NOTAS PARA LLEGAR AL “PROGRAMA DE MANO”

Documento, información y preservación de la memoria de las artes escénicas

Por Roberto Pérez León

Uno de los recursos con que cuenta el teatro para fomentar y crear espectadores es a través del programa de mano correspondiente a cada presentación. Descuidar la entrega de un programa de mano es una irresponsabilidad profesional y un irrespeto al público.

El teatro cuestiona la realidad al proponer una ficción y entonces nuestro entorno puede tener otras aristas. Uno de los propósitos de todo colectivo teatral debe ser sumarse a la colectividad, forma parte de los agentes movilizadores de lo cotidiano.

El teatro conforma juicios y valores, puede evidenciar aspectos inadvertidos de la vida. Lo que en el mundo real es inadmisible e inaceptable en el teatro es una realidad autónoma y expresiva que se redefine y renueva continuamente como discurso, como práctica significante.

Una puesta en escena es un espacio de proyecciones y reflejos de ideas, de valores estéticos y éticos, de comportamientos socioculturales que atañen lo político, lo económico, lo religioso.

El programa de mano ayuda a ver, sentir y pensar una puesta en escena; estimula la inteligencia transformadora del espectador; contribuye a la educación estética y artística del público; vehicula la polifonía de una función teatral como tejido de signos que se baten y alían.

Escatimar esfuerzos en un programa de mano es una negligencia que redunda en la percepción que el espectador tendrá de la puesta en escena. El  programa de mano es una cierta guía para entrar al espacio donde se esfuman las fronteras, donde el público ha resuelto participar sin condiciones tras una tácita convención de aceptación.

Un programa de mano está en la esencia del valor cognoscitivo del espectáculo teatral, contribuye a que los sentidos escénicos que emanan de  la puesta sean más fructíferos.

Si ese programa está estéticamente conformado, la satisfacción de conocer es más suculenta. El goce estético es la alegría de conocer, como nos dejó anotado Aristóteles.

Entre nosotros hubo un tiempo que el diseño gráfico era magistral y cotidiano: carteles de cine, afiches de teatro, periódicos, tabloides, pancartas, portadas de revistas, programas de mano, etc. Algunas obras maestras dentro del género.

Ahora, como para cumplir no sé qué requisito, nos pueden dar un papelito o un lujoso pliego de mucho gramaje que solo es una muestra de ostentación visual insignificante.

Siento nostalgia por los programas que se hacían varias décadas atrás. Y no se trata de que todo tiempo pasado fuera mejor. Se trata simplemente de que en este tiempo, a veces, con todas las posibilidades tecnológicas, podemos ser alarmantemente irresponsables al pasar por alto determinadas disciplinas; claro, lo sé, las disciplinas evolucionan, pero nunca para generar indisciplinas; cierto que podemos desestructurar, cuestionar establecimientos. ¿Por qué no incluimos al programa de mano en esas propuestas con afanes despedazadores de la tradición modernista y de las vanguardias, pero con propósitos de destradicionalización y no de coquetería?

Una puesta en escena tiene su fin cuando los espectadores salen de la sala y concretan reflexivamente el discurso que se produjo en escena. Una puesta termina cuando se genera el metatexto correspondiente. Se llega así a la consagración del ejercicio productivo-receptivo, a la plena interrelación creadores-espectadores. Sin el debido programa de mano se entorpece la concreción del espectáculo teatral.

Un programa de mano complementa una puesta en escena. Físicamente es lo único que podemos tener luego de la representación. El teatro es efímero. El teatro termina cuando se encienden las luces y nos levantamos de la butaca. El teatro es un relámpago de una gran luminosidad que dura un suspiro. El programa de mano ayuda a la memoria del teatro, no solo para el espectador sino para el estudioso, preservarlos es vital para las investigaciones en las artes escénicas al tratarse de una fuente documental primaria.

La premisa de un programa de mano es enterar al espectador sobre lo que va a suceder en el escenario. Y si tanto acudimos a lo performativo, tenemos que estar al tanto de que  parte del ejercicio del accionar escénico también se halla en el discurso textual de un programa de mano.

El programa de mano desde sus especificidades acciona la motivación inicial de un espectador hacia el pleno ejercicio performativo del discurso escénico.

No es el programa la oportunidad para hacer literatura o exhibir obras plásticas per se, tampoco es un espacio crítico laudatorio, mucho menos un mural para exhibir conceptos exclusivos para los iniciados, capaces de vibrar con la última teorización profundamente intelectual y chic a la que los filisteos no tienen acceso. Viene al caso recordar  El traje nuevo del emperador, el cuento de Andersen, donde el emperador estaba desnudo, pero se aseveraba que iba vestido, quien no lo viera así era por ignorancia y falta de sensibilidad, para darse cuenta de la exquisita materia con que estaba confeccionado el traje del emperador en pelotas.

Cuando el programa está imbricado orgánicamente con la obra, eleva el nivel artístico y estético de la misma. Como documento integrante del sentido global de la puesta puede formar parte de los elementos que hacen de ella un suceso innovador. A su vez facilita acoplamientos semiológicos, al formar parte de los sistemas significantes que configuran el hecho teatral.

Un programa tiene que trascender la información sobre actores y equipo de realización, debe generar expectativas sobre la puesta. Un programa no es para agregar valor a una puesta pues él forma parte de los valores de ella.

Creer que una función de teatro es autosuficiente es una soberbia. La experiencia del espectador es clave en toda puesta en escena. El programa de mano opera dentro del campo asociativo semántico y semiológico, no decide pero sí ayuda a formular inducciones y construir coordenadas al espectador.

No es posible prescindir tan airadamente de un programa de mano en la producción de un espectáculo: “disculpen no se pudieron hacer los programas”, “se acabaron los programas”, “no quedan ya programas es que hemos tenido muchas funciones”,…

El programa de mano propone articulaciones para una mirada sistémica del  hecho teatral. Hay que insistir en que el programa de mano conforma una práctica significante, como texto complejo es un tejido de signos como la misma puesta en escena.

Entre la red de referencias de un programa de mano, para documentar acerca de la obra y su contexto, debe estar lo convidante para que el espectador ejerza su criterio. No es un ofrecimiento ingenuo de información sobre la puesta en escena.

Un programa de mano es la puerta de la apreciación, de la percepción que requiere toda propuesta escénica como acto de resistencia, como construcción.

Al programa de mano corresponde ser un magnifico anfitrión, no tiene que prescribir sino convidar con belleza e inteligencia.

  • En portada el programa de mano de la puesta en escena de Por el monte Carulé, de teatro de Las Estaciones