Ledier Alonso impulsa la nave con una travesura escénica

Por Roberto Pérez León

Tanto ha querido el pensamiento occidental encontrar la segunda parte de Poética de Aristóteles que cuando en 1839 aparece el Tractatus Coislinianus se empezó a discurrir en torno a ese texto anónimo para emparentarlo con el del estagirita.

Poética parece que toca temas que precisan de un posterior desarrollo. Pero el segundo tomo no se ha encontrado. Se alude siempre a los registros de Diógenes Laercio del corpus aristotélico donde queda inventariado un tomo II de Poética.

Cierto que en el Tractatus hay resonancias de Poética en lo referente a la comedia como ejercicio risible y carente de magnitud con personajes en acción.

Creo que el meollo del interés por el tomo II de Poética está precisamente en el abordaje de la comedia. No hay duda que contar con el criterio aristotélico contribuiría a empatar tantos cabos sueltos sobre la comedia y su corolario mayor: la risa.

La risa ha tenido en cada momento histórico su paradigma. Sobre la risa me encanta lo dicho por Bajtín en su libro La cultura popular en La Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabiláis, donde declara que a lo serio la risa: «lo purifica de dogmatismo, de unilateralidad, de esclerosis, de fanatismo y espíritu categórico, del miedo y la intimidación, del didactismo, de la ingenuidad y de las ilusiones, de la nefasta fijación a un único nivel, y del agotamiento».

Jorge de Burgos, el monje ciego bibliotecario de El nombre de la rosa, envenenó el libro perdido de Aristóteles dedicado a la comedia para quien lo leyera muriera. El Venerable Jorge razonaba: “La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe, porque sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios”. Al final de la novela el benedictino se come el segundo libro de Poética y así desde la ficción nos quedamos sin el pretendido texto aristotélico.

No es cosa de juego la comedia. Filósofos y humanistas, científicos y políticos, dramaturgos y poetas han discurseado sobre ella sin cesar. Claro, el problema es con la risa y sus soberanías.

Si he traído a colación la presencia aristotélica en la comedia y sus resonancias es porque hacía mucho que no veía en La Habana una propuesta escénica que me hiciera reír sin lío ni traspiés posmodernos ni poscríticos ni psico-farmacéuticos ni enyerbamientos sociales. Nada de sobreinterpretaciones ni montajes paranoicos.

La comedia que comentaré es conocida en todo el mundo por La obra que no sale bien. Pero en La Habana se le ha llamado únicamente Asesinato en la mansión Haversham.

¿Qué sucede en la puesta habanera con el título de la obra que ha dado tantas vueltas por el mundo?

Asesinato en la mansión Haversham digamos que es la premisa para que en el escenario suceda La obra que no sale bien. Y es que se arma mucho enredo. Todo va de mal en peor. El desbarajuste y laberinto de situaciones funciona de maravillas para que la obra no salga bien.

Esta pieza tan avispada es de un ocurrente trío escénico inglés: Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henri Shields. En 2012 estrenaron y desde entonces han dado mucho que hacer. La obra pertenece a la compañía británica Mischief Theatre y tiene todos los premios británicos del teatro.

Ahora durante todo el mes de junio –bien podría seguir en cartelera todo julio-  la hemos tenido en Nave Oficio de Isla.

Nave Oficio de Isla es uno de los centros para la cultura más relevantes de La Habana ahí se nuclean el teatro, la danza, las artes visuales, la música, la literatura, el audiovisual y toda propuesta de indagación experimental e investigativa que tengan que ver con el desarrollo de la creación artística.

Una de las plataformas de trabajo de Nave Oficio de Isla es Y la nave va. Por cierto, nada que ver una nave con otra. Nave Oficio de Isla se llama así porque es la nave donde se estrenó la memorable puesta en escena Oficio de Isla. Ahora surge Y la nave va como una especie de cátedra para el teatro y creo que debe tomar el nombre de una esplendorosa película de Federico Fellini.

La primera propuesta escénica impulsada por Y la nave va es Asesinato en la mansión Haversham, La obra que no sale bien. Ledier Alonso Cabrera se estrena como director y dirige la versión cubana de la célebre comedia inglesa. Él mismo agarró el texto original lo tradujo y lo convirtió en un acto.

Este bisoño director ha sabido componer una comedia con muy pocas fisuras. Una travesura, un disparate divertido, una burla o un homenaje al teatro eso es Asesinato en la mansión Haversham.

Lo curioso es que en estos momentos de tantas ocurrencias digitales a la mano esta obra tenga tanto éxito pese a recurrir al clásico humor blanco, payasadas, gags, malentendidos previsibles, tortazos con puertas y ventanas, caídas, trompones y trastazos a lo Chaplin.

Ahora bien, esto sale bien porque La obra que no sale bien está debidamente ejecutada por un grupo de jóvenes que en sus impostaciones y falsedades se comportan escénicamente de manera coral.

Cuando llegamos al espacio de la representación vemos un escenario armado con una elemental escenografía. En el medio está un diván donde yace un cadáver. Hay que averiguar quién lo mató o si fue un suicidio. Todos son sospechosos.

Empieza El asesinato en la mansión Haversham pero como todo sale tan desastroso se torna en La obra que nunca sale bien. El escenario se va desarmando y la tragedia del asesinato se revierte en una comedia catastrófica entre personajes y actores y entre actores y personajes.

Lo cómico brota no precisamente del lenguaje sino de las situaciones que se generan. Hay momentos estelares logrados por el equilibrado ejercicio de creación actoral.

Quienes están en escena se divierten y a su vez se esmeran en hacernos reír. Por supuesto, eso no se les nota. Nos reímos porque tienen la actitud escénica correspondiente a la comedia: libre, alborotador, caricaturesco, explícito.

El trabajo actoral más allá de la dirección tiene mucho de composiciones personales de cada cual: gestos, formas, movimientos, indumentaria. Llegar a ser la caricatura de los personajes que representan y darnos cuenta que reaccionan estrafalariamente al propio personaje es de una gran comicidad.

Los desplazamientos escénicos tienen la tonalidad de la alegría, del vivace. El tempo lento está calculado para que estalle lo cómico como un zimbombazo.

Los contrastes de las acciones son un recurso rítmico. Hay ampliaciones, reducciones, repeticiones, letanías, entradas, salidas que producen variaciones de relación con el espacio escénico que propicia lo cómico.

Por supuesto que es perfectible el montaje. Solo el trabajo logrará dosificar algunas desproporciones, pero seguro vendrán otras travesuras de Ledier Alonso y sus amigos.

Agradezcamos en esta puesta en escena la atinada asesoría teatral de Eberto García Abreu, Osvaldo Doimeadiós y José Antonio García Caballero. También a todo el equipo de creación y realización que ha echado a andar esa nave que ojalá navegue por todo el país.