“Pleamar”, joya coreográfica de Humberto González

Por Ángel Padrón Hernández

En el año 1979, el coreógrafo Humberto González se acercó a Pedro Pimentel Sedeño, especie de todopoderoso melómano por antonomasia que regentaba la sala de música de la Biblioteca Provincial Julio A Mella en Camagüey para pedirle ayuda con una música para un ballet. Exactamente estaría dedicada a un pas de deux contemporáneo. Tenía clara la idea que usaría el segundo movimiento del Concierto para Piano y Orquesta nro. 2 de Rchamninov. Existían en la Biblioteca dos grabaciones en disco de acetato del concierto. Humberto ayudado por Pimentel se decidió por una versión ejecutada por un ruso de forma brillante. Para su ballet se inspiró en el poema de Rafael Alberti “Dialogo entre Venus y Príapo”.

Príapo

Se confunden los bosques, las lianas se juntan y conmueven.

En el porvenir revientan las manzanas

Y en el jardín copas de nardos llueven…

Venus

Que bien cubres mis ámbitos

Sus muros como me las ensanchas y los llenas

Que pleamar, que vientos acompasados…

Surge así Pleamar, pas de deux de una belleza indescriptible, estrenado en el Principal de Camagüey en 1979, por una espléndida pareja de bailarines que, penosamente, casi nadie recuerda. Lo que ellos lograron con aquel pas de deux fue inolvidable, él entraba por un extremo lateral de la escena, ella yacía acostada en el tablado esperándolo. Y entonces, se iniciaba todo un diálogo danzante, un canto de amor. Pleamar es un orgasmo, verlo es saber que es justamente esa sacudida, ese susto que es el amor.

Además, fue un privilegio verlo como lo vimos los que estábamos el día de su estreno por dos grandes: ROLANDO CANDIA y MAYRA RIVERO. (Y los puse en MAYUSCULAS EX PROFESO).

La danza que Humberto González tejió para estas dos figuras era de una sensualidad primitiva y a la vez bordada de una asombrosa delicadeza. Cada compás del hermoso segundo movimiento de Rachamninov que los acompañaba, se acentuaba con una estructura coreografía bellamente tejida y entretejida de una forma virtuosa y llena de un fino, aunque explícito erotismo.

Rolando Candía tenía un físico hermoso, lo que en ballet se dice “una figura” y, además, una gran fuerza expresiva en la ejecución de sus pasos; o sea, no eran simples movimientos, sino que estaban matizados por un verdadero sentido de la interpretación. Ella era hermosa, con un físico envidiable y se entregaba a aquel canto de amor, asustada a veces por aquel descubrimiento por el sentimiento que la embargaba ante el ser amado y la vez convencida de la inmensa espiritualidad que la dominaba.

Poses inolvidables. Imágenes hermosas de dos grandiosos y helénicos cuerpos esculpidos para la danza.  Y luego, cuando la pareja de danzantes se entregan el uno al otro en el clímax del placer, cuando incapaces de dejar de ser uno para el otro en los últimos acordes “in crescendo” de aquella música única, iban subiendo los telones de las patas, subía el que está al fondo de la escena, dejando al descubierto todo el misterio que ocultaba el interior de un teatro y que el público jamás ve –candilejas, sillas, barras, objetos de atrezzo, cables, luces etc.– entonces él avanza hacia el fondo y le indica una salida…. se abría una puerta al fondo, un cenital llenaba de luz la escena, nos cegaba a los espectadores, todas las otras luces se apagaban, solo vislumbrábamos las dos hermosas siluetas, dos espléndidos cuerpos que entrelazados atravesaban aquella puerta adentrando a los espectadores en el laberinto delirante y eterno de un sentimiento tan poderoso e inconsútil como el amor.

Fue una idea brillante de Humberto este cierre que provocaba en el espectador una verdadera catarsis. Siempre el final provocaba aquella rara exaltación, que forzosamente terminaba en atronadores aplausos ante aquel milagro del que acabábamos de ser testigos

Gracias Rolando Candia y Mayra Rivero por haber estrenado ese ballet, nosotros los que estábamos ahí aquella noche quizá aprendimos que el amor, esa herida en el espíritu, ese dulce golpe de lo eterno, había habitado ante nuestros ojos con vuestra entrega. Pleamar para mí, por siempre, les pertenecerá, ustedes dos lo hicieron eterno.

Foto de portada del maestro Luis Carracedo Roque