En la historia de la bandera cubana
Por Roberto Pérez León
Teurbe fue un asombroso caso de energética cubana
José Lezama Lima
Estamos celebrando este septiembre el bicentenario de Miguel Teurbe Tolón (1820-1857). Matancero insigne, hombre de sensibilidad exquisita, su acervo cultural fermentó en una reconocida hondura poética, además su periodismo sirvió para “difundir por toda Cuba y Puerto Rico los principios y opiniones que tienden a su Revolución de independencia como único medio de salvarla de los peligros que la cercan”, tal y como queda expreso en El Cubano, periódico que fundó en Nueva York, en 1852. Teurbe llegó a esa ciudad desde 1848 como exiliado, tras ser condenado a muerte por sus ideales separatista.
Tengamos presente que bien temprano, en el siglo XIX, un grupo de emigrados luchaban por la independencia cubana desde Estados Unidos. Pero por circunstancias políticas y de poco esclarecimiento ideológico, preferían la anexión a la nación norteamericana que seguir bajo la tiranía de la corona española. El mismo Teurbe consideraba que la vía más expedita para librarse del yugo español era la anexión de Cuba a los EE.UU.
Lezama, que con su conocimiento logró primores en el análisis y la interpretación de nuestra historia más intricada, dijo de Teurbe, en su imprescindible Antología de la poesía cubana:
“sus ideales describen una parábola descendente, pero Teurbe Tolón se mantiene siempre en el centro de su fervor”.
De Teurbe Tolón quedan destacados sonetos dentro de la lírica castellana; su simiente poética, alentadora de ideas, de cualidades orgánicas expectantes, dadora de una complejidad capaz de animar estructuras dramáticas, hizo posible que también escribiera teatro.
Ya sabemos que la dramaturgia es una manera de pensar, de alentar la imaginación y las ideas. Todo acto reflexivo, como acción creadora, es sustentado por un sistema de símbolos que precisa de una construcción sensible como recurso de simbolización. En el arte, como sistema simbólico, se producen relaciones insospechadas y las aberturas entre lo simbolizado y el símbolo no son obvias.
No es difícil vislumbrar en el sistema de la cultura una fuerza relacionante que, desde la multiplicidad de perspectivas, permite el análisis de cualquier fenómeno a partir de la transdisciplinaridad.
Teurbe Tolón fue quien diseñó nuestra bandera y nuestro escudo. Y los símbolos patrios, desde su propia y única configuración formal, validan una serie de acciones y pasiones inherentes al comportamiento ciudadano y al sentido de pertenencia.
La narrativa-dramatúrgica de estos símbolos, le confiere valores iconológicos más allá de las representaciones iconográficas; se convierten en un discurso de sortilegios inteligibles por la dignidad que ostentan y lo luminoso que encierran, no como revelación sino como laboriosa argumentación ético filosófica.
Por la sincrética copresencia y la correspondencia entre todas sus partes integrantes, los símbolos patrios no son objetos, pertenecen, por su carga sígnica, a una vibración para la sensibilidad colectiva; no se trata de una abstracción ni una entelequia, un símbolo patrio moviliza un dinamismo estético al hacer posible experimentar una emoción colectiva y permitir el establecimiento de un pacto societal más allá de las diferencias perceptuales, de pasiones y emociones comunes. La narrativa dramatúrgica de los símbolos patrios es portadora de una dialéctica significativa que hace posible en su aprehensión una racionalidad subjetiva.
La cultura no solo se nutre de fundamentos científicos, la intuición creadora abarca las artes, la ideología, los valores, etc., todo lo que se ha llamado “seres de espíritu”. Y como toda fundación propicia una atmósfera mítica, el origen de nuestra bandera tiene una rica porción de imágenes y argumentos que activan el principio mitológico de la conciencia social de todo pueblo.
Se dice que el controvertido venezolano Narciso López, una de las principales figuras de la política anexionista norteamericana hacia Cuba, estando en Nueva York se quedó dormido en un parque; al despertar y desperezarse miró al cielo y le llamó la atención la combinación de colores en los celajes del atardecer por donde andaba brillando un estrella temprana; entonces, mediante aquella participación en el atardecer, el general fijó en su mente el rojo del poniente, el azul celeste y el blanco limpio de las nubes, tonalidades todas custodiadas por una estrella solitaria. Esas serenas imágenes dieron las coordenadas para contribuir a nuestra existencia y continuidad históricas.
Narciso López comentó su visión Teurbe Tolón y este dibujó aquella interpretación; así surgió el diseño de nuestra bandera que sin demora fue confeccionada en tela de raso por la esposa de Teurbe Tolón.
El diseño de nuestra bandera, así como el de nuestro escudo, donde también intervino Teurbe, disfrutan de coherencia y cohesión en sus narrativas, poseen un ritmo, una dinámica de vínculos formales y de contenidos que enfatiza en la organización, unidad e integración que hacen posible la percepción sensorial.
El diseño de esos dos símbolos patrios nuestros es de un espesor ideológico intensivo, generador de una dialéctica ético-estética con determinados giros y gravitaciones, como vibración estético-ideológica capaz de movilizar el espíritu individual y social al ser una vibración estético-ideológica.
Regreso a José Lezama Lima, cuando en su Antología de la poesía cubana:
Teurbe fue un asombroso caso de energética cubana, pues es innegable que fue uno de los más interesantes tipos de cubanos que hayan existido. Conspirador, emigrado, profesor, filólogo, amante, ser decepcionado, enfermo, vive todas las posibilidades que le da su época en una dimensión de lucha y de peligro. Cultiva los más variados metros, sonetos décimas, romances, en una obra desigual, no cuidada, pero atractiva y simpática.
[…] ha vivido en una forma acumulativa y muy cubana; el tiempo para él no es lento y sucesivo, sino rápido y concurrente. Una existencia que hubiera alcanzado más años de vida que Teurbe, quizá no hubiera vivido con su intensidad.
[…] Lo más asombroso de Teurbe Tolon fue su coraje, su reciedumbre moral, que lo lleva a luchar contra todas las adversidades, con la secreta alegría de lo germinativo poético.
Antes de salir al exilio Teurbe estrenó en Matanzas sus dos obras teatrales: Un casorio y Una noticia. No he encontrado ninguna de las dos, solo he localizado referencias a sus estrenos. Podría existir en esas un atrayente testimonio del fecundante siglo XIX.
Insisto en el criterio lezamiano sobre Teurbe: “fue un asombroso caso de energética cubana, pues es innegable que fue uno de los más interesantes tipos de cubanos que hayan existido.”
Por la fijeza de su obra poética en lo cubano, por su comprometida labor periodística podemos sospechar que Un casorio y en Una noticia puede haber una artisticidad develadora de cualidades valuativas de lo cubano decimonónico.