¡Ofelia también soy yo!

Por Marco González Bartlhemy

Ofelia es el nombre que da título a la propuesta presentada en la sala teatro el Sótano por la joven agrupación santiaguera La Caja Negra. El colectivo, bajo la guía de Juan Edilberto Sosa ha encontrado en la escena un modo particular de replantar el lugar de la mujer en el canon teatral universal, y sobre todo local. ¿El objetivo? Establecer un puente entre uno y otro para evaluar cómo, a pesar de las enormes distancias históricas la figura femenina había permanecido prácticamente inmóvil hasta nuestros antepasados más cercanos, nuestras abuelas.

Bajo ese enfoque de género, se articula un diálogo frontal inmerso en una escenografía sencilla pero heterogénea. De la platea salen los actores que ocupan el escenario, al fondo tres músicos que manejan respectivamente la percusión, un piano eléctrico y un saxofón. Dispuesto en el centro un pilón, lugar alto y grueso, símbolo de la negritud y el trabajo doméstico, que más tarde se convertirá en podio, caldero, rueda. También hay otros objetos y utilería femenina. Allí crecen los principales cuestionamientos en la relación al poder que tuvo, hasta hace muy poco la mujer en el matrimonio.

Hamlet y Ofelia, tu abuela negra y la mía, tu abuelo y el mío… ¿Cuántos de ellos heredaron y a la vez transmitieron, consciente o inconscientemente, un esquema de dominación patriarcal? ¿Y cuántos más, viven, aun hoy, bajo ese esquema? Aun así, me pregunto por qué un colectivo tan joven ha decidido reivindicar ese canon desde la memoria de sus antepasados y no desde sus propias voces y experiencias, ancladas en el aquí y el ahora. Deseo entender ese gesto como un acto de justicia, con las generaciones que nos antecedieron y que, por diversos motivos, se hallaban más lejos de poder enfrentarse al machismo enraizado en las sociedades colonizadas por occidente, como es el caso de Cuba.

A nivel dramatúrgico, el discurso prioriza la tercera persona, y de este modo las voces de nuestros ancestros son liberadas/expurgadas por boca de sus descendientes, quienes funcionan quizás como una especie de médium…

Todo tiene que estar impecable, la comida lista, el agua caliente, el cuarto recogido.

Son ellos, pero también nosotros, los encargados de reivindicarlos, confrontarlos y prestarles la voz/nuestra voz, para liberar las esencias de sus opresiones y devolverlos a un lugar de paz. Para ello viene en auxilio la música, un elemento que ayuda a sentir esas experiencias. Más que los músicos ubicados al fondo de la escena, la sonoridad idónea reside en el pilón; ese objeto, devenido ahora instrumento musical, sintetiza la cadencia espiritual de un movimiento repetitivo, circular y opresivo. Se enuncia desde el texto como la coerción emocional y económica funcionó siempre bajo el techo de los lazos matrimoniales, y aun funciona, cuestión que la mujer debía aceptar como si no hubiera remedio. Ofelia también es el cuerpo expandido de varias mujeres, senos plásticos, pelucas… elementos que al son del timbal hacen un show absurdo en torno a la posición de hembra/objeto, hembra/sexo.

Posee Ofelia una dramaturgia fragmentada, cuyas vertientes se abren paso como afluentes de un río que contiene a muchas Ofelias. Algunos de esos afluentes se quedan y permanecen en la memoria gracias a su fuerza. Las máscaras de pico que invocan la peste negra, las transmutaciones de la voz de las Ofelias/ féminas/ despojos ofrece una visión destructiva y cruel del pasado como una parábola al presente. Estos dolores son atravesados todo el tiempo por la racialidad. La religión y la negritud son elementos que conectan indiscutiblemente con nuestra identidad. Desde ahí, la poética de la Caja Negra nos enfrenta a los moldes, por siempre estereotipados, de un canon que prioriza a las Ofelias blancas y su descendencia europea.

¿Y las nuestras, cuáles son los dolores de nuestras Ofelias, nuestras madres guerreras guiadas por ánimas de luz o espíritus del monte, nuestras abuelas negras? ¿No sufren ellas también la dominación de un Hamlet cubano y déspota, de una Dinamarca que no les deja encontrar su plena independencia? Esta obra es la invitación a descubrirlo, a sumergirnos en ese mundo de los testimonios legados por nuestros abuelos, pero también del presente experimentado por nosotros, para encontrar esas diferencias y similitudes, que al mismo tiempo nos unen y nos separan del resto para poder decir:

¡Sí, Ofelia también soy yo!

 

Foto de portada: Rubén Aja Garí