La Fibra del Viento, el tablero, el jaque

Por Kenny ortigas Guerrero
La categoría filosófica que nos regala Shakespeare en la voz de Hamlet, con su “ser o no ser” puede camuflarse bajo disímiles interrogantes que interpelan precisamente, a un ser dubitativo, lleno de resquemores, escepticismos, actitudes no surgidas a priori, sino consecuencias de un contexto turbulento, difuso en sus estructuras morales, donde la lucha por el poder y la contienda diaria -desaforada- por la supervivencia,¡¡ se convierten peligrosamente en un lugar común de la existencia en el que comienza a percibirse como normal, lo que no es.
No constituye esto un rejuego de palabras para evadir la incisión en el centro del quiste, se trata de fenómenos complejos, multifactoriales y causales que van llevando a nuestra especie a la pérdida del raciocinio y el resquebrajamiento de la ética. ¿Qué está bien y qué está mal? ¿Lo hago o no lo hago? ¿Vale la pena violar fronteras sin medir las consecuencias? ¿Existe alguna alternativa para no violar esa frontera?
Todo resulta una disquisición ética, y este, es el tema centro de Fibra, texto del dramaturgo Ulises Rodríguez Febles, que Teatro del Viento lleva a las tablas como una relectura de Freddys Núñez Estenoz. Con la puesta en escena, el teatro se convierte en delirio y exaltación de acontecimientos que nos transversalizan como sociedad y que, expuestos al desnudo en escena, posibilitan un acercamiento audaz desde la exploración de su anatomía.
En esta oportunidad Núñez hace un stop en su escritura desenfada, estructurada a saltos, para apropiarse de una historia perfectamente construida en una dramaturgia convencional. La poderosa simbología de la obra de Febles, que tiene, entre tantas virtudes, la de transformar lo común, lo trivial, en contundente símbolo de reflexión -recordemos Huevos– vibra en la sala del Viento al mejor estilo que nos tiene acostumbrados la agrupación.
A modo de tragicomedia, se narra la historia de un pueblo humilde, que pudiéramos ubicarlo en cualquier zona del país, donde una vaca es atropellada por un tren. Mientras todos en el lugar corren cual avalancha indetenible a buscar su pedacito de fibra, una familia se debate, en la figura de una maestra retirada, en si es correcto o no, lanzarse al desatino colectivo que implica violar la ley establecida, su hija embarazada, con necesidad de alimentarse adecuadamente y su esposo, un hombre de aspecto tímido, retraído, sin una aparente capacidad de decisión propia, hacen de la contradicción familiar toda una trama de enredos y desavenencias, donde el juego de lo aparente, es fundamental.
Fibra me recuerda aquel comentario del querido intelectual Helmo Hernández, cuando hablaba de “lo tolerado” como un conjunto de elementos que suelen traspasar la línea de la legalidad pero que, dada la profunda crisis, no se pueden atacar de choque.
La puesta en escena se apoya en recursos probados dentro de la estética del Viento, personajes sobre la caricaturización, lo que resalta los contrastes, las máscaras, el estado de paranoia y la doble moral; los apartes al público, estableciendo foros debates abiertos y transparentes, dando la oportunidad al espectador de pasar de un simple voyeur, a ser una fuerza actante dentro de la representación.
La maestra, militante consagrada, pero presa de esquemas anquilosados, se cuestiona los años de sacrificio y de entrega a una ideología que parece no poder vencer los escollos, donde la añoranza de prosperidad, parece quimera inalcanzable, no obstante, también deja entrever una maravillosa educación y un apego sincero a valores humanos, lo que la hacen acreedora del respeto de todo el pueblo, como hecho valedero de los momentos fundacionales de la Revolución.
El espectáculo no mira a un solo lado, en él convergen los afluentes de las crisis mundiales, de la colonización cultural y del estrepitoso desmoronamiento de la cordura. Las escenas, arropadas en coreografías y cantos con aires de vodevil, no permiten al espectador situarse en una emoción en particular, tiene que ver con nuestra propia idiosincrasia, donde reímos con las desgracias, padecemos y amplificamos lo más mínimo, quizás como armadura medieval que nos mantiene erguidos en medio de la incertidumbre.
La escena en la que los pobladores deciden descuartizar la vaca, en medio de persuasiones que invitan a la maestra a dar su tajazo, constituye un deleito que se ancla en los contrasentidos, haciendo patente el absurdo camino por donde la enajenación colectiva, nos puede hacer transitar. Por momentos, el espectáculo me remite a ese “sujeto de rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mismo” como dijera el filósofo Byung Chul Hang. El personaje protagónico está en guerra consigo mismo, se cree en libertad, pero se halla tan encadenada como Prometeo.
Otra reflexión en la que vale la pena concentrarse, es que Fibra, valida al teatro, sin dejar lugar a dudas, como el único espacio real donde el ser humano tiene el poder de transformar su universo, lección que como parábola nos indica la responsabilidad individual que se tiene de aportar al sentido colectivo en pos del mejoramiento de la calidad de vida de la sociedad. El personaje de la Maestra, muere al final de la obra, bajo la presión de la sospecha y el asumir una imagen manchada, según sus convicciones. Más allá de ensuciarse las manos de fibra perece fiel a sus principios, aspecto que el elenco de actores reverencia junto al público, como acto de respeto a las posiciones divergentes, pero se alza en la misma medida, como cuestionamiento, en nombre de aquellos que han edificado el país a lo largo de los años y no se les ha atendido en su momento, como merecen.
El choque generacional es otra perspectiva que tiene peso en la escena, jóvenes -alumnos casi todos de la maestra- cuyas aspiraciones escapan de clásicos paradigmas adoptados por la familia cubana, y que exigen de una aguda y crítica mirada que incida en poder restaurar la fe y la seguridad de un proyecto de vida dentro de la isla.
Con Fibra, Teatro del Viento abre tu tablero de ajedrez luego de varios meses de ausencia al no poder organizar una programación por el déficit eléctrico, pero las piezas ya se mueven, ponen a todos en jaque, comienzan sus jugadas y discursa, interroga, dice que, “el mate” -esa estocada final- estará de nuestro lado si repensamos juntos la vida. Ver su sede abarrotada, como siempre, es muestra fehaciente de que el hábito hace al monje y si abre su pecho con franqueza, la multitud lo seguirá.
Fotos © Cortiñas Friman