontaneidad del público. Comunicación evidente en frases, interjecciones y carcajadas coherentes con la trama de la obra. Un fenómeno que debe observarse y estudiarse con atención porque da muestras del diálogo que establece esta obra con los espectadores. Termómetro de la recepción de un discurso en clave de farsa, profundo, actualizado y contextualizado en nuestra realidad, donde a veces se hace agónica la posibilidad de ser espontáneos en el teatro.