Mis recuerdos de Bárbara García
Ángel Alberto Padrón Hernández
Barbará de la Caridad García Fernández, desde que estudiaba el nivel medio en la Escuela de Arte Vicentina de la Torre, dio muestras del potencial físico y artístico que poseía para la danza clásica: saltos elevados, altas extensiones, giros múltiples, gran tenacidad y disciplina en las clases son atributos que la acompañaban y que no la abandonaron nunca mientras duró su carrera activa en el mundo del ballet.
Baby, como todos cariñosamente la llaman, luego de una memorable graduación con Adams pas de deux, a los que estábamos presente nos ratificó cuánto de estrella del ballet clásico había en ella. Pasó a formar parte del Ballet de Camagüey, compañía donde bajo la égida de Fernando Alonso su arsenal técnico creció, empezó entrando por la puerta ancha interpretando Moyna, una de las willis, de Giselle. Es la variación de los virtuosos «reenverse» en la diagonal; luego hizo una Reina de las Willis igual de memorable. Así fue transitando por muchos roles importantes del repertorio de la compañía, en los cuales dejó una impronta que jamás olvidaremos.
Bárbara García fue un suceso en la cuidad de Camagüey y todos esperábamos ávidos sus entregas escénicas, porque sabíamos que tendrían el sello de lo impecable. Para un documental titulado Baby, que le dedicó la televisión de Camagüey, escribí las palabras que se dicen en off. Es una pena que, entre ese dédalo de materiales de video de los archivos de la televisión camagüeyana, se haya perdido. Había en el documental momentos memorables de su inusual grandeza como bailarina.
Pero hay un suceso en la vida de Baby que es muy importante y fue su debut en Giselle, cuando era todavía una jovencita de 19 años. Creo que ella ostenta el título de ser la Giselle más joven en la historia del ballet en Cuba. Hay que recordar que muchas bailarinas del Ballet Nacional de Cuba llegaron a hacer Giselle cuando eran intérpretes maduras.
Lo cierto es que Fernando Alonso, le confió Giselle a Baby y ella salió airosa, se entregó a estudiar aquel rol de forma casi enfermiza, a tal punto que en un ensayo de la locura el maestro Fernando Alonso le dijo: “Baby, por favor, no te entregues tanto, deja algo para la función”. Y ese elogio -porque para mí no es una simple observación- dicho por el Maestro, es la prueba de que Baby estaba haciendo algo irrepetible.
Ella trabajó profundamente en el rol y llegó a hacerlo tan suyo, que uno no podía distinguir dónde comenzaba Giselle y dónde Barbará García la intérprete. A ratos parecía una niña a la que han dado un precioso juguete de ensueños, luego era la aldeana engañada y desgarrada de dolor. Su locura, sin excesos, interiorizaba la tragedia que le había tocado vivir, en cada pantomima el lado herido del personaje.
Logró en el rol de Giselle momentos memorables. De ella siempre evoco aquella función donde Osvaldo Beiro se lastimó en el primer acto y se puso el segundo solo hasta la iniciación. Luego se cerró el telón. Un balletómano enfebrecido por su proeza al cerrar con triples las vueltas a punta en attitude», dijo: “después de eso lo mejor que podía pasar era que cerraran el telón”.
Bárbara García interpretó, entra tantas piezas, un solo coreografía de Osvaldo Beiro, El primer intento, con una fuerza dramática y técnica que helaba la sangre. Al final hacía un desnudo en el fondo de la escena y el teatro Principal se estremecía en una ovación interminable. Creo que, aunque El primer intento tuvo otras intérpretes de lujo, Baby marcó la obra con una intensidad abismal.
