Fervor de Camagüey
Por Omar Valiño
Ya se anuncia la pronta estación, correspondiente a marzo, de la Jornada Ciudad Teatral Camagüey 2023. Principió este enero y, de manera consecutiva, proseguirá cada mes hasta junio. Un largo itinerario que garantiza el encuentro con el teatro al público siempre fiel de la antigua Puerto Príncipe. Fue la iniciativa, compartida entre el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y su instancia provincial, para paliar el vacío causado por la no realización del Festival Nacional de Teatro de Camagüey, en su edición de octubre de 2022.
Participé en la parada acontecida entre el 23 y el 26 de febrero. En la curaduría se ha concebido, además de la programación en salas y comunidades, la participación de sus protagonistas en diálogos con críticos y especialistas, que por desgracia tuvieron escaso acompañamiento por parte de los posibles destinatarios. Una lástima porque fue una maravilla escuchar el testimonio de los colegas sobre la concepción de los procesos de trabajo mostrados, el camino y la situación que enfrentan los grupos después de la pandemia, así como sus valoraciones sobre la creación en general.
Otro tema central fue la defensa, siempre en discusiones no unánimes, acerca de la viva pertinencia de la continuidad del festival con asiento en Camagüey, a partir de su exaltación como gran espacio de encuentro del teatro nacional, su derecho de fundación y su historicidad ganada durante 40 años, además del ya mencionado papel de una masa de espectadores entrenados y la adecuada infraestructura de la ciudad, aunque las condiciones objetivas en que ahora se desenvuelve la urbe no lo permitieran esta vez.
Dos unipersonales y un dueto se programaron en distintos espacios del circuito escénico principeño a lo largo del fin de semana. Los tres espectáculos merecen acercamientos particulares que los límites de esta columna me impiden ahora, aunque avanzo breves descripciones de cada uno.
De Guantánamo llegó Ury Rodríguez con L’tam qui pasé, de Teatro La Barca, en la que el actor y director sintetiza su búsqueda permanente entre el lenguaje teatral, el títere y la narración oral, así como su inmersión en la investigación de las fuentes de influencia haitiana y caribeña en su territorio.
Y desde Santiago de Cuba, el colectivo A dos manos trajo Comedia a la antigua, del autor ruso del período soviético A. Arbuzov. Bajo la dirección de Orlando González Morales, quien conduce a Calibán Teatro, Nancy Campos y Dagoberto Gaínza insuflan vida a estos ancianos que intentan conjurar sus respectivas soledades después de dolorosas pérdidas.
Mientras, Teatro La Rosa, de Santa Clara, ofreció Aquiles frente al espejo, con dramaturgia y cuidada puesta en escena de Roxana Pineda, preciosista en la composición de imágenes, el uso de objetos y accesorios y un muy completo desempeño del actor Dorian Díaz de Villegas en un diálogo, entre historia y presente, sobre el ser, el dolor y el deber.
El Festival Nacional de Teatro de Camagüey se convirtió en parte del rostro con que la ciudad de Agramonte se distinguía dentro del concierto cultural, social y político cubano, al poseer el único festival completo de una manifestación artística fuera de la capital. Se hizo parte de su prestigio e identidad. En lo personal, la estación de febrero de la Jornada Ciudad Teatral, que constituye de algún modo la propia cita en formato pequeño, me demostró la real necesidad del festival, para la suave comarca y para el teatro cubano, el perfecto engarce entre la ciudad y el evento. Por ello, no tengo duda en votar a favor de su futuro allí. ¡Que alimenten las estaciones venideras el perdurable fervor de Camagüey!
Foto: Pepe Fornet