«Padre nuestro»: un alegato teatral contra la violencia de género
Los días 29 y 30 de abril, últimas funciones de temporada de La Franja Teatral con Padre nuestro en la sala Tito Junco…
Por Marilyn Garbey Oquendo
La Franja Teatral presenta una obra conmovedora, Padre nuestro, versión para la escena de la novela Karakter, del escritor neerlandés Ferdinand Bordewik. Bajo la dirección de Agnieska Hernández, un grupo de jóvenes actores y músicos, lanzan un duro mensaje contra la violencia de género, exponen una mirada descarnada al abuso contra mujeres y niñas, al tiempo que apuestan decididamente a favor de la vida.
El relato de la existencia de una niña nacida de una relación extramatrimonial, despreciada por el hombre que la engendró, preso él de obsoletos esquemas de masculinidades, criada por una madre agobiada por la fuerte carga de la maternidad, es el hilo conductor de la puesta en escena presentada en el Centro Cultural Bertolt Brecht de La Habana.
Ha sido la familia una de las vertientes más desarrolladas en la historia teatral de Cuba. Dramaturgos como José Antonio Ramos y Abelardo Estorino, montajes como Las perlas de tu boca de Teatro Buendía o La niñita querida de Teatro El Público, se resguardan en la memoria del país.
La puesta en escena de Agnieska Hernández se inscribe en esa poderosa tradición, en el cual aporta la sensibilidad y las vivencias de las generaciones del siglo XXI, signada por el uso cotidiano de las pantallas, marcada por el impacto de la pandemia de la Covid 19, favorablemente dispuestas a subvertir el orden patriarcal.
Resalta la hermosa visualidad del montaje, donde prevalece el color rojo intenso, sugerencia de sensualidad y de vida. Como telón de fondo, la escenografía despliega en la pantalla un óleo de Rembrandt, El regreso del hijo pródigo, cuya anécdota establece un contrapunteo con lo que sucede en la obra teatral.
A través de monólogos, los personajes narran sus experiencias. La niña acosada por sus compañeros de estudio, abusada sexualmente, violentada por la madre, obligada por los abuelos y las circunstancias en que viven a asumir tareas que no son propias de su edad.
Por el proscenio desfilan duras historias de vida, no se encontrará ni un ápice de romanticismo, porque son muy parecidas a la realidad cotidiana. El padre atrapado en el esquema machista, incapaz de asumir su responsabilidad en la creación de una niña que es fruto de una infidelidad, carga con esa culpa hasta el final. La madre frustrada, no sabe cómo lidiar con el rol que la sociedad le asignó, la niña es un obstáculo que constantemente le recuerda su infelicidad. Llorona, diría Chavela Vargas, canción que forma parte de la banda sonora de la obra.
Cada noticia que revela datos de abuso a niñas y mujeres sacude los cimientos de la sociedad, es preciso denunciar cada caso para que no se naturalice la violencia porque no ocurre por mandato divino, sino porque es consecuencia de un sistema patriarcal que jerarquiza los poderes y sitúa a niñas y mujeres en el eslabón más débil de la cadena humana.
Desde México me llegan noticias de la lucha de una amiga bailarina que ha denunciado los abusos de poder de un hombre de la cultura, ya se acumula la escalofriante cifra de 160 mujeres que testimoniaron contra él, y la justicia aún no mira hacia ese lado. He aquí un ejemplo de cómo la danza se enrola en la lucha a favor de un cambio social.
Ya naturalizamos la manera en que las mujeres deben vestirse, qué puestos de trabajo son ideales para ellas, que el hogar es su responsabilidad, que la maternidad es ineludible, que deben seguir determinados patrones de belleza, que es la culpable de ser violentada, que debe cuidar de los más vulnerables de la familia. Lo personal es político, y en el ámbito privado se construyen las normas del espacio público. De ahí la necesidad de que el teatro vuelva sobre el tema con frecuencia.
La niña protagonista del relato de La Franja Teatral padece el abandono del padre y de la desidia de la madre, cuestiona su soledad y se rebela ante ese orden que la condena a ser infeliz. Ojalá sus reservas espirituales le permitan sobrevivir y ser feliz.
Un elenco de muy jóvenes actores asume el reto de contar este Padre nuestro. Ellos son Amelia Fernández, Pedro Rojas, Lulú Piñera, Alejandra de Jesús Rodríguez, Daniela Sánchez, Lissette de León y Laura Mesa; que son acompañados en escena por músicos tan jóvenes como ellos: Lessy Ofarrill Nicholas, Roberto Reicinio y Daniela Valdés. En coreografiados movimientos, los cuerpos se desplazan por el escenario, y tienden puentes entre ellos con trozos de tela roja, en imágenes de gran impacto.
Agnieska Hernández es una mujer dotada para la creación, en la cual desempeña diferentes roles. Es madre, esposa, hija, poeta, narradora, dramaturga, directora teatral. Y tal como desdibuja las fronteras entre el teatro y la poesía, su espacio privado también es espacio laboral, y viceversa.
El saludo final del elenco de Padre nuestro es una presentación donde los actores exponen su historia de vida, lo cual me parece una idea loable, porque hay que denunciar la vulnerabilidad de mujeres y niñas ante la creciente violencia que impera en el mundo, pero también hay que denunciar todas las injusticias.
Puede aportar mucho el teatro en esta batalla al cuestionar las representaciones sociales de las mujeres que el patriarcado impone, y puede construir representaciones teatrales que colaboren en la cimentación de una cultura de respeto a la dignidad y los derechos de todas las personas. Yo aplaudo por eso.
Fotos Maité Fernández Barroso