Tiempo después, cuando trabajó con la Compañía Nacional de México, donde fue bailarina invitada y bailó casi todo el repertorio, pero recuerdo presentaban en el Bosque de Chapultepec una libérrima versión de El lago de los cisnes, sobre un entarimado flotante. Era una especie de espectáculo con una carga más teatral que danzado, como aquellos memorables Lagos que se hacían en el Parque Lenin de La Habana. Una bailarina interpretaba el Cisne Blanco y Baby interpretaba el Cisne Negro. Tenía que estar todo el segundo acto esperando parapetada detrás de una escenografía, a veces con una temperatura muy baja que no la ayudaba a que llegara el momento de su salida.
Cuando visité México, me contó un amigo de la Compañía Nacional de México, que Baby fue la única que se aventuró a bailar el Cisne Negro en puntas, las demás lo hacían a media punta, temerosas de lastimarse con las irregularidades del escenario que, además, no está preparado para grandes ejecuciones.
Bárbara García vivió muchos años en La Habana, en un edificio de 26 plantas que está ubicado en Infanta y Manglar, donde viven muchos artistas, periodistas y deportistas famosos; la gente le llama Fama y Aplausos. El cubano siempre tan ocurrente. Una vez la visité en su apartamento de aquel edificio y me enseñó videos de sus proezas en El lago de los cisnes hecho en México. Le pregunte cómo podía hacer aquellas proezas técnicas en un espacio tan desproporcionado, según sus propias palabras. Ella sonreía y me dijo: “nada, atrevida que soy”.
En México, la bailarina cubana marcó con su talento al público. Mi amigo, ex bailarín de la compañía, me decía: “nadie volvió a repetir la proeza de Baby en el Bosque de Chapultepec”.
Era un tanto tímida, no hacia ningún comentario ante los elogios. Más bien creo que casi quería pedir disculpas por ser tan talentosa y que uno no se excediera en adular aquellas proverbiales proezas escénicas. Generalmente, bajaba la cabeza conturbada y solo esbozaba una ligera sonrisa de gratitud. En la sala de su apartamento tome té con ella y hablamos mucho de su carrera, en uno de esos viajes de vacaciones, cuando venía de México.
En la ciudad de Camagüey, Bárbara García fue venerada. Cuando se inauguró la escuela nocturna de ballet yo estaba allí. Ese día, Fernando Alonso dio la primera clase a unas muchachas. Baby les impartió la clase a los varones. Les estaba marcando la ejecución de “un gand plié” y, eran tales sus condiciones, que literalmente ponía la pelvis en el tabloncillo al ejecutarlo. Fue un regalo verla hacer los pasos para que los demás tuvieran una idea.
Muchos años después que regresó a Cuba, interpretó La Cenicienta; cuando salió, el teatro la recibió como ella se merecía, los balletómanos gritaban “viva Baby”, con una mezcla de añoranza y lealtad. Bailó Séptima Sinfonía de Jorge Lefebre, con audacia y derroche técnico que nunca vi en otra bailarina. Una vez la encontré en una guagua, hacía un calor dantesco de esos tan comunes en esta Isla y más aún en una ciudad que se da el triste lujo de que ninguna de sus calles terminé en el mar, gruesas gotas de sudor corrían por su cuello de cisne. Estaba, como todos aferrada al tubo para no caerse. Miraba hacia un punto fijo. Tal vez ni era consciente del calor ni de la cantidad de personas que íbamos en aquella guagua. Estaba tan concentrada en sus pensamientos que no la abordé para decirle nada. La miraba desde mi posición.
Recuerdo nítidamente su pelo recogido “a lo bailarina clásica”, con lindas cintas y ganchos en su cabeza erguida, los hombros hacia atrás, el pecho extendido, la barbilla en alto… Yo quedé extasiado, estaba exactamente como en una clase, en una hermosa pose, quizá esperando a que el maestro Fernando Alonso le marcara el próximo ejercicio.
Bárbara García fijó su residencia en España, en 2014. Desde entonces ha quedado un vacío profundo mezclado con una sensación de ausencia notoria, en los corazones de los balletómanos camagüeyanos que la seguíamos.