FALLECIÓ EL DRAMATURGO CUBANO AMADO DEL PINO
Por Mercedes Borges Bartutis
Amado del Pino, uno de los nombres más activos en la escritura de la escena cubana contemporánea, falleció en Madrid esta mañana del 22 de diciembre de 2017.
Su muerte no podía ocurrir en un día más simbólico, para un hombre que entregó muchísimo de su vida a la escena nacional. Hoy también celebramos el Día del Teatro Cubano. Como esas cosas azarosas de la vida, de las que siempre hablaba José Lezama Lima, el azar concurrente quiso que Amado dejara este mundo físicamente, justo el día en que los teatristas cubanos se reúnen para recordar los sucesos del Villanueva y entregar el Premio Nacional de Teatro. Él también era un luchador, un entusiasta que acompañó al teatro de este país en momentos fundacionales. Fue de los que llegaron a Camagüey para realizar el primer Festival de Teatro junto a Rómulo Loredo, mantuvo durante muchos años una columna de crítica teatral en Juventud Rebelde y luego en el periódico Granma, cuando muchos no creían en aquello de escribir sobre teatro para las grandes masas, seguramente por eso una buena parte de su obra toca temas transcendentales para el cubano de a pie. Su dramaturgia fue llevada a las tablas por muchos colectivos del país, sobre todo por el grupo Vital Teatro, que dirige Alejandro Palomino.
En el 2005, Ediciones UNIÓN publicó su libro Acotaciones. Crítica Teatral (1985-2000), un interesantísimo compendio de críticas y reseñas que reflejan la cartelera escénica de La Habana de un largo período, con una mirada a colectivos importantes y también a otros no tan conocidos; así como a grupos extranjeros que visitaron Cuba en esta etapa.
Nacido en Tamarindo, en 1960, Amado del Pino recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernández de Castro, en el 2000, por la obra de toda la vida; en 2002 obtuvo el Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera y el Premio de la Crítica con su obra El zapato sucio; en 2003 su libro de ensayos Sueños del mago. Estudios de dramaturgia cubana contemporánea mereció el Premio de Teatrología Rine Leal, que otorga la Casa Editorial Tablas Alarcos, y ese propio año, su obra Penumbra en el noveno cuarto, obtuvo el Premio UNEAC de Teatro José Antonio Ramos.
Fue un colaborador incansable de publicaciones culturales cubanas como las revistas Tablas, Conjunto, El Caimán Barbudo, La Gaceta de Cuba, La Jiribilla, Revolución y Cultura, entre otras. Para el volumen Volvernos Teatro. Memorial de un Festival, publicado en 2013 por el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, aportó siete crónicas que recordaron los inicios de esta importante cita del teatro cubano.
Es por eso que dejamos aquí uno de aquellos pequeños textos escritos por Amado, como homenaje a este teatrista bonachón, jaranero, amante apasionado de la pelota cubana. Así queremos recordarlo, siempre con una crítica aguda en los labios, pero atento a todo lo que ocurría en la escena social y cultural de su país.
Foto Tomada de Internet
Rómulo Loredo. De Tamarindo al Festival
Por Amado del Pino
Conocí a Rómulo Loredo en mi adolescencia. Y no fue por razones familiares o de vecindad. Aquel hombre de andar peculiar y rostro simpático recorría toda la muy extensa provincia de Camagüey, atendiendo el movimiento de Talleres Literarios. Estoy hablando del primer lustro de los setenta del siglo pasado. El país se regía por la antigua división político-administrativa y Ciego de Ávila, Morón, mi casi remoto Tamarindo pertenecían a la misma provincia que la lejana Ciudad de los Tinajones. Como Director Provincial de Literatura, Rómulo aplicaba su pasión, su energía, su sentido del trabajo colectivo que lo convertirían en un dramaturgo desde adentro, un implicado total en la vida del teatro.
Cuando nos reencontramos en 1982, yo era un recién graduado del Instituto Superior de Arte y ubicado en el grupo de teatro profesional de Camagüey y su grupo para hacer mi Servicio Social. Compartimos muy bien las labores de asesoría de aquel Conjunto Dramático, que había vivido sus mejores momentos en los sesenta. Nunca posó de mentor y tuvo siempre en cuenta mis posibilidades o sugerencias. En ese contexto fue que se apareció Rómulo con la feliz idea de un Festival de Teatro. Debió ser en los días finales del mencionado 1982. Y todo se «movió» rápido. Como se recordará la primera edición se celebró en junio de 1983. El lugar exacto en que escuché la propuesta de Rómulo debió ser una mesa redonda de madera, situada en una especie de terraza de Villa Carcoma, sede de nuestro grupo de teatro de entonces. El nombre se le debía a que aquella hermosa y espaciosa villa camagüeyana se encontraba necesitada de una reparación y algunas de las tablas de la otrora lujosa residencia eran invadidas por esos insectos. Visto desde hoy era un lujo contar con tanto espacio para ensayar y entrenarse. Rómulo prefirió comentar la idea primero con sus cuatro o cinco compañeros del Consejo Artístico del grupo.
Después se crearon comisiones, se seleccionaron los espectáculos y se promovió una fiesta que en aquella primera edición se limitaba a puestas en escena de autores nacionales. El crecimiento a espectáculos de cualquier origen que se produce en el 86 fue coherente, pero para arrancar no estuvo mal ese estímulo al Teatro Cubano. Por último, evoco la asistencia puntual y apasionada de Loredo a las ediciones sucesivas del Festival, cuando ya no era uno de sus protagonistas. Esa humildad –que lo acompañó hasta la muerte– resulta rara en nuestro mundo artístico.
Rómulo es de las pocas personas que me han escrito cartas de las de antes y lo siguió haciendo durante años. Me contaba rápido sobre su familia y enseguida entraba en temas teatrales, literarios y –por supuesto– ese Festival del que fue fundador y cuya suerte siempre estuvo entre sus preocupaciones y afanes.