SELFIE: AUTORRETRATO JUVENIL

Por Osvaldo Cano

Luego de ganar la beca de creación El reino de este mundo, otorgada por la Asociación Hermanos Saiz en 2018, el joven actor y director Carlos Sarmiento estrenó, en la sala Adolfo Llauradó, la obra Selfie, un texto de su autoría. La puesta, que reúne a un elenco que destaca por su juventud, es la más reciente producción de Teatro del Caballero, colectivo que encabeza José Antonio Alonso. Con este dinámico espectáculo, Sarmiento debuta como dramaturgo y realiza el ejercicio de culminación de estudios de la Maestría en Dirección Escénica del ISA.

La pieza que, según confiesa su autor, relata un pasaje de su propia vida, nos muestra una historia de amores contrariados o al menos complicados tanto por eventos del pasado como del presente. Los protagonistas, una joven trinitaria y un animador turístico conocido por sus incursiones en la TV, viven una relación intensa pero ocasional, fragmentada tanto por las idas y venidas propias de la profesión que él ejerce, como por las abruptas rupturas decretadas por las decisiones y estados de ánimo de ella.

Por otro lado, un leit motiv musical deviene clave del acontecer, me refiero al Son oscuro de Noel Nicola, que con insistencia es reiterado por la banda sonora con el propósito de transparentar el conflicto que estremece a la protagonista. En particular el fragmento que advierte “quise esconder mi alma pero se me / ahora ya no hay misterio / El misterio se me fue” contiene y explica las contradicciones internas que la estremecen.

La historia de amor, que en un primer momento se apuntaló casi exclusivamente en la atracción sexual, va transitando hacia el conocimiento mutuo gracias a  las sucesivas confesiones realizadas por los amantes. Ellos refieren, de modo fragmentado y discontinuo, recuerdos del pasado, angustias del presente, anhelos, frustraciones, deseos, gustos… en un sistemático y deliberadamente descentrado desenmascaramiento. De este modo conocemos que el supuestamente exitoso animador no está contento con su quehacer cotidiano, pero vive orgulloso de sus padres y ama raigalmente a su país. En tanto que la en apariencias superficial y cursi joven, ha vivido experiencias traumáticas y continúa estigmatizada por un pasado del que no formó parte, pero que la persigue implacable.

Entre los valores cardinales del texto de Sarmiento se ubica la mirada y las afirmaciones de una generación que cuestiona procederes y realidades del presente, pero que ni claudica ni quiere huir de la Isla. Los personajes más jóvenes revelan la naturaleza de sus insatisfacciones, pero siguen en pie de guerra afirmando su vocación por permanecer y prevalecer en medio de un contexto cambiante y complejo, pero propio. De este modo nos acercan una mirada reveladora y hasta testimonial que, de primera mano, nos pone a dialogar con sus necesidades e interrogantes.

 Si algo distingue a la puesta en escena es su capacidad para intercambiar con un público juvenil que colmó, con mayoría apreciable, la platea de la sala Adolfo Llauradó. Esto lo logra el equipo de trabajo encabezado por Carlos Sarmiento, tanto por la naturaleza del texto como por el modo ágil y desenvuelto con que encaran el montaje.

Sucesivas rupturas de la cuarta pared que permiten la irrupción del autor-director sobre la escena, estableciendo un puente entre la “realidad” y la ficción teatral, un elenco cuyas vivencias, metas y problemas resultan coincidentes o al menos cercanos a los de los personajes que encarnan,  la colaboración de Jorge Luis Lagarza, quien concibe un entorno sonoro muy a tono con la historia, los personajes, la época y el lugar, así como el dinámico y funcional diseño escenográfico de Lisandra Rodríguez, contribuyen a redondear una oferta que se agradece por su ritmo dinámico, el desenfado y la desprejuiciada franqueza con que  nos habla.

El elenco encabezado por Carlos Alberto Méndez y Alessia Delgado encarna y defiende a criaturas muy cercanas a sus propias experiencias de vida. Esto si bien por un lado puede ser beneficioso, por el otro, entraña el riesgo de no explorar suficientemente en la psiquis de los personajes precisamente por lo próximo y conocidos que resultan para ellos.

No obstante, a la juventud de los actores y las actrices, ellos son capaces de encarar sus roles con organicidad. Méndez llena de energía vital a un personaje decidido, seguro de sí mismo y empeñado en develar las razones y secretos que enturbian la contrariada relación amorosa en la que se ha enrolado. Delgado, pese a que por momentos su dicción impide escuchar con nitidez algún parlamento, logra trasparentar el tránsito que se verifica en una muchacha en apariencias superficial e irritable hasta la joven vapuleada por la vida, estigmatizada por el pasado familiar, abandonada por la madre y cobijada por un hermano apenas un poco mayor que ella. En tanto que Hamlet Paredes y Lily Bergues, quienes encarnan  personajes  de menos peso en la trama, lo hacen con mesura y convicción contribuyendo a materializar una labor de conjunto de buen nivel.

Acompañado por un equipo de trabajo que lo secunda y en el que abundan las coincidencias generacionales, Carlos Sarmiento consigue con Selfie un buen momento en la cartelera teatral habanera. Esta suerte de autorretrato del actor, director y ahora también dramaturgo, termina siendo una mirada abarcadora y panorámica del presente y muy en especial de los dilemas y necesidades de los más jóvenes. La positiva respuesta del público al cual el espectáculo y sus hacedores tratan con respeto, acudiendo a la sencillez, pero sin entrar concesiones que abaraten el producto final resulta un manifiesto testimonio de su autenticidad.