Flores de carolina y ajonjolí: el regreso a Dora
Hoy, 9 de abril, a las 11:00 am en la sala Pepe Camejo de Matanzas, última función de la temporada de estreno de Flores de Carolina y Ajonjolí, en la Sala Pepe Camejo de Teatro de Las Estaciones, un homenaje a las abuelas y los abuelos desde la magia de los títeres y los payasos del circo, a partir de las hermosas ilustraciones del artista plástico Ares
Por Giselle Bello
Para muchos de los nacidos en los 80, la literatura de Dora Alonso (Matanzas, 1910 – La Habana, 2001) representa ese momento idílico cuando, siendo muy niños, aprendimos a soñar a través de un libro.
El más reciente estreno de Teatro de las Estaciones, Flores de Carolina y Ajonjolí, inspirado en el poemario Los payasos de la escritora nacida en el municipio matancero Máximo Gómez, ha tenido la virtud de devolvernos a la infancia.
Sentados en la platea de la sala Pepe Camejo hicimos ese viaje de regreso, acompañados por los más pequeños que se sumergían por primera vez en el vasto mundo de Juan Payasito, Payasín y Doña Payasona.
La puesta en escena de Rubén Darío Salazar cuenta entre sus virtudes la fluidez con que logra hilvanar poemas para construir la estructura de un texto teatral orgánico, que aborda el tema de amar y respetar a los mayores.
Al nieto, Juan Payasito, interpretado por Javier Martínez de Osaba, Alejandro García y Raúl Álvarez, le molestan las manías del abuelo, y su amiga la Payasa (María Laura Germán, Iris Mantilla) se encargará de hacerlo entrar en razón.
Los payasos de la autora de Pelusín del Monte no son los glamorosos artistas de las grandes pistas, sino los sencillos saltimbanquis que, a veces formando familias enteras, viajaban de pueblo en pueblo con una carpa raída.
Rubén lo sabe y con total sinceridad se entrega a la belleza de las cosas simples, de lo cotidiano, donde un relojito, una vaca, una flor o una foto vieja se convierten en motivos líricos.
En el diseño escénico, Zenén Calero vuelve a demostrar que es un auténtico mago; se apropia de la estética del caricaturista Arístides Hernández (autor de las imágenes de la edición de Los payasos de 2005) y la deconstruye a su antojo.
El vestuario de los personajes resulta una clase magistral de síntesis, cómo tomar los elementos esenciales del plano y llevarlos a las tres dimensiones. Los títeres: hermosos, conmovedores, sorprendentes en los artilugios que les dan vida y amplifican sus posibilidades narrativas.
Todo esto con una economía de recursos que permiten que la obra luzca lo mismo en un gran teatro que en una plaza pequeña o el patio de una escuela.
Por su parte, los actores, tanto los consagrados como los recién graduados de la Unidad docente Carucha Camejo, sortean el doble reto de subirse a un escenario a interpretar personajes que imbrican la técnica titiritera con el arte del clown.
La música original de Raúl Valdés, la coreografía de Yadiel Durán y la asistencia de dirección de Iván García acompañan este retorno soñado, que inicia cuando bajan las luces de la sala y casi podemos sentir el dulce aroma de las flores de carolina y ajonjolí que Dora antaño nos regaló.
Fotos Raúl Navarro
Tomado del periódico Girón