Perro que muerde y araña

Luis Enrique Álvarez puso en escena los adelantos de un proceso de montaje que estrenará en 2026

Por Víctor Ricardo Cabrera Soriano

El arañazo del Yarey fue la propuesta danzaria del Colectivo Creativo Perro Callejero para la tarde dominical del pasado 23 de noviembre. En el Pabellón Cuba, Luis Enrique Álvarez, líder del grupo, reunió a los seguidores de El Perro, para completar su manada.

La jauría fue convocada por Álvarez con el pretexto de ver los adelantos de este nuevo espectáculo, que fija su estreno para los primeros meses próximo año. “El arañazo… está inspirado en las tradiciones campesinas y los personajes del campo”, declaró el coreógrafo.

Además, dejó claro que su “intención es lograr que el público, sobre todo los jóvenes, vuelva a mirar a quienes producen el alimento en cualquier lugar del mundo; una acción que a veces no se le da importancia”. Esto está implícito en el hecho de que Álvarez es de la zona rural de la provincia de Villa Clara.

Quienes seguimos el trabajo coreográfico de Luis Enrique Álvarez, desde hace varios años, sabemos que su discurso en un principio es íntimo, pero luego está en manos de su elenco. El propio creador ha declarado en varias intervenciones que sus ideas van a parar a un cuerpo que las (re)interpreta y es sólo eso lo que ve el público.

Con esta forma de arquitectura escénica, donde, desde su ideario, Luis Enrique reparte imágenes precisas –que deben ser cimentadas por los bailarines bajo su égida– nos propuso dos espectáculos que fueron premiados en 2024: Yelow Cabaret y El baile de las máquinas.

El primero recibió el apoyo de la beca de creación El reino de este mundo, otorgada por la sección de Artes Escénicas de la Asociación Hermanos Saíz. Mientras que, el segundo fue galardonado en el Festival DVD Danza Habana 2024, por sus implicaciones con la robótica y la sucesión de escenas en pantalla.

Sobre El arañazo del yarey, actual work in progress de Perro Callejero pudimos conversar con el creador, en exclusiva para Cubaescena.

 ¿En qué te inspiraste para El arañazo del yarey?

Mi inspiración está en los bailes tradicionales cubanos como El Papalote y La Caringa. Es mi forma de dignificar la cultura nacional, específicamente la campesina. En estos momentos de tanto YouTube y streaming, me interesa mostrarles a los jóvenes que también hay formas de contribuir a la cultura trabajando al sol o cuidando las plantas.

El arañazo… es un punto de contacto con una tradición cubana poco visible en estos tiempos de realce de “lo africano”. ¿Cómo construir un discurso escénico propio a través de «lo campesino»?

Pensé que la construcción escénica iba a ser más fácil, pero no lo fue. Sobre todo, al intentar amar (en el sentido de construir, edificar) el papalote sin obviar su dramaturgia y esencia.

El desafío fue cómo utilizar la danza como vehículo de comunicación y fisicalidad para construir un discurso a través de esos bailes, como por ejemplo El Papalote.

Este baile [en la pieza] funciona como alegría y también como manipulación. Es como estirar y recoger…, el sufrimiento que implica ese acto de manejo. Me interesa la ida del papalote, la sensación del niño cuando se le escapa.

Se trata de evocar una dramaturgia que tenga sentido y que sea sensible, que posee la ternura de cuando el niño lo eleva y, a la vez, la nostalgia de cuando el papalote se va.

¿Cuál es el empirismo que lleva a Luis Enrique a ser El Perro coreógrafo, con las características que tiene ahora? ¿Cómo haces tus composiciones?

No sé. Creo que, sobre todo, a partir de mis últimos trabajos, como El baile de las máquinas, experimenté una mutación. Me interesaban otras contaminaciones que quise dejar entrar a mi cuerpo.

En El arañazo…, con el tema campesino, busco un discurso más general, más cercano a los hombres que me nutrieron en mi niñez, en mi pueblito santaclareño que es un batey: el Central Carlos Baliño. Es como si mi biografía mutara en los cuerpos.

Estoy en una etapa de cuestionamiento profundo de mi trabajo y, aunque no sé a dónde voy, la única certeza que tengo es que voy a seguir. Me gusta romper el discurso, escuchar más el espacio-tiempo, cómo pasa, y cómo uno intenta afectar con su trabajo en los demás.

Respecto a cómo hago mis coreografías. Me inspiro mucho en el cabaret. El cabaret es mi sostén, el puente sobre el cual voy a montar las cosas. Mi tiempo en el cabaret me da el orden en que debe ir el espectáculo. No sé si se le puede llamar metodología, pero sí tengo una estructura.

 Primer bloque. Un opening, al estilo del cabaret. Segundo bloque. Más íntimo, que acerque al espectador. Tercer bloque. Cercano al cabaret, a la alegría, pensado en el espectador que no está entrenado en danza, pero sin abandonar los signos y símbolos que también capten la atención de alguien más entendido. Cuarto bloque. Desde lo potente visual, a lo muy dramático.

