En torno a lo trans en nuestras prácticas escénicas
Por Roberto Pérez León
El segundo sexo (1949) es el libro de Simone de Beauvoir donde se plantea por primera vez que el género es una construcción cultural. Desde entonces el género ha sido blanco de disquisiciones que han puesto en entredicho un conjunto de ideas, actitudes, valores asociados y representaciones de la heterosexualidad.
La misma Simone de Beauvoir se confundiría si consultara un diccionario de términos relacionados con el colectivo LGTBIQ+. Hace más de dos siglos apareció el término homosexual, a estas alturas del tercer milenio existen naturalezas que no por describirse son nuevas, sino que al ser conceptualizadas tienen una presencia no velada como prácticas sexuales, identidades y comportamientos sentimentales que cuestionan las categorías de género.
El deseo, la representación y el ser tienen expresiones que desbordan la heteronormatividad. La realidad abre puertas, ventanas y closets de par en par a los cuerpos y a los afectos dentro del ejercicio de la diversidad social.
En la problemática de género existen –sin afanes definitorios- algunos presupuestos básicos: la identidad de género y la orientación sexual; esta última, se define por la atracción sexual de una persona hacia otra de su mismo sexo biológico o del sexo opuesto; la identidad de género resulta de la identificación sexual que una persona tiene, independientemente de su sexo biológico.
Si sexo biológico y el género sexual se enfrentan, se afrontan, el desafío conlleva el corrimiento hacia la identificación con el otro sexo. Desde el momento en que se asume la transición y aparecen las diversas manifestaciones individuales y sociales estamos ante una persona trans, aunque no recurra a un tratamiento quirúrgico.
La abreviatura trans, desde el cuerpo social, puede cubrir varias categorías como lo transgénero, lo transexual, lo intersexual, el transformismo, lo drag queen, el travestismo, etc.
Por otra parte, las personas que se manifiestan de acuerdo al género que se les asigna al nacer se les llama cisgénero o cis; y, aquellas que tienen una identidad de género que no ajusta con el sexo asignado al nacer serán personas transgénero (trans).
El cisgénero, como neologismo, define a las personas cuya identidad de género coincide con su fenotipo sexual, diferenciándolas, por oposición, de las personas transgénero. ¡Atención! Una persona cisgénero no implica que necesariamente su orientación sexual sea heterosexual: tanto mujer como hombres pueden ser homosexuales, bisexuales, etc.
La deconstrucción sexo-genérica desenvuelve en el entorno de la heteronormatividad una lógica compleja por el nivel de desobediencia sexual que exterioriza el cuerpo social trans. En nuestra cartografía de las artes escénicas esta disidencia ha tenido una intermitente mirada que a veces es paralela y sin compromiso crítico.
Una cosa es el arte teatral y otra el activismo escénico por la diversidad. Una cosa es el teatro sobre lo trans y otra el teatro hecho por trans; ciertamente, ambas manifestaciones teatrales pueden constituir acciones de activismo por la diversidad.
Ahora bien, la ocurrencia humorístico-travestil a manera de cabaret light derivado de lo diferente y lo dispar no debe instituirse como forma para darle presencia social a quienes se la han arrebatado. El teatro focaliza. Enfocar desde las artes escénicas a los grupos minoritarios, vulnerables y discriminados es parte del ejercicio de inclusión social. Creo que el teatro cubano no ha desarrollado la temática trans ni ha incluido a las personas trans entre los creadores escénicos.
El teatro trans es una herramienta artística de deconstrucción de la heteronormativa. No debe circunscribirse a ser una crónica o un documental. Cierto que es una herramienta para contribuir a la defensa de la igualdad. Pero sobre todo puede ser, como discurso artístico, una declaración al derecho fundamental de las personas trans a la incorporación social sin cuestionamientos.
Las artes escénicas nuestras no pueden solo ser espectadoras del trabajo que como muestra de resiliencia ciertos colectivos trans producen: arrogantes espectáculos de sostenidas poéticas performáticas sin epiceno artístico profesional. Trabajos que no dejan de ser verdaderas prácticas escénicas divergentes con potencialidades a tener muy en cuenta.
