Raquel Revuelta: muchas maneras de ser Lucía
Por Norge Espinosa Mendoza
Aunque su carrera pueda ser recordada por la manera en que abordó diversos roles, para muchas cubanas y cubanos, su presencia como protagonista en el cuento inicial de Lucía, el primer largometraje de Humberto Solás, es la imagen que nos permite recordarla mejor. Ello no opaca su desempeño en Doña Bárbara, que interpretó dos veces en la televisión bajo las órdenes de Roberto Garriga. Y tampoco borra su paso por los escenarios, donde fue la Laurencia de Fuenteovejuna, la Madre Coraje de Brecht, o una de las tres hermanas del célebre texto de Chéjov.
A veinte años de su fallecimiento, todo eso se combina en la pregunta mayor que hoy podemos hacernos alrededor de Raquel Revuelta, la actriz, profesora y directora sin la cual, indudablemente, no se puede repasar la historia cultural del país de los últimos setenta años, si no más.
Nacida en 1925, y fallecida el 24 de enero de 2004, su nombre se sigue mencionando con respeto, admiración, y también con tintes de polémica. Todo ello cabe dentro de lo que ella fue y aportó: una presencia mayor para nuestra cultura. Y que sigue defendida por lo que en Lucía, y otras apariciones suyas, podemos comprobar actualmente, incluso ante las nuevas generaciones que no la conocieron de manera tan directa.
La declamación, el teatro y la radio, la impulsaron en el inicio de su carrera. Junto a su hermano, el actor y director Vicente Revuelta, compartió un destino que poco a poco les haría sitio en el naciente movimiento artístico de los años 40 y 50 del pasado siglo. Ella se forjó en la compañía de Eugenia Zúffoli, tuvo la guía de Enriqueta Sierra, y a los 17 años actuó en Espectros, de Ibsen, en lo que consideraba su primera aparición de importancia. Tenía esa voz grave, ese porte y esa figura ideal para la tragedia y el drama, y una condición lírica que la ayudó a llegar a varios personajes que hizo suyos ante el público y la crítica que la elogiaron. La naciente televisión la reclamó, y gracias a ello no solo su voz, difundida a través de la emisora Mil Diez, sino además su rostro, se hicieron muy populares.
El cine llegaría después, en producciones cubanas o mexicanas que no sacaban el mejor partido de su talento. Por eso siempre volvía al teatro, y en 1956, cuando se le vio como Juana de Lorena en la sala Hubert de Blanck, pudo disfrutar uno de sus éxitos más sonados. Ya era la figura reconocible en las emisiones de Un romance cada jueves, donde brillaba como pareja ideal de Manolo Coego en la pequeña pantalla. Su fama recorría toda Cuba y acaso solo Gina Cabrera podía considerarse su rival en términos de simpatía popular. Amiga de varios miembros de la Sociedad Nuestro Tiempo, disimulaba bajo los trajes de esos personajes románticos que encarnaba en la televisión, junto a tantos otros de obras del teatro universal, sus simpatías con las fuerzas de la clandestinidad, a la que ayudaba por entonces. Su propia Juana de Lorena tuvo, entre sus espectadores más persistentes, a los integrantes de las fuerzas represoras del batistato, que acudían a las funciones, sospechando ya de ella, de su hermano, y de Julio García Espinosa, coautor de la versión del original de Maxwell Anderson que ellos habían recontextualizado en la Cuba de ese instante.
En 1958 era un referente para actrices ya consagradas y también para las aspirantes a una carrera igual de exitosa a la suya. Había hecho varias películas, tenía premios, aparentemente no le faltaba algo que ya no hubiese conseguido. Fue fundadora, con Vicente, de Teatro Estudio, que con Largo viaje de un día hacia la noche, de O´Neill, marcó un punto de giro en la escena cubana.
Otro punto de giro se aproximaba, y tras el arribo de los rebeldes de la Sierra Maestra al poder, optó por permanecer en Cuba. Terminaría siendo la directora general de Teatro Estudio, y gracias al respeto ganado durante años ante el pueblo y los nuevos dirigentes, pudo sortear no pocos momentos difíciles mientras mantenía en activo su trayectoria como actriz, que culminó, en los escenarios cubanos, cuando protagonizó Comedia a la antigua, junto a Enrique Santiesteban, y se alargó en la televisión y el cine mediante títulos como La visita de la vieja dama, bajo las órdenes de Garriga, y Un hombre de éxito, del director de Lucía. Fue además profesora y decana de la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte, donde se le concedió un doctorado Honoris Causa.
