La frágil memoria del teatro
Por Marilyn Garbey Oquendo
La Jornada Ciudad Teatral, que tiene lugar en Camagüey en este enero de 2022, programó un ciclo de documentales de la autoría de Alina Morante Lima donde se registran los testimonios de figuras imprescindibles de la escena cubana: Abelardo Estorino, Eugenio Hernández Espinosa, Mario Balmaseda, Pancho García, todos distinguidos con el Premio Nacional de Teatro. Estorino nos legó La casa vieja y Morir del cuento; Eugenio escribió ese clásico que es María Antonia. Mario fue uno de los rostros del teatro, el cine y la televisión; Pancho transitó de Teatro Estudio a Argos Teatro, cargando con una valiosa herencia que transmitió a los más jóvenes.
Narrados en tono intimista, el ojo de la cámara de los documentales propicia las confesiones: ante la mirada del espectador desfilan fotos familiares, recortes de prensa, fragmentos de puestas en escenas, valoraciones de los colegas de profesión. Así se construyen retratos que dejan entrever la singularidad de cada creador, porque cada uno fue protagonista de momentos trascendentales de la vida cultural del país y desafió numerosos obstáculos para edificar la obra que hoy reconocemos.
Recuerdo ahora pasajes de la presencia de esos teatristas en Camagüey, cuando sus obras subieron a los escenarios de la ciudad, ante un público que los esperaba para crear juntos el milagro del teatro.
Alto riesgo es el texto que Eugenio escribió, dirigió, y que Mario protagonizó, levantando suspicacias entre la burocracia. Fue en el Festival de 1996, en la misma edición que Estorino presentó Parece blanca, esa monumental exploración en nuestra identidad. En la cita de 2004, Pancho asumió varios personajes en Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, un montaje de Carlos Celdrán a partir del texto de Michel Azama, y ese mismo año fue director y protagonista de En el túnel un pájaro, obra de Paloma Pedrero.
Otra vez esos rostros inolvidables retornan a la ciudad de los tinajones. Ahora desde la pantalla, se comparte con jóvenes estudiantes de arte sus poéticas e historias de vida que han dejado fuerte impronta en la cultura cubana. Al elegir a los más jóvenes como destinatarios del ciclo de documentales sobre los maestros se ha tendido un puente entre diversas generaciones del teatro cubano.
“El teatro está escrito sobre el agua”, la frase de Peter Brook afloraba con frecuencia durante mis años de estudios en el Instituto Superior de Arte, era uno de los estímulos para asistir a las salas una y otra vez y apreciar cada función como si fuera la última a la que asistiríamos. Tuve la suerte de aplaudir como espectadora a Estorino, a Eugenio, a Mario, y a Pancho, y ahora me emociona verlos a través de las imágenes documentales.
Falta mucho por contar de la historia del teatro cubano. Nombres que cayeron en las oscuras manos del olvido, sucesos que ya no se recuerdan, salas que se destruyeron, saberes del oficio que se pierden, modos de hacer que no se documentan.
No es fácil hacer teatro, tampoco lo es la tarea de registrar el acto escénico. La experiencia del uso de las tecnologías digitales, que adquirimos durante el período de la pandemia, pudiera ser útil en los esfuerzos de guardar para la posteridad el testimonio de lo vivido en la escena cubana. También las herramientas de la Antropología -léase historias de vida o relatos etnográficos-puedan contribuir en ese sentido.
La realizadora Alina Morante Lima ha guardado, con notable profesionalidad, valiosos testimonios de nuestros creadores, en un esfuerzo loable por preservar la frágil memoria del teatro cubano. Así lo reconocieron los jóvenes espectadores camagüeyanos.
Programa del ciclo de documentales de Alina Morante:
Adagio a la memoria, Abelardo Estorino, Premio Nacional de Teatro 2002
Un canto de recorrida, Eugenio Hernández Espinosa, Premio Nacional de Teatro 2005
Breve intermezzo, Mario Balmaseda, Premio Nacional de Teatro 2006
Mi luz y mi sombra, Pancho García, Premio Nacional de Teatro 2012