Entre la población trans existe un corpus artístico que al desatender las normas hegemónicas de género anda sin proyecto; y, pese a ello, genera prácticas escénicas dentro de un activismo artístico por la diversidad. Solo que creo carecen de políticas culturales de acompañamiento, agenciamiento y empoderamiento.
Las personas trans al hacerse visibles revelan un personaje de modo performático que en su actuar interviene en lo cotidiano, se enfrenta, se muestra y se distancia, y al distanciarse a la vez inquieta.
El género es una construcción social a través de actos. La performatividad es un ejercicio para exponer el personaje hombre o mujer. También en el contexto trans las ejecuciones sociales, las acciones configuran el componente teatral solo que con una teatralidad que suele ser vista desde la sobreactuación.
Hay que referirse al teatro trans sin clichés ni bufonadas donde la bisexualidad “normativa” se enfrente a una realidad marginada que tiene derecho a mostrar su identidad, ser reconocida y validada socialmente.
Las construcciones orales y corporales del performer en el teatro trans tienen el riesgo de una liminalidad que puede rozar la caricatura. Es consustancial a lo trans la ostentación corporal y la semiotización sígnica. El sujeto se transforma desde una perspectiva teatral donde todo se vuelve signo. Esto produce un enfrentamiento de la alteridad ensanchándose el horizonte de expectativa del espectador ya sea en la sala o en la cotidianidad callejera.
En el caso del teatro trans se desarrolla la particularidad conductual entre quien muestra y el mostrado a través de la lógica dual desarrollada en términos actorales desde lo brechtiano. La actuación se constituye desde la doble versión del personaje.
Hay una lógica binaria en el establecimiento de los géneros. La persona trans al presentarse a sí misma en escena re-teatraliza su yo. Sucede la expansión de la latencia de una alteridad como agente descolocador ajustado por la sobrenaturaleza de la teatralidad. La teatralidad a modo de trance. Tiene lugar un suceso transformador y de enfrentamiento ahora de la alteridad como descubrimiento que hace el espectador de lo otro.
También en el teatro trans converge lo “otro”, el “él”, el “nosotros” y las consecuentes imágenes que pueblan el espacio entre el escenario y la sala. En esta urdimbre de representaciones acudamos a Miguel de Unamuno al establecer sagazmente la sustitución de la neutralidad por la “alterutralidad” o “neutralidad activa”.
Cómo una persona trans puede llegar a tratar teatralmente su exclusión y marginalización; además, como artista escénico cómo puede encarnar un personaje más allá de la actuación de género y significar un clásico de la dramaturgia universal.
Un actor o una actriz trans no está única y necesariamente para poner en escena su yo, lo que no quiere decir que en su trabajo actoral deseche su subjetividad como parte de su ejercido creador actoral.
El actor o la actriz cis al asumir el rol de transgénero debe vigilar no caer en el entorpecimiento de la mecanizada utilización de la imagen preconcebida; la identidad y corporalidad correspondiente no deben aparecer deformadas por la estampa y el manierismo ilustrador.
Tanto en personas trans como en personas cis el trabajo escénico no pude estar mediado por lo gestual. En las acciones corporales el gesto da determinadas coloraturas que se diferencian de la gestualidad como aptitud del ser corporal. El equilibrio sistémico entre el gesto y la gestualidad da coherencia a la presencia física de un performer que es donde persona y personaje se funden de manera orgánica.
En las enunciaciones escénicas entran en juego categorías de reconocimiento donde la mimesis adquiere una particular tensión sígnica.
Lehmann en su propuesta de teatro posdramático busca y atiende qué nuevas posibilidades de pensamiento y representación se delinean en el ser humano; y, en nuestro caso en el ser trans.
Dígase teatro trans sin el lastre del teatro educativo, terapéutico, documental, autocomplaciente, de autoayuda. Nada de esas categorías deformantes del hecho artístico. Recordemos que la investigación es una forma de creación. El devenir del teatro trans entre nosotros es una sugerente encrucijada de teorías y prácticas escénicas que podrán aportar una inexplorada poética teatral de autorreflexión y autotematización.
En Portada: CCPC La República Light. teatro El Portazo. Foto: Sergio Jesús Martínez