Rafael Aquino, fundador del Teatro Lírico Nacional de Cuba
Por Enrique Río Prado
En los primeros meses de este año hemos sufrido algunas pérdidas irreparables para el arte lírico cubano. El pasado 11 de febrero, falleció en San Luis Potosí, México, donde residía últimamente, el notable barítono Rafael Aquino. Nacido en La Habana, el 5 de agosto de 1931, se había iniciado en las artes escénicas a los nueve años, en la compañía infantil de Antonio Ordoqui, representando obras de teatro cubano.
En 1956 —dotado de una privilegiada voz baritonal— trabaja en México para la Compañía de Zarzuelas de Pepita Embil en el teatro Ideal, donde interviene en los títulos La calesera, de Alonso; Luisa Fernanda, Los gavilanes, Molinos de viento y La torre del oro, de Jiménez.
Los primeros años de su carrera profesional, transcurren en diferentes países del área del Caribe, de gira con una compañía de revistas —Puerto Rico, Haití, Santo Domingo, Guatemala y Estados Unidos—.
En 1959 se presenta con Alberto Alonso en el Festival de Juventudes de Viena y visita Hungría, la antigua URSS, Finlandia y España. De regreso a Cuba, al año siguiente se presenta en los cabarés Tropicana y Riviera.
En septiembre de 1962 interviene junto a un numeroso grupo de artistas líricos —cantantes y actores— en la fundación del Teatro Lírico Nacional de Cuba (TLNC) y forma parte de un elenco de lujo en la puesta inicial del título Luisa Fernanda, de Moreno Torroba, que alcanza en breves meses —a partir de su estreno el 17 de mayo de 1963— un total de 176 representaciones. Alterna su personaje de Vidal Hernando, con Miguel de Grandy, primer director general de la compañía y director de la puesta en escena, entre otras figuras consagradas, hoy todas desaparecidas, e interactúa junto a Rosita Fornés, Sarita Escarpanter (como Duquesa Carolina), Gladys Puig, Alba Marina, Ana Julia (en el rol titular) y los tenores Armando Pico, Antonio Lázaro y Aldo Lario (como Javier Moreno).
El historiador del arte lírico cubano Jorge Antonio González, en su reseña sobre distintas representaciones de esta puesta refleja que los barítonos
“brindaron tres buenas versiones del Vidal Hernando, teniendo cada uno que bisar la romanza del acto II y la canción del extremeño del III. […] Aquino introdujo una apuntatura al ‘la natural’, en la romanza del acto II, que da una extraordinaria brillantez al final del número.”[1]
A estas hoy ya míticas funciones, siguieron los principales títulos del repertorio del TLNC interpretados por elencos múltiples en los que participaba Aquino: La viuda alegre (Conde Danilo), 1963; La traviata (Germont), 1964; Los gavilanes (Juan), 1965; La princesa de las czardas (Edwin Carlos), 1965; La leyenda del beso (Mario), 1968. Cecilia Valdés (José Dolores Pimienta), 1969; La del soto del parral (Germán), 1969; Marina (Roque), 1969; El barbero de Sevilla (Fígaro), 1971. Molinos de viento (Alberto), 1972.
En ese último año integró los repartos de las estampas de Cecilia Valdés especialmente concebidas como representaciones especiales ante las delegaciones extranjeras que visitaban nuestro país y fueron ofrecidas en su mayoría en el parque Josone de Varadero.
En 1974, Aquino interpretó también el José Dolores Pimienta en la Cecilia Valdés que viajó a Europa central junto a Alina Sánchez y Esther Valdés, y los tenores Ramón Chávez, Edilio Hernández y Orestes Lois, entre los meses de septiembre y octubre en que actuaron con extraordinario éxito ante los públicos de Moscú, Leipzig, Berlín, Varsovia, Bucarest, Budapest, Praga y otras seis ciudades de la entonces Checoslovaquia, cosechando en varias de ellas algunos premios y reconocimientos.
En los años sucesivos, Rafael Aquino intervino también en las puestas de El cafetal (Lázaro), 1977; La revoltosa (Felipe), 1978 y María la O (José Inocente), 1978.
El doctor Gerardo de la Llera Domínguez, médico de cabecera de toda aquella generación de cantantes líricos y gran amante del género, relata en sus memorias líricas, publicadas hace algunos años:
Me encontraba como de costumbre en los vestidores antes de comenzar la función y no recuerdo quién me llamó para decirme que Rafael Aquino, magnífico barítono, quien nos regaló verdaderas bellezas, sobre todo de la zarzuela, se sentía afectado vocalmente y se temía que no pudiese cumplir con su parte que era “La salida de Juan” de Los gavilanes. Es verdad que se podía haber cancelado, pero eso lo pudiera pensar quien no haya conocido a mi amigo Aquino. Con él “no iba eso”, por lo que después de un examen muy superficial que le hice […] opté por plantearle una inyección de estricnina, para poner tensa la cuerda. [… así lo hice …] Salí de los vestidores y me dirigí a un asiento en el primer balcón de la sala a esperar. Tenía la preocupación del resultado de la inyección y si surtiría el efecto deseado, por lo que me mantuve en una gran tensión, hasta que apareció Aquino en la escena y cantó “como los ángeles”. Pude respirar a satisfacción.[2]
Esta breve anécdota ofrece la dimensión de la ética profesional de este gran artista, que en buena medida era común a toda una generación fundacional de nuestra escena lírica. Su desaparición física representa para nuestra cultura la pérdida de un pedazo de aquella historia.
[1] Revista Romances, julio de 1963, p. 28.
[2] Una peña de ópera en La Habana. Ed. Extramuros. La Habana, 2008, p. 88-89.
Fuentes:
“La nueva generación de nuestro teatro. Rafael Aquino”. Romances, agosto de 1963. P. 25.
En portada: Rafael Aquino. Foto Archivo Río Prado.