Falsa Alarma: el choteo en el tono del absurdo

Por Roberto Pérez León
El pasado 29 de junio celebrábamos un aniversario más del estreno en 1957 de Falsa alarma, pieza de Virgilio Piñera que se había adelantado, al ser publicada en la revista Orígenes en 1949, a la puesta en escena en París de La cantante calva de Ionesco en 1950.
Así, la obra de Piñera debe ser ubicada en la génesis del teatro del absurdo que en el caso cubano brota sustanciado por el choteo.
Ciertamente entre Falsa alarma de Virgilio Piñera y La cantante calva de Ionesco hay vasos comunicantes; y, a la vez, puntos volantes que estructuran dramaturgias incondicionadas a través de sustratos pertenecientes a los contextos socioculturales de sus autores.
Existe un entrelazamiento germinativo entre Piñera y Ionesco. La potencia que los nutre está en el ritmo social con las correspondientes vicisitudes históricas generadoras de cada cual. En el caso del cubano está la razón social inmanente en el choteo y en el caso europeo tenemos la afinación de la incoherencia de una narrativa tocada por la contienda mundial. Causalidades que configuran la porosidad existencial de un lado y de otro.
Falsa alarma y La cantante calva incitan una lectura en diálogo articulado entre divergencias y convergencias. En ellas el lenguaje está desmontado, torcido como recurso para producir diálogos rizados en vano, sin contenido real. Esto agudiza la carencia de una progresión dramática con resoluciones no claras semánticamente. La semiosis conducente a una concreción espectatorial apunta a la pérdida de contacto con la cotidianidad de toda experiencia humana. No existen personajes que evolucionen psicológicamente, son máscaras, tipos en un ritual rígido en su sostenidamente progresivo sin sentido.
Falsa alarma es el reflejo teatral del frágil y turbado contexto cubano de los cuarenta del siglo XX. La obra en sus desafueros de sentido va del registro sociocultural a la expresión más performativa. No se trata de banalidades dictadas por ocurrencias, caprichos, acomodaciones lingüísticas o quiebres dramatúrgicos sino de la teatralidad como poderoso observatorio social.
El absurdo en La cantante calva persigue la sensación de desorientación lógica proveniente de la incomunicación moderna manifiesta en el automatismo del lenguaje, su frialdad, su expresión mecánica propia de la alienación social en la Europa de posguerra.
En Virgilio Piñera “la maldita circunstancia del agua por todas partes” engendra un absurdo insular de deshilachada angustia existencial. El tono local de este absurdo queda signado por el choteo cubano: festiva forma de banalizar la solemnidad criolla desacralizando con un humor picante.
Al celebrar luego de más de seis décadas la puesta en escena de Falsa alarma de Piñera signifiquemos la artesanía de su absurdo, la plenitud de la naturaleza que anida ese absurdo entre raíces cubanas.
El choteo, en su preeminencia, da una textura particular, un golpe fulminante de ironía que espesa las calidades del absurdo piñeriano: manifestación de resistencia cultural desde la burla que penetra las formas racionales de pensar la realidad en condiciones insostenibles y es ahí donde la risa libra de atolladeros y entresijos.
La teatralidad cubana socioculturalmente tiene en Falsa alarma una genitora coyuntura en el choteo como recurso estético teñido de irreverencia y como estrategia de resistencia frente a los discursos de poder. La obra desmantela la autoridad y la lógica del aparato judicial de la época. Los personajes del juez, el asesino y la viuda se convierten en caricaturas de sí mismos y son atrapados en un ritual vacío donde la justicia es una performance sin sustancia. Por otra parte, la estatua de la Justicia como irónico signo decorativo, colocado al centro del escenario, sin veneración alguna, deambula de un lado para otro en son de guasa.
Piñera desafió las formas tradicionales. No creo que por afanes de experimentación teatral. Al subvertir la solemnidad del discurso teatral, al desetiquetarla y trastornarla puso en escena la experiencia de lo cubano desde la cotidianidad habitada no precisamente por el vacío enajenante sino por la isleña paranoia, la insignificancia y el humor grotesco como gravitación de la existencia.
Ionesco y Piñera producen una estruendosa ruptura de la sensatez dramática. El absurdo de allá, el de afuera es una prescripción de la situación global del ser humano moderno. El absurdo de acá, el isleño, al incorporar el tono del choteo transforma la risa en estrategia de resistencia cultural y hace de la escena un espacio de identidad nacional.
En portada: Versión para la TV de Falsa Alarma dirigida por Nohemí Cartaya (2001). Foto Portal ENDAC