En 1989 asume la presidencia del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, cargo que mantuvo hasta 1992. Le tocó allí la complicada tarea de tratar de descentralizar el ya muy inamovible mapa de grandes compañías y grupos, mediante un sistema de proyectos por obra que la llegada del Periodo Especial vino a frenar contra todo lo esperado. En ese mismo periodo, abandona con un grupo de fieles la sala Hubert de Blanck, donde Teatro Estudio se había asentado desde 1964, y se va con ellos a la Casona de Línea, donde el grupo tenía su local de ensayos. Allí estuvo hasta su fallecimiento, tratando de conseguir una nueva sede para su compañía, mientras el colectivo trataba de mantenerse en pie. De esa década son sus montajes de Concierto barroco, y El No, sobre Carpentier y Virgilio Piñera. En el patio de la Casona, Vicente Revuelta dirige Ñaque o de piojos y actores, y Medida por medida. Sin recursos para convertir el cine que Alfredo Guevara le cede como espacio de trabajo, pero que requiere de una remodelación y restauración capital, finalmente se inaugura en el propio patio de la Casona la sala Adolfo LLauradó, con el estreno de su último trabajo como directora, y con el cual también se cierra la historia de Teatro Estudio: el Tartufo, de Moliére, en 2003.
Una década antes había salido a escena como actriz por última vez, en México, protagonizando Escrito en el cuerpo de la noche, que Emilio Carballido escribió expresamente para ella. Y en 1999, junto a Vicente, recibió el Premio Nacional de Teatro, en la primera entrega de este importante galardón.
Cuando fallece, según algunos testimonios, ya estaba cansada de ciertas cosas. El cigarro, que nunca abandonó, aceleró padecimientos respiratorios y otras molestias. La noticia de su muerte nos sorprendió, porque en ese último periodo había concentrado sus fuerzas para activar la Casona como un centro cultural, y entre sus iniciativas estuvo la de convocar a la doctora Beatriz Maggi para que impartiera en la LLauradó un curso sobre Shakespeare. Había dejado de teñirse el cabello, y eso era un síntoma mucho más evidente de algo que siempre fue suyo: el rechazo a la vanidad de las divas, el desdén hacia la imagen de heroína romántica que la hizo tan popular en un gran momento de su carrera. La entrevisté un par de veces, y siempre cuidé mucho mis palabras ante ella. “La memoria es traicionera”, advirtió alguna vez, y esa afirmación me ha servido de mucho. Incluso ahora que trato de recordarla de la forma más nítida.
En Santa Clara, durante el evento de pequeño formato de ese 2004 que organiza El Mejunje, Alberto Pedro nos habló de Raquel, y del impacto que le había causado su desaparición. El autor de Manteca y Delirio habanero nos dejó saber su incomodidad ante el escaso eco que la prensa dio a la noticia. Y no sería el único en expresar lo mismo. Con el tiempo, asombra ver cuántas actrices notables de nuestra escena siguen mencionándola como un referente que a ratos se vuelve mítico: desde Verónica Lynn a Hilda Oates, por no hablar de algunas que compartieron la escena con ella. Todo eso se combina también con el cúmulo de inseguridades que Raquel Revuelta tuvo siempre consigo: dudas sobre su talento, su físico, sus capacidades como líder, los recelos que internamente se movían en Teatro Estudio y contra el grupo, a veces tan potentes.
Fue ella quien añadió uno de los votos en contra de Los siete contra Tebas en el concurso José Antonio Ramos de la UNEAC, en 1968, que terminaría costándole a Antón Arrufat un silenciamiento de más de una década. Y en otras anécdotas, con solo enarcar una de sus cejas, decidía el destino de un actor o una actriz, sin otorgar más razones para justificar su mandato. Aunque al mismo tiempo, vale destacar que cuando arreció la oleada negra de la parametración sobre el teatro cubano, ella acogió en Teatro Estudio a muchas de las víctimas de aquel injusto procedimiento que cubrió parte de la década de los 70. Todo eso está en el mito de Raquel Revuelta, tanto como la imposible gardenia que pide a gritos su Lucía, en el memorable filme de 1968.
