HERMOSOS CORTES Y PUNTADAS DAN VIDA A BASTIÁN Y BASTIANA
Por Yudd Favier
La síntesis no se encuentra entre mis virtudes. Soy una mujer parlanchina que usa muchos adjetivos para clasificar una única cosa. Sin embargo si tuviera que esforzarme para definir qué sensación me produjo ver el espectáculo Bastián y Bastiana sería “el placentero disfrute de la diferencia”.
Lo primero que quiero resaltar de este espectáculo, generado en su visualidad y concepción primigenia por Laura Lizt Gil, (esta novel y talentosa dramaturga que muestra en esta matriz de lo visto lo apre(he)ndido en San Alejandro) es precisamente eso: la belleza diferente, la exploración acuciosa sobre los tejidos, los bordados, los encajes y los accesorios de la costura (alfileres, agujas, carretes, tijeras, ganchos…) para con ellos formar un microcosmos legible, donde la figuración se logra ya no desde el mimetismo al que estamos acostumbrados, si no desde la analogía y la insinuación.
Nada de esto podría ser “visible” sin la exacta sincronía de las proyecciones –ah, porque estamos ante un espectáculo de sombras- y sin la diestra, diestrísima he de decir! manipulación- animación de Rigel González, quien “teje” toda la historia onírica desde su máquina de coser, (que en verdad esconde el retroproyector responsable de reflejar esta historia en una pantalla frontal, no es un retruécano sino artificio de luces). Descubrir a una contrincante bicéfala en unas tijeras, por supuesto nunca tan linda como la sutil Bastiana, un mago que se arma con las agujetas y la pieza del tejido inacabado, las ovejitas armadas con alfileres, la cándida Bastiana que es una muñequita de tela cuya cabecita es tan sólo un botón es, sin dudas, un excelente ejercicio de recreación de la fantasía, muy poco usual en nuestro nacional hacer tiritero.
El tercer acierto creo que subyace en su brevedad, y no quiero que se me tome a mal pero presiento que esta obra es un ejercicio que, de durar más, se reciclaría sobre el mismo recurso y dejaría de entretener. Porque, así como es un muy bello contrapunteo de imágenes, tiene sin embargo lagunas dramatúrgicas: las más evidentes están en las narraciones operísticas que marcan los acontecimientos de la historia y están en su alemán original. Hay, por tanto, espacios de narración ininteligibles, que no obstante se ilustran con eficacia y logran llenar el vacío de no comprender la lengua. Y creo que de haber sido más prolongadas estas estancias ilustrativas convertirían lo ilegible del texto (por in-traducido) en una obvia laguna para la comprensión no sólo del infante sino de todo el auditorio. Es ahí donde la precisión del tiempo se vuelve recurso efectivo, porque la brevedad de estas arias operísticas son rellenadas con la imagen “nueva” de esas figuras de hilo y sucede algo notable: lo que no sabemos, lo intuimos, y se convierte en una puesta que conmina al ejercicio de todos los sentidos: a disfrutar la música de la ópera sin importarnos qué dice, a suponer lo que pasa por la ilustración de la pantalla y a valorar su efectividad, a entender en ese breve lapso musical qué se nos narra. Yo estaba feliz y miraba a los niños que también estaban ensimismados… entonces… touché.
¿Una mácula para quitarnos el excesivo tono alabador? Su dramaturgia total es endeble. Existe un contraste -comprensible pero no rebasado- entre un prólogo muy largo, explicativo y excesivamente naturalista y la historia que se anima en sombra, cuyo onírico carácter es tan expresionista. Si bien se comprende la intención de marcar la diferencia entre ambos mundos (realidad-narración o sueño) en la escena no se logra que este contraste mute sin violencia. Quizás la extensión del prólogo que verifica “la pataleta por no dormir de la niña” podría aprovecharse para contar aspectos de la historia que luego quedarán truncos por la barrera idiomática de lo que se dice/canta en alemán. También se resiente el tono total de la intervención de Lázaro H Boffil, director definitivo del espectáculo, en las voces del mago y del propio Papá de Angélica, ciertamente desnivelados con el trabajo de Rigel y de la niña Angélica que suelen correr con más naturalidad en torno a sus roles.
No quisiera, ni pudiera, estar en los zapatos de Rigel por las tareas que acomete: actúa en vivo, instruye a su hija Angélica en la actuación tan fluida en la niña de la historia, anima todas las figuras, sus respectivos sets y hace la mayoría de las voces. De la misma manera son muchas las acciones que hace el equipo “operativo” integrado por el propio Lázaro y Yanelis Vignier trabajando “en las sombras”.
Imagino, muy remotamente, la cantidad de acciones que han de gestarse tras bambalinas para lograr que ese resorte constante de imágenes salga para el público con la agilidad, nitidez y belleza en la que redunda Bastian y Bastiana. Sé que hay un montaje otro que no se ve, para obsequiarnos este que sí apreciamos y que es hermoso, instructivo y, sobre todo, diferente.