Mirtha Costa, una tejedora de historias
Por Yelaine Martínez Herrera
Una tejedora de historias puede nacer en cualquier parte. Sentada en un balance, mientras duerme a su bebé, en un barrio alejado del entorno citadino, entre los árboles… Así descubrió la actriz tunera Mirtha Costa Pérez la pasión que marcaría su vida.
«Los cuentos vienen del campo, están ahí, debajo de las piedras, en el reverso de las hojas de los árboles, en las grietas de los troncos, quietecitos, hasta que llega el cuentero y los encuentra. Entonces van de boca a oídos, de oídos a boca…, hasta que le salen pies propios…”, cuenta en una de sus obras.
Precisamente, este es un fragmento del espectáculo Del campo vienen los cuentos, con el que mereciera el Premio Juglar 2023 en la categoría Unipersonal para Adultos, lauro otorgado – a principios del actual calendario- por la Asociación de Artistas Escénicos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
«Todo nace de una investigación que realicé sobre leyendas, mitos y también personajes del pueblo donde nací. Con ello conformé el espectáculo, que recogí en 55 minutos. Así, en noviembre pasado lo presenté en la Sala Loyola, de La Habana, y merecí el Premio Juglar, que me entregaron a principios del actual calendario. Además, tuve la dicha de ser la única tunera laureada en esta ocasión, pues otros creadores del territorio lo han ganado ya como Verónica Hinojosa, Luis Andrés Till, Lesbia de la Fe y Leonor Pérez «, afirma.
Y sin desprenderse aún de la alegría por ese resultado, comenta que ya se prepara para participar en el presente año en Unipersonal para Niños y Grupo para Adultos, otras modalidades de la lid.
«Comienzo Del campo… cantando una tonada, a tono con el folclor campesino que distingue a Las Tunas. ´En un cuadro campesino/ faltar no puede el sombrero/ ni faltar puede el cuentero/ a la sombra del camino…´. Y así continúo narrando. También aprovecho la riqueza cultural que tenemos en Cuba, donde a veces a un mismo personaje en un lugar le decimos de una manera y en otro, diferente. Está el caso del güije, también llamado chichiricú o abituto», alega.
En general, a lo largo de la puesta -de su propia autoría- aparecen desde mitos como Tito Biajaca, leyendas como la luz de Naranjo o el cuento del abituto de Botijal. También incluye la idiosincrasia haitiana, bebiendo del acervo popular de su municipio (´Amancio´) y canta un tema en creole. Además, incluye historias de guateques, con las mentiras y el humor característicos. Y, luego de un cuento jocoso, finaliza –»para espantar la muerte»- con un fragmento de la canción Oye Mi Le Lo Lai, de Celina y Reutilio, que dice así: «Yo tengo un gallo que canta bueno, yo tengo un gallo que canta bien… «.
Mirtha Costa abrazó el arte a los siete años y ya lleva más de 50 primaveras por ese camino. «Aunque no tengo antecedentes en la familia con relación al teatro, en mi barrio vivían Dorita López y Juan Ramón Lozano, perteneciente al circo La Rosa, quienes hacían muchas actividades allá. Así, a temprana edad, comencé a trabajar junto a ellos en un teatro bufo que había en ´Amancio´ y permanecí en eso hasta que me bequé. Luego, en la escuela, me mantuve vinculada a la manifestación. Sencillamente me enamoré del teatro».
Por azares de la vida, hubo un momento en que tomó otro camino profesional, pero quiso el destino que volviera a acercarse a las bambalinas. Por eso, un día, entró a ver unas pruebas que realizaban para ser instructores de arte de teatro y le preguntaron si quería examinarse. Ella, sin ton ni son, se presentó y aprobó. Desde entonces, en Las Tunas, en su municipio, en Santiago de Cuba u otros lares, se le ha visto defender con ahínco cada uno de sus sueños.
Por otro lado, desde 1992 es compositora, rubricando canciones infantiles como Solfear, Sueño infantil, Caballito azul, Luna enamorada, Se me escapa un signo, Jugar con las nubes y la famosa Cucarachita curiosa, que hasta grabó la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem).
Tengo la dicha –además- de que mi hija Yudith fuera la que me impulsara por eso camino, cuando le leía mis poesías siendo niña y me decía: ‘mamá, cántalas’. Ella incluso siguió mis pasos en el arte, partiendo de interpretar mis canciones en el festival Cantándole al Sol. También he recibido el apoyo de mi esposo Eliodoro Cordero, director del conjunto tradicional campesino Rumores del Yáquimo, y hoy mi nieta Thais Amanda Díaz, con solo nueve años, ha recibido lauros como cantante y narradora oral en varios festivales.
Asimismo, tengo dos libros para niños, uno en coautoría con Miguel Pérez Valdés, llamado En versos para jugar, publicado por la editorial Mecenas, de Cienfuegos, y otro en proceso por la editorial Sanlope, nombrado Nanas para dormir una muñeca. Además, obras mías aparecen en tres antologías.
Mirtha acumula guirnaldas tanto como escritora que como narradora oral, entre ellos un premio Contar la vida, en el festival internacional Primavera de Cuentos. «El día que no pueda contar más me faltará parte importante de mí», asevera a sus 62 años de edad. Es sencillamente una mujer de ilusiones y cubanía que enaltece, con su quehacer diario, a aquellos que –desde la Edad Media- iban de un lugar a otro, tejiendo historias. Ella tiene alma de juglar.
Foto cortesía de la autora