Al despedir su duelo, Abelardo Estorino se refirió a esas contradicciones que son elementos de lo que hoy también evocamos al mencionar a Raquel Revuelta. Las opiniones sobre su persona y su trabajo como actriz son contrastantes a veces, y ello indica qué persona tan singular fue, qué carácter fue también el suyo.
En el 2025 estaremos de lleno en la fecha del centenario de su nacimiento. Imagino que entonces podremos recordarla ya a través de todos esos contraluces, imaginando una biografía que sea la de sus personajes y la del personaje, tanto como la persona, que ella sobrellevó.
Como apunte para ello, quiero terminar esta nota con testimonios de dos personas que la recuerdan puntualmente. En Miami, Juan Cueto-Roig ha publicado ya varias ediciones de su libro Raquel Revuelta, a la memoria de una gran actriz, testimonio conmovedor de su admiración por ella. Interrogado sobre esa pasión que lo ha llevado a recoger en esos volúmenes fotos, reseñas y datos sobre Raquel, él ha dicho:
“Haber coincidido en tiempo y espacio con Raquel, me procuró una de las más gratificantes experiencias artísticas que he disfrutado. Haber podido disfrutar sus actuaciones lo considero, más que una suerte, un privilegio. Sin ello, mi vida hubiera sido estética, cultural y emotivamente, más pobre.”
Y sobre la segunda edición del libro, que apareció en el 2011, aclara:
“Este segundo libro contiene información muy valiosa para futuros investigadores, algo que me costó muchísimo trabajo: una relación (lista enorme) de las obras en que Raquel actuó para televisión: título, y fecha del programa y de las reseñas, ya que tuve acceso a los archivos del Diario de la Marina. Desde mi casa, revisaba en internet la edición diaria del periódico de los años 1953 hasta 1957, que fueron en los que más trabajó Raquel en Un romance cada jueves y Gran teatro del mundo.”
Si Juan Cueto-Roig aporta el esencial trabajo del investigador, quise que no faltara aquí la voz de quien pudo actuar junto a ella. Y por eso pedí al actor Michaelis Cué que evocara a nuestra primera actriz, a partir de esa experiencia. Desde Chile, donde se encuentra ahora mismo presentado su unipersonal Marx en el Soho, me responde con estas líneas que agradezco sinceramente:
“Tuve el privilegio de trabajar junto a ella en tres obras contundentes. Las tres hermanas, Madre Coraje y Santa Juana de América, en las que tuve con ella escenas también contundentes. Recuerdo especialmente una escena con ella en que nuestros personajes se interrelacionan de modo especial. Vicente nos paró a un metro de distancia, mirando al horizonte todo el tiempo. Mirar y filosofar. Una clase de actuación que no te dan en ninguna escuela. Cómo mirar el horizonte en donde estaba el público. Fue impresionante. Nunca he visto a ningún actor con el nivel de angustia y nervios antes de salir al escenario como a Raquel Revuelta. Era parte de su grandeza.
Tuvimos una función, creo que de Madre Coraje, en que después del intermedio ella se sentía mal, y dijo que no saldría para el segundo acto. Se le dio una explicación al público y desalojaron la sala. El público salió a la calle Calzada y espero a que ella también saliera. Tal era la angustia del público que al aparecer ella la recibieron con una ovación como si hubiera hecho la obra completa. Eso lo dice todo.”
Una sala de teatro habanera lleva su nombre: ese cine que quiso ella tener como su nuevo espacio, sueño que no llegó a cumplir en vida. Su nombre es parte del entorno de la calle línea, gracias a ello, pero no es aún suficiente para rememorarla en todo lo que ella significó.
A veinte años de su adiós, de esa última gardenia imposible, vuelvo a ver Lucía para encontrarla a ella y otras notables actrices cubanas en ese filme de Humberto Solás. Su misterio es ese, devolvernos con la mirada (esa mirada de las tres Lucías que nos traspasan desde el célebre cartel de Raúl Martínez) siempre otra pregunta y otro misterio: eso que logran solo ciertos talentos, ciertos artistas, ciertas personas. Con solo mirarnos. Como quien pide nuevamente una flor más allá de los años desde los cuales nos ha separado la mentira y el hechizo que puede ser la muerte.
Fotos cortesía del autor