Romeo y Julieta ante el embate de la migración
Por Kenny Ortigas Guerrero
La figura del crítico, pareciera estar ungida por una especie de maldición. Por una parte, el ser emocional insiste en sucumbir ante los entramados y fibras de la sensibilidad que nos toca de cerca a todos los seres humanos al apreciar una obra de arte y por otro lado, una voz más racional y hasta un tanto fría, te agarra por la espalda y no te deja caer totalmente en los desafueros de la emoción, colocándote en un delicado punto, que permite distanciarte del golpe sentimental, para acercarte al objeto en cuestión desde una perspectiva más consciente, profundizando en el análisis de sus estructuras simbólicas y las relaciones en el diálogo con el espectador, dentro del contexto en el que se inscribe.
El sentido de lo justo, en el momento de emitir un criterio, se mueve cual funámbulo, que estando en una cuerda floja se aferra a ella con valentía y decisión. Tras asistir al estreno de Romeo y Julieta. CU, de Teatro del Viento, bajo la dirección de Freddys Núñez Estenoz, me han invadido una serie de ideas y sensaciones que me lanzan a esos extremos de racionalidad y emoción, pero que también me permiten, con mucha responsabilidad, centrarme en algunas valoraciones muy concretas. Freddys propone una versión del clásico de Shakespeare que, tomando como punto de partida el argumento de la obra con los conflictos entre Montescos y Capuletos, disecciona temas relacionados con actos de violencia e indisciplina social dentro del panorama cubano actual. Aborda, como eje sistemático y recurrente dentro de sus últimas obras, el fenómeno de la migración y aporta un punto de vista que plantea la sucesión de acontecimientos como un producto irrevocable del destino.
Debo destacar los que constituyen para mí tres elementos que me conmovieron de esta nueva propuesta. El primero, es la fuerza y vitalidad con la que todos los actores -sin excepción- defienden las ideas que propone su líder, e incluso, con la incorporación de nuevos muchachos que aspiran a convertirse en actores profesionales, la nave del viento pareciera tambalearse, pero no es así. En la presentación del estreno –y me voy a remitir específicamente a esta- lo que no se pudo resolver a nivel interpretativo, dada la inexperiencia de los noveles, encontró un digno resultado en la calibración y proyección de las energías de todo el elenco.
En segundo lugar, hay que reconocer que detrás de un espectáculo de más de dos horas de duración y tan fastuoso en su diseño global (escenografía, vestuario, etc.) existió un arduo trabajo de realización y de ensayos que comprometió no solo a los artistas del grupo, sino a otros tantos colaboradores que desde afuera aportaron sudor y tiempo. El tercer aspecto, fue ver a Freddys notablemente emocionado, como no lo había visto en ninguna de sus obras anteriores, puede ser que este parto tuviera algún matiz especial, quizás precisamente por las tensiones y expectativas que se generan ante un público cada vez más exigente, y también la descarga del estrés que llega al estallar los efusivos aplausos como síntoma del éxito.
No obstante, y a pesar de que Freddys ha mencionado públicamente en varias ocasiones su intención de no colorear los textos y ser frontal en lo que sería su denuncia artística ante disímiles problemáticas de la Cuba actual, creo que la belleza que adquieren diferentes cuadros y escenas de la puesta, como el instante del romance en el balcón o la fiesta de disfraces donde la espectacularidad se acuerpa en coreografías y la interpretación de música en vivo con tonos de cabaret, son traicionados con un exceso de distanciamientos-apartes al público y algunas redundancias que extienden en tiempo la duración de la misma.
La insistencia en los diálogos entre los actores-personajes, que se trata de una representación de teatro dentro del teatro, así como textos sobre hechos reales de asesinatos y otros vejámenes, no siempre encuentran una articulación coherente y fluida en el planteamiento dramatúrgico, cuando perfectamente pudieran coexistir de forma sutil, sin dejar de ser contundentes, en el accionar de las dos familias. Un ejemplo acertado de esa correlación o parábola es cuando la madre de Julieta, interpretada magistralmente por Anaisys Rodríguez Bermúdez le insiste a su hija sobre la necesidad de casarse con el Conde Paris –personaje muy interesante en su concepción, que resume en su esencia a un ser aberrante lleno de perversión, vanidad, y discordia. Él, tiene visa en el extranjero y posibilidades de entrar y salir cuando le venga en ganas, lo que constituye un excelente partido para la joven.
Esta escena alcanza un sentido del humor y la ironía muy bien enlazadas. Pero, se crean también al calor del discurso, ciertas contradicciones que pueden disociar al espectador sobre las posiciones y roles de los personajes como, por ejemplo, el príncipe Escalus interpretado por Grabiel Castillo, que representa el orden y la ley dentro de la obra, se muestra como víctima cuando en realidad debería tomar partido en la búsqueda de una solución a los conflictos, o revelar –quizás- su ineficiencia como autoridad, elemento que en mi criterio no está del todo apuntalado.
En sentido inverso a anteriores puestas en escena, cierto aire de pesimismo se apodera de este Romeo y Julieta .CU. Dice uno de los personajes que «de nada sirve desafiar el destino», haciendo referencia a la muerte de los amantes y a la partida de los mismos fuera del país para encontrar paz y sosiego, sin embargo, uno de los postulados éticos y estéticos del grupo Teatro del Viento ha sido el de permanecer, y tratar de contribuir al crecimiento cultural de la sociedad dentro de Cuba.
El montaje es una deconstrucción del texto original que se toma las libertades de alterar los tiempos, espacios, vestuarios que confluyen constantemente entre lo isabelino y lo contemporáneo, unido a una excelente banda sonora con música de Queen que se cruza con un Eclipse Total del Amor de Jim Steinman. Por tal motivo la idea expresada con ahínco en varios de los parlamentos, de que lo escrito por Shakespeare no puede ser cambiado, y que ese destino -que la versión muestra como inexorable y absoluto- impulsa a marcharse del país, no parece emparentar con el espíritu de desenfado y creatividad que proyecta la obra, donde todo, completamente todo puede ser alterado y transformado siempre que exista la voluntad para hacerlo.
Se trata de códigos que la dramaturgia y la dirección deben hilvanar con sus metáforas y sugerencias -emigrar o quedarse, resistir o claudicar, construir o destruir- pero que al público le corresponde descubrirlos, porque a eso vamos al teatro, a descubrir otras formas de decir -muchas veces- lo que ya sabemos, y así encontrar nuevas alternativas y perspectivas que puedan incluso abrirnos otros horizontes, disponiendo ojos, como dijera Marco Antonio de la Parra, donde hay ceguera.
En el caso del arte, y así lo creo, la opción siempre será la de construir y edificar, tomando los conflictos de cualquier índole como pretextos para generar una obra transgresora que cale hondamente en el alma y el pensamiento. A Freddys y a su tripulación le agradezco, como le agradece su público, su visión inquietante que conduce a la polémica y la aventura. De este Romeo y Julieta.CU, me quedo con el amor e ímpetu de sus amantes, mas no con su muerte, que deja un soplo de desaliento. Eso, significaría renunciar a una de las grandes bondades que nos da la existencia, aun en las peores circunstancias, que es la posibilidad de vivir y luchar por el amor.
Fotos: Juliette Romero