La polisemia en la danza: un cuerpo, múltiples lecturas

Por Kenny Ortigas Guerrero

Si realizamos un análisis de las tantas dimensiones simbólicas y expresivas de la
danza, como manifestación artística multifacética y comunitaria, que engloba en sí misma no solo el diseño físico-cinético de un(los) cuerpo(s) en el espacio, sino que convergen y habitan en ella las marcas indelebles de la historia, del devenir de acontecimientos ancestrales, de dolores, frustraciones, aspiraciones y alegrías, se devela ante nosotros uno de los lenguajes más antiguos y complejos de la humanidad. Su naturaleza polisémica permite la coexistencia de diversos significados y lecturas que se entrelazan en cada movimiento, gesto y composición coreográfica. Como señala Rudolf Laban (1987): «El movimiento es la esencia de la vida. La vida es movimiento y el movimiento es vida». La danza ha evolucionado como un reflejo directo de las sociedades y sus transformaciones. Según Susan Foster (2011), «la danza es un archivo viviente de significados culturales que se reescriben constantemente». Esta posibilidad inherente de adaptación y resignificación ha permitido que las expresiones dancísticas mantengan su relevancia a través del tiempo, mientras acumulan capas de significado.

Se pudiera conceptualizar sobre su dimensión técnico-expresiva donde la polisemia se manifiesta en la diversidad de estilos y escuelas. Como argumenta Martha Graham: «El cuerpo nunca miente». Esta afirmación fundamental nos remite a la honestidad inobjetable del movimiento corporal, independientemente del estilo o técnica empleada y que se relaciona directamente con métodos, formas de disciplina y organización, así como del registro cultural que emana del cuerpo como sello distintivo de cada región en particular.

La danza clásica, moderna, contemporánea y las expresiones urbanas, cada una aporta su propio vocabulario de movimientos y significados, que se atemperan a las pulsaciones que emergen de la cotidianidad.

En cuanto a una dimensión semiótica de la danza, esta revela cómo un mismo gesto puede contener un sin número de significados dependiendo del contexto, la intención y la interpretación. Esta multiplicidad de lecturas enriquece la experiencia tanto del intérprete como del público, colocando en su mano las llaves de acceso a diversas perspectivas sobre un mismo fenómeno, donde cada quien posee la libertad de discriminar o hacer suyas las ideas expuestas.

«El movimiento es el medio más poderoso de comunicación que existe»

Doris Humphrey (1959) sostiene que «el movimiento es el medio más poderoso de comunicación que existe» y esa afirmación se concatena con la idea de que el sujeto político particular que transforma los espacios de circulación en espacios de libertad, es el bailarín, por lo tanto, la polisemia que continuamente se desprende de su actividad debe tener una orientación a un sentido urgente de libertad, más aún en los momentos actuales cuando -como diría Deleuze 1995-, “…la abrumadora y omnipresente implementación del control ha redefinido todo el campo sociopolítico…”

En el ballet clásico, con su codificación rigurosa, presenta una polisemia particular. Como señala Agrippina Vaganova: «La técnica clásica es un medio, no un fin». Los movimientos codificados adquieren diferentes significados según el contexto narrativo, su mímica y la interpretación del bailarín. En otro apartado, Pina Bausch revolucionó la comprensión de la danza cuando afirmó «no me interesa cómo se mueve el ser humano, sino qué lo mueve».

La danza contemporánea abraza la ambigüedad y la multiplicidad de significados como parte fundamental de su propuesta estética, convirtiéndose en un terreno de sistemática indagación donde los significados se diseminan, se atomizan y se cuestionan constantemente».

«Toda forma de danza es una expresión étnica, incluido el ballet»
Por su parte, en el ámbito de las danzas tradicionales, la polisemia se manifiesta en la preservación y transformación de significados rituales y sociales. Como observa Joann Kealiinohomoku, «toda forma de danza es una expresión étnica, incluido el ballet».

Cada país muestra con orgullo estas expresiones propias de su idiosincrasia, que funcionan perfectamente como una bitácora de la existencia de nuestra especie y constituyen patrimonio de saberes y costumbres. Se muestran así mismas como emblema de una nación y con solo mirarlas se pueden captar las esencias de los pueblos.

La construcción de polisemia en la danza influye directamente en los procesos creativos, la interpretación, la recepción por parte del público, la crítica y análisis académicos. Así se enriquecen sus orgánicas dinámicas que, cual caleidoscopio, permiten disparar a un mismo blanco, desde disímiles posiciones, o viceversa, garantizando su continua relevancia y evolución. Como afirma Isadora Duncan: «Si pudiera decir lo que significa, no habría razón para bailarlo».

Esta diversidad de nociones, permite que la danza siga siendo un medio vital de expresión artística y comunicación humana. La comprensión de su apasionante universo nos ilumina el camino para apreciar la riqueza de los diferentes modos en que se nos presenta: contemporánea, clásica, folclórica, performática, etc.

En ese afán, no de decir, sino más bien de hacer sentir, la danza perturba, sacude y estremece la quietud de los cuerpos, los torna en actantes, donde el estado de contemplación -tanto de los bailarines como del espectador-, alcanza perspectivas que quiebran constantemente la inercia, nunca en detrimento de la reflexión y la lógica, sino a su favor, cautivando la atención, despertando los resortes adormecidos, para captar así, las sorpresas que nos depara la vida.

Reconocer esa peculiaridad que surge de la ósmosis de la vitalidad irreverente y apacible a la vez, que la conlleva a transgredir cánones, es una oportunidad única para expandir la imaginación y el intelecto valorando su potencial como escenario de convivio y diálogo permanente.

Foto de portada: Matria Etnocentra de George Céspedes con Danza Contemporánea de Cuba. Foto Xavier Carvajal.