El Sabueso de los Baskerville por la calle Línea

Por Roberto Pérez León
El sabueso de los Baskerville es una puesta en escena del joven y muy emprendedor teatrólogo Ledier Alonso en tándem con Teatro El Público.
A principios de los 2000 el actor John Nicholson y el productor de comedia de la BBC Escocia Steven Canny le van arriba a la novela de Arthur Conan Doyle. Se burlan y ridiculizan la atmósfera del suspenso gótico de la obra y convierten los casos del sabueso maléfico que acecha a los Baskerville en una comedia donde se caricaturiza el género detectivesco.
En la sede de Teatro El Público la función se inicia cuando uno de los personajes lee un texto donde se advierte que sería mejor si alguien en el público padeciera trastornos cardiacos o de los nervios que abandonara a modo de precaución la sala pues el espectáculo tenía fuertes dosis de tensión.
Con esos pujos empieza la tormenta de desatinos floridos soportables por contundentes actuaciones. Ante la simpleza argumental, no era lógico dar sentido a lo que no lo tenía. Lo mejor era disfrutar el ejercicio divertido de dos actores y una actriz que sabían dan sustancia a bobadas dramáticas.
A ese perro infernal, espanto de la mansión de los Baskerville que los ilustres adaptadores se esforzaron en convertir en un personaje de comedía, ciertamente es muy difícil seguirle el hilo de su historia.
Eso sí, el zarandeo de los personajes, los sencillos cambios escenográficos, el diseño sonoro de oportunas pistas hacen que no te des cuenta que no pasa nada.
Ledier Alonso sabe hacer teatro. Y es que El sabueso de Baskerville es una saturada comedia absurda donde solo tres actores asumen más de diez personajes.
Con arrebato y entre arrebatos aparecen y desaparecen. Rompen la cuarta pared con no más recostarse a ella. Las exageraciones, los gags visuales y verbales se naturalizan, participamos sabrosamente de los clichés.
La metateatralidad como agente activo y estrategia nos revela la construcción, la recursividad y liminalidad de la puesta en escena. En los procedimientos de la dirección se tiene muy en cuenta en este montaje el ir y venir del teatro y del no teatro haciendo de la escena un espacio “otro”.
La teatralidad tiene resonancias de estructura posdramática que dialoga con lo brechtiano y el absurdo dinamizándose la mecánica escénica.
En este Sabueso habanero las actuaciones hacen que no se tenga en cuenta la simplicidad de asunto, la académica visión de “parodia del genero detectivesco”. Este sabueso relajea mucho y nos hacemos cómplices.
El montaje cuenta con tres elencos. Yo conocí el de María Karla Fornaris, Sergio Gutiérrez y Yanm Calderín. Los tres desarrollan un teatro físico de esplendores.
Las calidades actorales, las eficientes y seguras presencias escénicas debo decir que sustituyeron la falta de interés que me produjo el asunto del Sabueso. Los oportunos. definitorios y exagerados acentos, el quita y pon de disfraces, las caóticas expresiones corporales hacen muy desafiantes las actuaciones.
No son relevantes las intervenciones locales. Nada de choteo criollo ni payasadas escénicas. Sospecho que se conserva el guion de los ingleses adaptadores, lo que a un ritmo vertiginoso que conflictúa la flema sajona.
En las actuaciones se despliegan una corporalidad narradora. La gestualidad perfila cada uno de los personajes interpretados o representados. Los objetos escénicos se metamorfosean en el accionar actoral: los ritmos, las descargas energéticas, la movimentalidad, las miradas pícaras y cómplices al público definen al espectáculo como comedia física prominente. Los actores campean cómodamente en el definitivo teatro físico que es El sabueso de los Baskerville.
Tantos roles en los tres mismos cuerpos sin que decaiga el suceder escénico denota una dirección actoral y una conciencia profesional individual considerables.
Sergio Gutiérrez, sin pausa ni prisas desatinadas, recurre a cambios de posturas y de roles de manera proporcionada, en suspensiones y velocidades de una fisicalidad sorprendente. Sabe cuándo congelar y volver a acelerar.
Yanm hace de su cuerpo un vigilado vehículo del humor. No diluye el diálogo verbal en exhibicionismos corporales. Su cuerpo habla primero siempre en un simpático drama con la corporalidad.
María Karla tiene la contención actoral que hace de su presencia un acontecimiento absurdo y lúcido. Desata una emotiva comicidad. Contrasta con Sergio y Yanm por su impostada visceralidad y un divino toque de fachosa intelectualidad.
Aún no tengo clarificada la poética de Ledian Alonso como director, pero entre esta puesta y aquella de Asesinato en la mansión Haversham, que tanto disfruté, ha dado señales de saber que en teatro el conocimiento no se trasmite, sino que se recrea escapando de formas establecidas y abismándose.
Foto: Yuris Nórido