Todo lo veo en pequeñas escenas. Mi proceso es una mezcla entre la estructura del cabaret y la lógica de cómo funciona el feed de una red social, donde uno va pasando y termina conectando con algo. Intento montar todo el material encima de ese puente, y así voy ordenando lo que asumo, con responsabilidad, como un proceso coreográfico.

Ha sido un punto recurrente en tus últimos trabajos reunir un elenco solo de féminas. ¿Es algún acto inclusivo, de preferencia, o una suerte casual?

Comenzó por azar en un inicio y terminó siendo “así”. Después me di cuenta de que estéticamente, los hombres no me son necesarios para sostener el discurso, a menos que ellas lo requieran. Soy hijo de siete generaciones de mujeres campesinas, quizás por eso me acerco solo a ellas. Porque tienen una manera tan visceral y sensible de ver el mundo que le quitan un poco de rabia y de pesimismo a mi trabajo.

He disfrutado trabajar solo con mujeres. Ha sido tierno ver cómo sufren, cómo lidian con sus cambios hormonales y sus inseguridades personales; cómo eso contamina el discurso y lo enriquece. La manera en que las mujeres miran y perciben el mundo, cómo a partir de ahí se llenan de amor las acciones físicas, vale cada minuto.

Luis Enrique Álvarez y la bailarina María Solís durante los ensayos.

¿Algún agradecimiento que resaltar en este proceso?

Hay mucha gente a quien agradecer. Mi elenco trabaja gratis. Sería injusto no mencionar a mi asistente de dirección, Osnel Delgado, amigo, hombre sensible y cercano a las niñas del elenco.

Sin embargo, el mayor agradecimiento, al que debo este espectáculo, es a Jicotea, el lugar donde nací. Ahí están casi todos estos personajes y ficciones que nos inventamos, desde lo más espiritual hasta el mayor desparpajo del espectáculo. También a Cynthia Caraballo, que empezó este proceso y creyó en él. Seré injusto, seguro se me queda gente.

Vistazo al 70 por ciento

La nueva propuesta de Enrique Álvarez para su Colectivo Creativo Perro Callejero, “está al 70 por ciento”, según su autor. También nos dejó saber el coreógrafo que “quedan dos escenas por solucionar debido a cuestiones de producción”.

El público que asistió a la muestra, en el Pabellón Cuba, pudo apreciar alrededor de cuarenta minutos de espectáculo, en torno a la forma de estructurar la tradición campesina que nos presentó El Perro. En esta pieza intervienen cinco bailarinas; algunos de sus rostros son recurrentes sobre la escena habanera.

Por ejemplo, encontramos a la espirituana Vania González y a la matancera Jessie Piñón, ambas bailarinas de Danza Contemporánea de Cuba. De Trinidad, en Sancti Spiritus, encontramos a María Solís, parte de la nómina de la Compañía Rosario Cárdenas. Se suman, además, la cienfueguera Karla Fuentes, estudiante de Ballet en la Universidad de las Artes y Jennifer Arcelo, también estudiante, pero de la Escuela Nacional de Danza.

El coreógrafo Osnel Delga asiste de dirección en el montaje de la nueva pieza.

El elenco de El arañazo de yarey presenta dos particularidades esenciales. Primero, la geografía de procedencia de las bailarinas les ha proporcionado un contacto previo con la ruralidad que evoca la obra. Existe ahí un punto de conexión con la visión creativa de Luis Enrique Álvarez.

En segundo lugar, a diferencia de los inicios de Perro Callejero —colectivo que no se movía con la vehemencia de las prácticas dancísticas extra-cotidianas—, el actual elenco está compuesto por bailarinas con un entrenamiento técnico de alto nivel.

Otro rasgo distintivo, de la obra en cuestión es la forma en que se abordan los pasos de las danzas campesinas. En la partitura de Álvarez, estos pasos se ejecutan a tiempo y con la técnica de su enseñanza académica, pero van acompañados de una gran variedad de códigos gestuales. Encriptaciones que, sin embargo, resultan en su mayoría vagas, ambiguas para aquellos espectadores que no conocen el lenguaje propuesto, lo que desafía a una interpretación racional.

Álvarez ha construido su propio yarey como un universo, donde todavía está configurando la comunicación escénica. Los actos, que el propio creador describe como partes en construcción, pueden ser vistas de manera independiente, pues cada uno viene acompañado de una identidad propia, incluyendo diversas variaciones musicales dentro de una misma secuencia. Sin dudas, un acierto.

Ahora bien, respecto al collage musical —cuya intención podría ser una evocación dadaísta—, es crucial que el orden del cosmos sonoro no solo acompañe la atmósfera independiente de cada escena, sino que también se acople a la consecución estructural que el propio Enrique Álvarez explica y propone para la obra.

Nosotros, los seguidores de El Perro, estaremos atentos a la evolución de El arañazo de yarey. La propuesta es un reto en sí misma; redefine la tradición campesina mediante una síntesis idealizada en el imaginario de un potente creador. Es un montaje que confirma la vocación de riesgo/evolución que define a la manada de Perro Callejero y a su líder.

Fotos © Argel. Perfil/Instagran/Perro Callejero.

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