Muñecas de trapo en una Vitrina

Por Yenicet Pupo de la Paz
Narrar. Ser un muerto que habla, que no puede deshacerse de los recuerdos de la vida. Un muerto que sabe decir, que ha elegido las palabras exactas para contar la gracia y desgracia de sus amigas. Narrar como una estrategia para vivir un poco, sobrevivir.
El espectáculo Muñecas de trapo del escritor, poeta y narrador oral Jesús Lozada Guevara, me ha dejado absolutamente impresionada, tanto por la dramaturgia trazada, como por las azarosas circunstancias de la función. Ocurrió casi como una sesión de espiritismo, los muertos convocados a estar allí, sentados con los vivos, en un anochecer de diciembre, con la llovizna del invierno y en la oscuridad planificada de Pinar del Río.
Y en el escenario del Teatro Milanés, un semicírculo de sillas y una única luz que en forma de cruz iluminaba, eran perfectos para la evocación de las “amigas”… una a una los tremendos azares de sus vidas fueron contados, sacados a la luz. No como excepciones, más bien se asieron a nuestra experiencia lectora y tomando el camino de la palabra, entraron en nosotros, los espectadores, como quien adivina la curiosidad de los otros, la pendencia necesaria en estas tierras en las que se quiere saber todo y siempre falta algo por decir. Plenitudes y limitaciones agazapadas en las palabras, pequeñeces gloriosas que podrían alegrar o proezas que alabar y envidiar, todo en el silencio, escondido a la mirada ajena que busca trapos sucios.
Pero son más que trapos sucios estas historias que van a lavarse en el hermoso y clásico escenario de un teatro. Son trapos ya limpios y tendidos por la muerte, blanqueados por el dolor de tenerlos que vivir. Según Clarice Lispector, “lo sobrenatural permanece en la vida, más que en la muerte” dejándonos descubrirlo no día a día, sino vida a vida, a lo largo de toda esa experiencia de viaje infinito que nos define.
Si hasta ahora nos han faltado en tierra vueltabajera, experiencias similares, esta función única en La Vitrina tiene la capacidad de confirmar el poder y los cauces de la palabra para ser por sí solas un espectáculo escénico, absolutamente limpia, sin dobleces, sus vibrantes enunciados nos llevan a una ciudad, sus calles, sus rincones, o a la sala del té de una familia hosca o a las expediciones de comerciantes árabes… todo a través de la voz de un hombre, o ¿son mujeres las que necesitan ser encontradas, narradas con esta voz?
Los cuatro textos que conformaron este espectáculo provienen de clásicos de la literatura y tienen diversas procedencias: Los pocillos de Mario Benedetti; Una mujer bien fría de Jorge Rafael Pocaterra; El solitario de Horacio Quiroga y Los ojos culpables de Ahmed ed Chiruani; pero están hilvanados por el narrador para ser, más que historias bien escritas, los cuentos de los caminos que transitamos. Al salir del teatro nos queda la certeza de que algunas de estas amigas podrían ser las nuestras, o conocidos los personajes que las rodean, las asfixian, malos conocidos con los que podríamos coincidir detrás de algunas puertas de cercanos, bastaría irrumpir a la hora inapropiada,
Las muñecas de trapo que nos invitan, nos atrapan en su polisemia. De un elemento del espiritismo para atraer a los muertos se desplaza a un juego/ juguete infantil o a la jerga feminista establecida, Mujeres que sueltan sus lenguas ficticias y reciben y consuelan, y alertan y eligen a un testigo que las cuente… y otra vez ellas, muñecas de trapo, rebasan la condición de lo real para ser las fantásticas historias de las muertas, la muerte y los muertos que nos fascinan.
Foto de portada: Miguel Izquierdo